Historia del Colegio de San Nicolás
Autor
Raúl Arreola Cortés
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V MÉXICO EN LA LUCHA POR SU INDEPENDENCIA
V
MÉXICO EN LA LUCHA POR SU INDEPENDENCIA
La sociedad novohispana.- Las opiniones de Abad y Queipo y el obispo San Miguel.- Se restituye el estudio de la lenguas indígenes.- El superintendente Escandón.-Los bienes del Colegio.- La conspiración de Valladolid.- Se inicia la insurgencia.- Hidalgo en Valladolid.- Morelos comisionado por la Mitra para ir a combatir.- Fracasa el movimiento y sus dirigentes son ejecutados.- Desigualdad del clero.- Se clausura el Colegio de San Nicolás.
La inquietud política, que se hizo visible en la Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVIII, se acentuó en los comienzos del siglo siguiente, como consecuencia de la acción de los países industrializados que se empeñaron en destruir el régimen colonial español, bajo los postulados del liberalismo económico capitalista. Inglaterra y Francia rivalizaban por el dominio del mundo, y el continente americano se encontraba en sus miras, y en varias regiones actuaban sus agentes, aunque en algunos casos sólo se limitaban a destacar las contradicciones de la sociedad colonial.
En nuestro continente, los Estados Unidos de Norteamérica, la ex colonia británica, en pujante ascenso, disputaba a las metrópolis europeas el dominio de las colonias españolas. Su rápido crecimiento industrial los había convertido en una esperanza para los pueblos latinoamericanos, y a la vez como una amenaza para su independencia.
En la primera década del siglo afloraron todos los problemas de la sociedad, sobre todo en los países que, como México, tenían una fuerte población indígena junto a un gran sector de mestizos y una minoría de españoles, unos venidos de la península y otros nacidos en su territorio. La lucha, sobre todo, entre estos dos grupos de españoles habría de ser definitiva en la búsqueda del nuevo rumbo de la nación. Un escritor español, Manuel Abad y Queipo, al analizar los componentes de la sociedad novohispana en 1779, decía que de los cuatro y medio millones de habitantes del país, un 10 % era de españoles, un 60 % de mestizos (o castas), y un 30 % de indios puros. Los españoles, criollos y peninsulares, "ellos solos tienen casi toda la propie6iad y riquezas del reino", en tanto que el resto "se ocupan en los servicios domésticos, en los trabajos de la agricultura y en los ministerios ordinarios del comercio y de las artes y oficios. Es decir, que son criados, sirvientes o jornaleros de la primera clase", o sea de los españoles. Había, por tanto, una profunda oposición entre indios y castas respecto a sus dominadores; estos los trataban con desprecio y dureza, y aquellos respondían con rebeldía y mal servicio. No había términos medios: "son todos ricos o miserables, nobles o infames"[1]
A primera vista esto parecía normal por los antecedentes que hemos mencionado y como consecuencia de la conquista y de la política aplicada por las autoridades. Pero no era sino una parte del problema que agitaba a la Nueva España; lo más grave era la oposición de intereses entre los criollos y los peninsulares que, como eran los grupos dirigentes del gobierno, la economía y la cultura, sus divergencias afectaban sensi.blemente a toda la sociedad. El barón Alejandro de Humboldt observó esa pugna durante su visita al país (1803-1804). Los peninsulares (llamados por sus contrarios chapecones o gachupines) estaban mejor colocados en la escala social. "El gobierno, desconfiando de los criollos, da los empleos importantes exclusivamente a naturales de la España antigua", escribió Humboldt, quien agregó: "De aquí han resultado mil motivos de celos y de odio perpetuo entre los chapetones y los criollos... entre los cuales ni aun los vínculos de la sangre pueden calmar los resentirnientos"[2].
Había Intendencias en las que esa población española era más numerosa, y era donde había mayores conflictos sociales, donde la crítica social era más incisiva y directa. Basta ver los cuadros estadísticos publicados por el mismo Barón para darnos cuenta de la importancia de los criollos, y por qué ellos encabezaron las luchas por la independencia. En las Intendencias de Valladolid y Guanajuato el porcentaje de españoles era de 27 % y 25 %, respectivamente; en tanto que Puebla sólo tenía un 9% y Oaxaca un 6 %. Eso explica los movimientos sociales que tuvieron por escenario precisamente Valladolid y Guanajuato.
La situación era más conflictiva en ciudades como Valladolid que, según los cálculos del sabio investigador, tenía un 39 % de españoles (5,136 entre hombres y mujeres), y la mayor parte de ellos eran criollos[3].
