Historia del Colegio de San Nicolás

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IX EL COLEGIO DE SAN NICOLÁS EN EL SIGLO XX (Hasta 1917) 

IX

 

EL COLEGIO DE SAN NICOLÁS EN EL SIGLO XX (Hasta 1917)

 

La paz bajo la dictadura.- Los nicolaitas y el poder político.- La revista Flor de Loto.- Las fiestas del Centenario en Morelia.- Manifestación de los nicolaitas en noviembre de 1910.- El levantamiento de Escalante.- Mercado deja el poder.- El doctor Miguel Silva González.- El panorama mundial.- El Partido Católico en la contienda eIectoral.- San Nicolasito.- El doctor Silva, candidato demócrata-liberal.- Su triunfo.- Brevedad de su mandato.- Asesinato de Madero.- Los nicolaitas apoyan al gobierno contra la invasión norteamericana.- Los "científicos" michoacanos.- La revolución constitucionalista.- El gobierno de Gertrudis G. Sánchez.

Nueva. Clausura del seminario.- Los nicolaitas siguen a Sánchez.- Gobierno de Alfredo Elizondo.- Nuevo Plan de Estudios par; San Nicolás.- La Constitución de 1917.- Es electo el nicolaita Pascual Ortiz Rubio gobernador constitucional.

 

Al iniciarse el siglo XX nuestro país vivía tranquilo en apariencia. Los terratenientes, los comerciantes, los industriales y los miembros de la alta burocracia estaban satisfechos. El imperio de la paz se atribuía a la sabiduría del general Díaz, y así se decía en los discursos oficiales para halagar al viejo soldado; las gentes del pueblo lo atribuían a la energía del mandatario; o sea su capacidad de represión.

Los dueños del poder y el dinero eran los terratenientes, muchos de ellos enriquecidos con el reparto de los bienes eclesiásticos ordenado por los gobiernos liberales; ello no había significado una ruptura con el clero, pues los hacendados continuaron favoreciéndolo al igual que el gobierno. La Constitución de 1857 y todas las disposiciones legales que frenaban al clero, eran letra muerta, una farsa cruel. La Iglesia seguía prepotente y altiva; los comerciantes especulaban; los industriales se entregaban al capital extranjero; los hacendados explotaban miserablemente a los peones; los generales disfrutaban prebendas, contratos y condecoraciones; y el dictador al servicio de todos ellos, pisoteaba las leyes y reprimía cualquier inconformidad; y en torno al dictador, un coro de "intelectuales" entonaban odas, sonetos y oraciones cívicas al Héroe de la Paz.

Pero había una patria silenciosa y sufrida formada por la mayoría de los mexicanos sumidos en la miseria, la ignorancia y la abyección. Y una clase media que iba fortaleciéndose, y que representaba una fuerza social en aquella comunidad polarizada. Una clase media, formada en los Colegios Civiles y en la Universidad; profesionistas que reclamaban un lugar en la dirección política del país. El dictador se los atraía nombrándolos diputados que no legislaban, o magistrados que no impartían justicia, o funcionarios menores, vigilados por la desconfianza y el recelo. Pero, poco a poco, reclamaban más, exigían la libertad y con ella el poder.

En Michoacán, los intelectuales egresados del Colegio de San Nicolás tuvieron el poder, sobre todo a partir de la segunda reapertura (1867). Los gobernadores Justo Mendoza, Rafael Carrillo, Bruno Patiño y Pudenciano Dorantes habían salido del plantel. Pero, con la dictadura, a partir de 1884, la situación cambió, y durante más de un cuarto de siglo fueron excluidos, salvo en peque­ños interinatos de los mandatarios afectos al régimen, Mariano Jiménez y Aristeo Mercado, que gobernaron en ese largo período. Estos señores favorecieron la instrucción pública, sobre todo el Colegio de San Nicolás, como un medio de atracción de los "científicos" michoacanos, y para adornar su persona con rasgos de gran cultura. En el fondo aquellos gobernantes eran vistos con desprecio por los profesionistas y, sobre todo, por la juventud estudiosa.