En esta ciudad, aun los españoles peninsulares eran partidarios de los cambios, y en muchos asuntos hacían causa común con el criollismo, como fue el caso ya mencionado del doctor José Pérez Calama, el organizador de la Sociedad Vascongada de Amigos del País, en 1784, Sociedad a la que pertenecieron los miembros de los Ayuntamientos de Valladolid y Pátzcuaro y el cabildo de la catedral, organismos formados por españoles peninsulares, entre ellos al mismo Pérez Calama, quien, además lanzó la iniciativa para transformar las tertulias en que se jugaban trucos y malilla, en reuniones donde se discutieran abiertamente temas de religión, historia y política; en estas reuniones "cualquier tertuliano podrá presentar algún papel de reflexiones que le hayan ocurrido... Si alguno no quisiere que se sepa el autor, podrá entregar su papel con disimulo al lector o algún otro tertuliano"[4].
En Valladolid actuaban libremente los elementos liberales, según pudo apreciarlo el obispo San Miguel, quien desde su llegada a la sede de su diócesis, encontró en la ciudad hombres ilustrados y de ideas avanzadas en materia social. Hombres como el citado Pérez Cal ama, los hermanos Michelena, Juan Bernardo de Foncerrada, Juan José Martínez de Lejarza, Juan Antonio de Tapia, Blas de Echandía, Mariano Timoteo de Escandón y Llera, Miguel Hidalgo y Costilla, y un ejército de jóvenes colegiales de San Nicolás que, al marchar a los curatos del obispado serían el fermento de nuevas inquietudes. Los ilustrados de Valladolid plantearon la necesidad de fuentes de trabajo y la introducción de nuevas técnicas y ramos industriales, tal como lo hacían sus congéneres en España, a quienes favorecía la política del rey Carlos III. A veces los criollos de Valladolid iban más allá de lo permitido y presentaban a las autoridades peninsulares programas tan avanzados que sólo podrían aplicarse en un régimen emancipado de la metrópoli, puesto que rompían la política colonial de España.
El mismo obispo San Miguel, auxiliado por su juez de capellanías Abad y Queipo, preparó un programa de reformas, que no alcanzó a concluir por evitárselo la muerte (1804). Este programa era muy semejante a otros que los ilustrados sostenían, y que podrían resumirse en estos puntos: 1. Igualdad civil entre indios y españoles, con absoluta abolición de privilegios; esta igualdad debería extenderse a los criollos. 2. Desaparición de la nota de infamia a las castas, con exención de impuestos; aquí quedaban comprendidos los mestizos, que eran la mayoría de la nación. 3. División y reparto de las tierras de comunidades de los indios, adjudicándoselas a ellos mismos. 4. División gratuita de las tierras realengas entre indios, castas y españoles pobres, pues "la mala división de tierras ha sido de las causas primarias de la miseria del pueblo, de su ignorancia y dispersión, por haber quedado sin cosa equivalente para fijarse y reunirse en sociedad". 5. Una ley agraria que conceda al pueblo las tierras de que carece, exentas de impuestos de alcabala. 6. Permiso para establecer, sin trabas, fábricas de algodón y lana. 7. Exención de impuestos a las ventas de bienes pertenecientes a varios herederos. 8. Revocación de "todos los privilegios de restitución de contratos concedidos a la Iglesia, a las comunidades, a los menores y al mismo Real Fisco". 9. Prohibición del juego de gallos en los días de trabajo, para proteger el salario de los trabajadores y sus buenas costumbres[5].
Los ilustrados favorecían estos planes para garantizar la felicidad del pueblo, que era el postulado principal de todas sus acciones, que en la práctica no podía derivar sino a un solo camino: la independencia de la nación.
Ese grupo de la burguesía progresista de Valladolid, formado por criollos y españoles peninsulares, confiaba en la educación como en una panacea social. Educación de los obreros y artesanos para que aprendieran nuevas técnicas que les permitieran incrementar la producción y consecuentemente su salario[6]; educación de los jóvenes en los planteles para que llegaran a ser hombres ilustrados, distinguidos por su saber y su ciencia; educación de la mujer, a la que se preparaba principalmente para la profesión religiosa o el matrimonio[7]; y educación de la clase dirigente para que estuviera al corriente de lo que pasaba en el reino y en otras partes del mundo.
El doctor Pérez Cal ama fue un incansable propagador de estas ideas de la ilustración; después de su separación, el obispo y otros clérigos continuaron la obra. Uno de estos fue el licenciado Mariano Timoteo de Escandón y Llera, conde de Sierra Gorda, uno de los más destacados y progresistas miembros del cabildo eclesiástico de Valladolid. Hemos visto su intervención en el legado de doña Francisca Xaviera Villegas para el establecimiento de las cátedras de jurisprudencia en el Colegio de San Nicolás; pero, como superintendente del plantel, su labor no terminó allí. Como se pusiera una cátedra de matemáticas en el Seminario Conciliar, el conde se empeñó en que también San Nicolás la tuviera, y al efecto trabajó arduamente para reunir fondos, y el 12 de enero de 1802 se iniciaba el curso a cargo del maestro español José de Pián y Escoto. Con el estudio de las matemáticas se abrían nuevos caminos a los colegiales de San Nicolás, ya que entraban en el camino de la ciencia, que era una de las preocupaciones de la época[8].
Hizo más el conde de Sierra Gorda por el plantel. Debido a los cambios políticos o por indolencia, se había borrado del plan de estudios la lengua indígena. Engreídos en el aprendizaje de la filosofía, y empeñados en su renovación, los colegiales y maestros se habían apartado del espíritu quiroguiano; el ilustre fundador quería que los sacerdotes conocieran la lengua de sus feligreses para comprenderles mejor. Con el tiempo, desde el traslado a Valladolid, las cátedras de lenguas fueron perdiéndose. Se restituyeron en 1762, pero a finales del siglo se quitaron de nuevo, con perjuicio de los indígenas que perdían así el contacto con sus pastores. El señor Escandón consiguió dinero para implantarlas; un sacerdote anónimo donó mil pesos, y con cuatro mil que resultaron de la venta de la casa de Antonio de Ecala, en Querétaro, reunió lo suficiente para que, de los réditos, pudiera pagarse un maestro de tarasco. Llegó así el Colegio de San Nicolás a lo que el doctor Bonavit llamó la Edad de Oro. Los estudios "eran sólidos y completos pues estaban dirigidos por maestros muy hábiles", lo que daba al plantel un gran prestigio entre los establecimientos coloniales[9].
En 1802, la disciplina del Colegio de había quebrantado un poco. El superintendente Escandón, con el acuerdo del cabildo, quiso hacer las debidas correcciones. Dispuso que los catedráticos asistieran puntualmente a sus clases, y que si faltaren se les descontara el sueldo no devengado; que los becados se pusieran la ropa adecuada en los actos de comunidad o cuando se dijeran sermones; que los catedráticos no publicaran ni declararan nada relacionado con sus cátedras y con la vida del Colegio, y si lo hicieren fuera con la debida revisión del rector; se indicó el orden en que deberían colocarse los catedráticos, y el lugar que ocuparía el de matemáticas, después de los de gramática y antes que las becas[10].
Las finanzas del Colegio habían aumentado. El capital se encontraba colocado en préstamos hipotecarios concedidos por el cabildo, y la tesorería del plantel colectaba los intereses y los aplicaba conforme presupuestos autorizados por el mismo cabildo.
Los bienes que el Colegio de San Nicolás registraba como propios en 1807, así como los "rendimientos que anualmente le producían por intereses al 5 %, eran:
El total ascendía a cuarenta y nueve mil veinte pesos, y los réditos sumaban dos mil cuatrocientos cincuenta y un pesos anuales, que unidos a otros ingresos, bastaban para los gastos del plan réditos sumaban dos mil cuatrocientos cincuenta y un pesos anuales, que unidos a otros ingresos, bastaban para los gastos del plantel[11].
Otras inquietudes, sin embargo, sacudían al país. En 1803 Inglaterra declaró la guerra a Francia. España se alió con la nación francesa, y tuvo que soportar las consecuencias de la guerra naval declarada por Inglaterra. La nación francesa, desde 1804 en que se estableció el imperio bajo Napoleón Bonaparte, buscó una alianza con los Estados Unidos; al amparo de una peculiar neutralidad en las contiendas de las potencias del Viejo Mundo, la joven nación americana había alcanzado una gran fuerza. Napoleón negoció con ellos la venta de la extensa región de la Louisiana, que se llevó a cabo en 1803, dentro de los planes de expansión de la nación americana, que muy pronto enfiló sus ambiciones hacia el territorio de la Nueva España.
Estas y otras noticias llegaban a Valladolid, donde predominaba cierta tendencia francófila sobre todo en la clase intelectual, como un eco de la política de España, propagada en periódicos, gacetas y libelos que circulaban muy en secreto. Pronto la situación internacional cambió, y la acusación de "afrancesamiento" adquiría una connotación demoníaca. Fue un cargo que mutuamente se hicieron los integrantes de los bandos en que se dividió la nación. En 1807, la casa reinante de Portugal, partidaria de los ingleses, se trasladó con su fortuna al Brasil, y los franceses fueron a ocupar el país lusitano; tenían que pasar por España, y lo hicieron con el permiso de Carlos IV; pero una vez en territorio español, obligaron al mismo rey a la abdicación en favor de José Bonaparte, hermano del emperador, lo cual disgustó sobremanera a los españoles que se lanzaron a la guerra patriótica contra el invasor.
Por hallarse impedida la Nueva España de comunicación con su metrópoli, el virrey Iturrigaray con un grupo de sus simpatizantes quiso independizarse temporalmente, pero su intento fue frenado por varios españoles ricos que se declararon fieles a España, bajo la dependencia de las Juntas Patrióticas que representaban el gobierno de la nación.
Los partidarios de la independencia, al enterarse de estos sucesos, pensaron en otra solución: ni el virrey ni los peninsulares ricos, sino ellos, los criollos, mestizos e indios, deberían tener el poder, pero sólo para resguardarlo y entregarlo a Fernando VII, hijo y sucesor de Carlos IV cuando las condiciones europeas lo hicieran posible. Se agruparon en Valladolid y formaron planes para un levantamiento que debería convocar a todos los americanos, es decir los que hubieran nacido en el país, hacia la toma del poder; sabían que aquella decisión tendría que respaldarse con las armas, pues los peninsulares no iban a ceder fácilmente. Sacerdotes, militares, comerciantes y empleados, se reunieron para organizar una rebelión contra el gobierno virreinal. Se movieron con tanta seguridad en el ambiente propicio de Valladolid, que no sospecharon siquiera que su acción fuese descubierta; pero así sucedió: el 21 de diciembre de 1809 fueron detenidos los principales conspiradores, entre quienes se encontraban varios ex alumnos del Seminario Conciliar y del Colegio de San Nicolás[12].
El fracaso de la conspiración de Valladolid no redujo los anhelos de libertad. El centro de la acción se trasladó a Querétaro, lugar estratégico en que el corregidor, el licenciado Miguel Domínguez, así como su esposa doña Josefa Ortiz Ordóñez, eran partidarios de la independencia. El señor Domínguez estudió Gramática y Filosofía en el Colegio de San Nicolás, de Valladolid, y la Señora Ortiz había nacido en la misma ciudad (1786). Se casaron en la ciudad de México (1793)[13].
Los de Querétaro fueron más cuidadosos. En esta conspiración trabajaron varios patriotas que habían estado en contacto con los de Valladolid el año anterior; destacaban dos, que eran de los más activos: el cura de la parroquia de Dolores, Br. Miguel Hidalgo y que estudió en el colegio salesiano de su villa natal, San Miguel el Grande. El enlace de los conspiradores de Valladolid con estos dos personajes fue el licenciado José Manuel Ruiz de Chávez, cura de Huango (hoy Villa Morelos), innodado en ese movimiento, razón por la que fue aprehendido[14].
Es conocido el hecho de que, por haber sido descubierta la conspiración de Querétaro, a un aviso enviado por doña Josefa a los militares de San Miguel que estaban comprometidos, estos y Allende marcharon urgentemente a Dolores y, puestos de acuerdo con el señor Hidalgo, decidieron iniciar el movimiento emancipador en la madrugada del 16 de septiembre, propagándose muy pronto por las principales villas y ciudades de la Intendencia de Guanajuato.
Al saHiberse en Valladolid la noticia del levantamiento armado y los éxitos que alcanzaba, hubo alarma entre los poderosos, aun entre aquellos que, como Abad y Queipo, coincidían con Hidalgo en la necesidad de un cambio. Este clérigo español se decía obispo electo de Michoacán. De aquellos señalamientos contundentes que hiciera, de sus certeras críticas al sistema colonial y de sus planes de mejoramiento de la economía en la Nueva España, pasó bruscamente a una oposición cerrada al movimiento insurgente; hizo a un lado sus principios y se alió con el régimen virreinal en la misma forma vehemente con que lo había combatido. Con las armas que ahora tenía en sus manos se enfrentó a su antiguo amigo Miguel Hidalgo y le excomulgó junto con sus compañeros[15].
La actitud de Abad y Queipo fue la de numerosos partidarios, de la independencia que no estuvieron dispuestos a seguir el camino de la revolución. Para ellos el cambio debería ser gradual y sólo en acciones de tipo político; aunque reconocían el estado social del país y apuntaban sus remedios, la revolución social les causaba temor; y el movimiento de Hidalgo, desde su inicio, tuvo ese carácter. El caudillo fue seguido por grandes multitudes de indios y mestizos mal armados, que se mostraban dispuestos a cambiar la situación por la fuerza. No había en esas masas grandes razonamientos políticos; era una acción casi instintiva, la de quienes se han cansado de esperar y ven llegado el momento de las reivindicaciones.
En Valladolid, fue el licenciado Victorino de las Fuentes, el catedrático de Cánones en el Colegio de San Nicolás, quien recibió las primeras noticias del levantamiento de Dolores. Inmediatamente las comunicó a las autoridades y muy pronto cundió el pánico entre los ricos de la ciudad. El virrey ya había dispuesto, según se supo, que con toda celeridad saliera de la capital, rumbo a Valladolid, Manuel Merino y Moreno, designado Intendente, y que le acompañaran los coroneles Conde de Casa Rul y Diego García Conde. En los primeros días de octubre eran esperados en la capital de la Intendencia; pero, el día 7 se supo que un grupo de partidarios de la causa insurgente, al mando de la señora Catalina Larrondo, les había hecho prisioneros[16]. Perdida toda esperanza, decidieron entregar la ciudad, con el regocijo de las gentes del pueblo bajo y los soldados, ya que muchos de ellos simpatizaban con la insurrección[17]. Una comisión salió a recibir a los insurrectos; el día 17 entraron Hidalgo, Allende, Abasolo y Aldama al frente del ejército popular. Traían, en calidad de prisioneros, a los señores Merino, Casa Rul y García Conde; eran como "laureles de triunfo", dice el doctor Bonavit. En tanto se les designaba una prisión, quedaron, debidamente custodiados, en la calle donde las gentes les hicieron objeto de burlas. Por fin se les asignó el edificio del Colegio de San Nicolás, "donde el catedrático D. Francisco Castañeda nos trató con el mayor cariño y caridad", informó al virrey el coronel García Conde. Sin embargo, Castañeda fue acusado más tarde de proinsurgente[18].
El Colegio, convertido en cárcel, fue ocupado por otros prisioneros españoles, capturados, seguramente en la misma ciudad de Valladolid. Dice García Conde, en su exagerada versión de los hechos, que hasta allí llegó el mariscal insurgente Mariano Balleza, exalumno del Colegio, a reclamarles el haber mandado envenenar el aguardiente, y que con ese pretexto intentó matarles con su espada; infundios e infantilismos difíciles de creer. Después de varios días, los prisioneros fueron sacados de San Nicolás y se les distribuyó en varios lugares; unos en el antiguo colegio jesuita, otros en el correccional eclesiástico. A Merino y los coroneles se les llevó con el ejército rebelde hasta Cuajimalpa, donde fueron liberados por los realistas, vencedores en la batalla del Monte de las Cruces[19].
Otro ilustre ex rector del Colegio de San Nicolás participó en las etapas decisivas del movimiento insurgente. Fué el doctor José Sixto Verduzco, originario de Zamora, Michoacán, donde nació en 1773. Hizo sus estudios en el mismo Colegio y en el Seminario Tridentino de Valladolid y recibió las Ordenes Mayores el 21 de diciembre de 1797, junto con don José María Morelos. Se tituló de doctor en Teología en la Real y Pontificia Universidad de México. Fué rector de San Nicolás en 1802. Obtuvo por oposición el curato de Tuzantla, y ahí se encontraba cuando estalló el movimiento encabezado por don Miguel Hidalgo. A pesar de simpatizar con la causa de la independencia, no hizo ningún intento para incorporarse al movimiento. Después del desastre de Acatita de Baján, perseguido por el gobierno virreinal se refugió en Tuzantla el licenciado Ignacio López Rayón, discípulo de Verduzco en el Colegio, y en largas conversaciones se pusieron de acuerdo en la necesidad de formar una Junta Gubernativa de América, que se formó a mediados de junio de 1812 y fue conocida como Junta de Zitácuaro. Se trataba de ejercer el mismo derecho de los españoles en la Península ante la invasión napoleónica, y darle forma al movimiento independiente de acuerdo con las ideas del padre Hidalgo. En la Junta de Zitácuaro Rayón asumió el poder ejecutivo, y Verduzco la jefatura militar de Michoacán. Se estableció éste en Huetamo de donde tuvo que salir perseguido por los realistas; huyó a Uruapan, Apatzingán, Tancítaro, y en Araparícuaro su ejército fue destrozado por Negrete. No obstante que carecía de conocimientos militares, se rehizo en Uruapan, y huyó a Taretan y Ario y tuvo la osadía de intentar la toma de Valladolid, plan descabellado que desaprobó Rayón. El resultado fué el fracaso, lo que distanció a los miembros de la Junta. Morelos consiguió unirlos en el Congreso de Anáhuac, que inició sus labores el 15 de septiembre de 1813 en Chilpancingo. Verduzco asistió como representate de Michoacán y fué el presidente de la asamblea. El 22 de Octubre de 1814 se firmó en Apatzingán el Acta Constitutiva de la Nación Mexicana. Verduzco regresó a Tuzantla, y después de la muerte de Morelos, la Junta de Jaujilla le nombró comandante de la provincia de México. Tuvo nuevas dificultades con Rayón, y para protegerse de los realistas se instaló en Huetamo, donde fue aprehendido por Antonelli, quien lo mandó preso a México; se le encerró en los calabozos de la Inquisición y luego en el convento de San Fernando desde el 1 de febrero de 1818. En 1820 se le indultó y el doctor se retiró a su natal Zamora. Después de la consumación de la Independencia se le nombró párroco del Valle de San Francisco en San Luis Potosí. Fue electo senador por aquel Estado y luego por Michoacán. Falleció en la ciudad de México hacia 1830. Alamán que tantos elogios prodigó a don Miguel Hidalgo por su calidad intelectual, se expresó en forma despectiva de don José Sixto Verduzco, tal vez porque le trató menos, o ni llegó a conocerle.
El movimiento insurgente fue secundado por numerosos sacerdotes, unos formados en San Nicolás y otros en el Seminario de Valladolid; varios militares, oficiales y soldados, se sumaron también a las filas de los rebeldes. Pero algunos simpatizantes prefirieron actuar en la retaguardia o en actividades de información y abastecimiento. Los que fueron descubiertos se les juzgó con severidad; otros, con bastante mayor astucia, siguieron en la lucha secreta, y también sirvieron notablemente al país; había gentes de la nobleza, prebendados de la catedral, funcionarios civiles, frailes de las Ordenes religiosas, comerciantes y gentes del pueblo bajo[20].
Une de esos hombres que no empuñaron las armas, pero que estaba estrechamente ligado con la causa insurgente, fue el mencionado superintendente del Colegio de San Nicolás, Escandón y Llera. Este personaje tuvo gran importancia en la primera etapa de la revolución de independencia, como parte del clero ilustrado de Valladolid; era un criollo, nativo de Querétaro, heredero del título nobiliario de tercer conde de Sierra Gorda, pero sus ideas distaban mucho de las de la nobleza; fue prebendado de la catedral, y recibió del cabildo la comisión de encargarse del Colegio de San Nicolás como superintendente. No obstante sus ideas progresistas, de las que dio numerosas muestras, al iniciarse la insurrección de Hidalgo tuvo los mismos recelos que los otros criollos acomodados, y con gran cautela procuró servir a esa causa, que le parecía justa. Hidalgo y sus compañeros fueron exomulgados por el obispo Abad y Queipo, quien huyó perseguido por los insurgentes cuando estos legaron a Valladolid; Escandón quedó como gobernador de la mitra, y en funciones de su cargo levantó dicha excomunión a los insurgentes, aunque después justificó su conducta ante el virrey con el argumento de que lo había hecho bajo presión y para evitar mayores daños a los habitantes de la ciudad[21].
Un hecho manifiesta, sin lugar a dudas, la actitud de Escandón en el conflicto de 1810. El Br. José María Morelos, cura de Carácuaro, llegó a Valladolid cuando las fuerzas comandadas por "su rector" (así nombraba a Hidalgo) habían salido para atacar la capital del virreinato. Morelos marchó con premura y alcanzó entre Indaparapeo y Charo a su antiguo correligionario, y se puso a sus órdenes. El jefe insurgente le comisionó para que insurreccionara los pueblos de la Tierra Caliente, que le eran tan conocidos, y don José María regresó a Valladolid y se entrevistó con Escandón para pedirle, nada menos, que nombrara un coadjutor en Carácuaro, en tanto él cumplía la comisión que le habían conferido los rebeldes. El conde estuvo conforme, y sólo le pidió al cura tramitara su solicitud por escrito y ante el secretario de la mitra. Al día siguiente, a primera hora, se presentó Morelos, pero como no llegó temprano el funcionario le dejó un recado: "Por comisión del Exmo. Sr. Miguel Hidalgo fecha ayer tarde en Indaparapeo me paso con violencia a correr las tierras calientes del Sud..." Como tenía urgencia no podía esperar, y salió en seguida. Más tarde se produjo el acuerdo, sorprendente y revelador: "póngase el que corresponde de nuestra Orden al Br. Dn. José María Méndez para que se encargue de la Administración y Juzgado Eclesiástico de Caraquaro interín al Párroco que suscribe se restituye de la Comisión que expresa; con prevención de que lleve cuenta formal de los emolumentos que uno y otro produzcan para que según ella contribuya con la tercera parte al Propietario y tome las otras dos restantes para su subsistencia y gastos necesarios de Administración y Parroquia". Firmó el conde "chantre dignidad de esta santa Iglesia Catedral y gobernador de esta mitra". De modo que, el gran caudillo Morelos marchó a la revolución con el permiso eclesiástico y el pago de sus emolumentos[22].
No obstante las demostraciones de fidelidad que hizo Escandón, el gobierno virreinal estaba informado de sus actividades, como lo prueba el informe confidencial del general realista Cruz, al recuperar Valladolid, el 3 de enero de 1811. Dice del conde: "Americano, sujeto que goza una influencia en el pueblo extraordinaria; pero débil, adulador del cura rebelde Miguel Hidalgo y sus otros compañeros. En su casa concurrían a jugar el billar y allí se conferenciaba públicamente sobre la insurrección, poniéndose él de parte siempre de los revoltosos. Conviene quitarlo de aquí". No le removieron, seguramente por no agravar los problemas de la Intendencia; pero ese es el juicio que se tenía de su conducta política[23].
La primera etapa de la revolución de independencia tuvo un final trágico. Sus principales jefes fueron aprehendidos y juzgados conforme a los fueros civil y militar. Los sacerdotes, como Hidalgo y Balleza -hijos del Colegio de San Nicolás- fueron degradados y humillados por la jerarquía eclesiástica, y ejecutados en Chihuahua como reos de delitos tremendos contra la religión y el Estado. Igual suerte corrieron los frailes merced arios : iranciscanos Bernardo Conde, Pedro Bustamante, Carlos Medina e Ignacio Jiménez. Además de otros civiles, militares y eclesiásticos que perdieron la vida en el campo de batalla o frente al paredón en 1811[24].
Entre los insurgentes que perdieron la vida en el paredón figura el abogado José María Chico, quien hizo sus estudios en el Colegio de San Nicolás, y fue Ministro de Gracia y Justicia en el gobierno que trató de formar don Miguel Hidalgo en los primeros meses de la insurrección[25].
También perecieron en el cadalso Mariano e Ignacio Hidalgo; el primero fue medio hermano del Padre de la Patria; y el segundo se sabe que estudió en San Nicolás, igual que Mariano, pero no se conoce el parentesco que haya tenido con el caudillo[26].
Para dominar la insurrección actuaron, de común acuerdo, las Autoridades virreinales, cuyo poder ya no les venía del monarca español por encontrarse éste despojado del mando, y los altos dignatarios de la Iglesia, que desde un principio condenaron a los insurgentes.
Era evidente una división del clero en la Nueva España. Los arzobispos, obispos y dignidades formaban una élite o grupo de privilegiados, cuyos intereses eran muy opuestos a la gran masa de clérigos y frailes que vivían en condiciones sumamente precarias. El Barón de Humboldt se dio cuenta de este problema y lo consignó en su Ensayo: “Aun es más notable esta desigualdad de fortuna en el clero, parte del cual gime en la última miseria, al paso que algunos individuos de él tienen rentas superiores a las de muchos soberanos de Alemania"; y agregó estos datos reveladores; mientras la renta del arzobispo de México era de 130.000 pesos fuertes, había curas en los pueblos de indios que apenas tenían 100 o 120 pesos al año. Por eso en el movimiento de independencia participaron tantos curas y ningún obispo ni arzobispo[27]. Algunos de los miembros de los cabildos eclesiásticos y ciertos funcionarios civiles, eran simpatizantes del cambio pero no aprobaron el método violento; querían la independencia política, es indudable, pero no el cambio social, y lo que Hidalgo y los suyos querían era la transformación del estado desigual e injusto de la sociedad mexicana. La aprehensión de los españoles, el saqueo de sus bienes, el castigo de sus crímenes, la liberación de los esclavos y de los presos, y la restitución de los bienes a los indios y la defensa de sus derechos atropellados desde la época de la conquista, les parecieron peligrosos e inconvenientes a los criollos y mestizos ricos, y a los que medraban con esa situación política. Ellos querían la separación de España para tener un campo más amplio de explotación; en suma, una independencia que favoreciera sus intereses.
El general Calleja, en una carta reservada que envió al virrey Venegas, presenta el panorama político con suma claridad: "Voy a hablar a V.E. castellanamente, con toda la franqueza de mi carácter. Este vasto reino pesa demasiado sobre una metrópoli cuya subsistencia vacila; sus naturales y aun los mismos europeos, están convencidos de las ventajas que les resultarían de un gobierno independiente, y si la insurrección absurda de Hidalgo se hubiera apoyado sobre esta base, me parece, según observo, que hubiera sufrido muy poca oposición. Nadie ignora que la falta de numerario la ocasiona la península; que la escasez y alto precio de los efectos, es un resultado preciso de especulaciones mercantiles que pasan por muchas manos, y que los premios y recompensas que tanto se escasean en la colonia, se prodigan en la metrópoli"[28].
La revolución siguió su curso con nuevos bríos en una segunda etapa, bajo la dirección de un genio de la guerra y, constructor de las instituciones políticas de la nueva nación, el generalísimo José María Morelos, hijo también del Colegio de San Nicolás. Junto a él luchó otro grupo de esforzados sacerdotes, como él, en funciones de guerrilleros. Tras de librar las más brillantes campañas, Morelos fue derrotado, aprehendido, juzgado y condenado, con degradación sacerdotal.
Sin embargo, la revolución no terminó. Otro exalumno de San Nicolás, el licenciado Ignacio López Rayón continuó en la lucha por algún tiempo; fue aprehendido y encarcelado; el virrey le indultó y fue el único de los caudillos que no murió violentamente[29]. En las montañas del Sur se mantuvo la llama de aquel movimiento libertario, representado casi simbólicamente por don Vicente Guerrero y un puñado de insurgentes leales.
El Colegio de San Nicolás ya no volvió a funcionar desde el momento en que su edificio fue empleado como cárcel para los españoles. A la llegada de los realistas en el mes de enero de 1811, se le empleó como cuartel de los Dragones de Pátzcuaro. El jefe realista, el sanguinario Cruz se valía de ese medio para humillar el recinto en donde Hidalgo había realizado su brillante carrera, pues aparte de la ocupación los soldados se dedicaron a destruir los objetos que encontraron a mano. Los miembros del cabildo, tal vez el mismo señor Escandón, intervinieron para que unos soldados cambiaran lo más valioso al edificio del antiguo convento jesuita, en calidad de depósito. Años después, ya en el México independiente, el canónigo Francisco de Borja Romero y Santa María, Comisionado por el cabildo como superintendente, recogió los objetos y los restituyó al plantel, notándose la pérdida irreparable de algunos cuadros que representaban al fundador, don Vasco de Quiroga, y a los bienhechores y alumnos distinguidos, aparte de documentos valiosos que se guardaban en su archivo.
El edificio estaba destruido y amenazaba con caerse. Los bienes se habían perdido y casi nada se podía cobrar de las rentas que el plantel tuvo en su época áurea. De la biblioteca pudieron recuperarse los 1076 volúmenes que tenía, y de la biografía del ilustre don Vasco de Quiroga, obra del licenciado Moreno, estaban 113 ejemplares, de los cuales se enviaron 45 a diversas instituciones; el resto se perdió al grado de que actualmente no hay ni un solo ejemplar en la biblioteca[30].
El estado del edificio después de la guerra de emancipación nacional era lamentable. Dice el doctor Bonavit que las paredes "estaban sucias, ennegrecidas por el humo de las fogatas de la soldadesca, viéndose en ellas numerosos agujeros y hasta en grandes espacios desprendida la argamasa que las cubría; los techos igualmente obscurecidos por el humo, estaban en muchos puntos próximos a desplomarse, y algunas de las piezas del piso bajo que habían quedado medianamente habitables se encontraban ocupadas por gente pobre que a duras penas pagaba una pequeñísima renta por las asquerosas pocilgas en que moraba... En el General, detrás de la balaustrada que corría como a un metro aproximadamente arriba del piso, no se encontraban los amplios asientos que en otro tiempo lo adornaron... y si los bancos de la parte baja se conservaban aun, esto era debido a que sus canes estaban empotrados en la pared"[31].
De este modo quedó cerrada una etapa del ilustre plantel fundado en el siglo XVI por don Vasco de Quiroga como una avanzada de las ideas del Renacimiento europeo y de los mejores elementos de la cultura americana.
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[1] Escritos de... Manuel Abad y Queipo... En J.M.L. Mora, Obras sueltas, pp. 204-207.
[2] A. de Humboldt. Ensayo político... pp.76-97.
[3] Ibid., p.83.
[4] G. Cardoso Galué,op.cit.pp.133-135.
[5] E. Lemoine. Un notable escrito póstumo del Obispo de Michoacán pp.9-65.
[6] G. Cardoso G. op. cit.,pp.117-123.
[7] G. Carreño A. El Colegao de Santa Rosa...,p.36.
[8] En 1646 se creó en la Universidad de México la cátedra de Astrología y Matemáticas. El primer libro científico impreso en el Nuevo Mundo fue el texto de Aritmética de Juan Díaz (1556).
[9] Ibid., pp. 131-132.
[10] E. Arreguín. op. cit.,pp.117-118.
[11] Ibid., pp. 125-127.
[12] R. Arreola C. Morelia, pp. 143-145.
[13] F. Osores. Noticias, pp.717-718.
[14] A. Villaseñor y V. Biografías..., t.l.,p.16.
[15] Sobre la excomunión, el doctor Mariano Cuevas (Hist. de la Iglesia en Méx., t. V, pp.65-71) escribió: "Hidalgo conocía más que los suficientes cánones para cerciorarse desde el principio de que aquella excomunión era inválida, porque Abad y Queipo no era su obispo, ni obispo de nadie, ni siquiera obispo electo legítimamente... La junta de Regencia que se decía haberle elegido, no tenía ningún derecho a hacer tal, ni siquiera el previo derecho de presentación; por eso ni Fernando VII cuando volvió al trono, ni menos la Santa Sede quisieron reconocer a Abad y Queypo como obispo de Michoacán, ni su nombre figura en los registros vaticanos, ni por ende su retrato debe figurar entre los de tos Sres. obispos de Michoacán".
[16] La carta de la Sra. Larrondo al cura Hidalgo informándole la aprehensión (oct. 7 de 1810), en G. García, Documentos bistóricos..., t.V,p.303.
[17] J. Bonavit. Morelia en 1810, p.25.
[18] Vid. L. Atamán, Historia..., t. 1, El Informe de García Conde apéndice 19. El juicio contra el catedrático Castañeda, acusado de simpatizar con los insurgentes, en E. Arreguín. Importantes revelaciones..., pp. 15-25
[19] Ibid., Informe de García Conde, en Atamán. op. cit.
[20] Vid. E. de la Torre VlIlar. Los "Guadalupes", passim.
[21] Vid. Manifiesto del cabildo de Valladolid (1813).
[22] Morelos, Documentos...,t. 11, pp.262-263.
[23] E. Lemoine. Morelos, su vida...,p. 36.
[24] L. Alamán. op. cit., t. 11. pp. 26-28, ápendices 11 y 12.
[25] A. Villaseñor. Biografias..., t. 1. pp. 74-76.
[26] J. Amaya. El Padre Hidalgo y los suyos. Sobre Mariano pp. 203-206: sobre Ignacio P. 155.
[27] A. de Humboldt, op. cit., p. 85.
[28] La carta (enero 29 de 1811), en L. Atamán, op. cit., t. II,p. 210.
[29] A. Villaseñor. BiografIas..., pp. 132-139.
[30] J. Bonavit. Historia del Colegio..., p. 154.
[31] /bid., P. 155.