El director de la Escuela de Jurisprudencia, licenciado Miguel Mesa, en su informe de 1901, dijo: "Pensamos que el abogado que por antonomasia se llama letrado, tiene como destino la dirección de la sociedad, más especialmente que otras clases ilustradas... Así pues nuestra tarea ha sido inculcar en la juventud la convicción de que está llamada a grandes destinos, que cumplirá si cuenta con una inteligencia ilustrada y una voluntad enérgica"[1].

Al presentarse el gobernador ante el Congreso del Estado a informar sobre su gestión administrativa, el 16 de septiembre de 1904, habló de sus esfuerzos por "el adelanto moral e intelectual, por una parte, y por la otra, los progresos del orden material". El presidente del Congreso, el licenciado nicolaita Enrique Domenzáin, le recordó "la circunstancia de que hayáis desdempeñado por un largo periodo de tiempo la primera Magistratura del Estado", y al referirse a los Institutos científicos como San Nicolás, dijo: "debe el gobierno atender este ramo, empeñándose porque sean sólidos los conocimientos que se impartan en los establecimientos de instrucción secundaria y profesional, de donde tienen que salir los sabios y los directores de la sociedad'[2].

Esta convicción de que les estaba reservado el poder de Michoacán entusiasmaba a los jóvenes nicolaitas. Algunos impacientes querían sacudirse de inmediato a los usurpadores colocados por el dictador contra la voluntad de los ciudadanos. Se enardecían ante cada reelección de Mercado, sobre todo la de 1908 para un quinto período; los estudiantes salieron a la calle dispuestos a impedir ese nuevo atropello, y fueron reprimidos. El señor Mercado advirtió que no bastaba la fuerza pública, y dictó un severo Reglamento del Colegio de San Nicolás y de las escuelas profesionales, incluida la Academia de Niñas, que contenía el propósito de que las instituciones contribuyeran a reprimir a los alumnos. El Reglamento tiene fecha de 20 de diciembre, y fue expedido en uso de facultades constitucionales. El artículo 44 dice: "Los alumnos reconocerán por sus Superiores al Gobernador del Estado, Secretario de Gobierno, Director, Sub director Profesores titulares y adjuntos, y a los Secretarios, Sub prefectos y Celadores". Otro artículo convertía a los alumnos en espías al servicio de sus superiores, a quienes deberían "darles con entera verdad los informes que les pidan sobre los hechos que sepan o hayan presenciado". También "serán castigadas con rigor las leves faltas de respeto a sus superiores". Y el artículo 72, que es un monumento: "Los alumnos serán expulsados... VI. Por tomar participación en manifestaciones políticas o de otro carácter en que se falte a las autoridades o se ofenda a algún particular o Corporación. VII. Por publicar o contribuir a la publicación por la prensa o de otra manera de artículos en que se cometan las faltas indicadas u otras semejantes... Artículo 73. Cuando se aplique a un alumno la pena de expulsión definitiva, se comunicará tal determinación a los demás Colegios de la República"[3].

Esas medidas de disciplina formalista y represiva no dieron los frutos que apetecía el gobierno. Los estudiantes se las ingeniaron para expresar sus ideas. Era difícil tarea, no sólo por la rigidez del Reglamento sino por los obstáculos para la impresión de cualquier periódico, manifiesto o folleto. Había muy pocos talleres tipográficos en Morelia, y todos estaban sujetos a la ley de imprenta que les obligaba a denunciar ante la autoridad cualquier escrito contrario que llevaran a imprimir. El mejor taller era el de la Escuela Industrial Militar "Porfirio Díaz" y estaba, como es lógico suponer, controlada por el gobierno, a través del director del establecimiento. Los nicolaitas constituyeron la Sociedad Literaria "Melchor Ocampo Manzo", en memoria de un querido maestro del Colegio de San Nicolás, hijo del ilustre restaurador. Dicha Sociedad se propuso editar una revista a la que puso Flor de Loto, y pidió que se imprimiera, mediante pago, en la imprenta oficial; se les puso como condición que no contuviera materiales de tipo político, y así se publicó el primer número ellO de junio de 1909. No obstante la censura, en esta revista se publicaron poemas, artículos y discursos en los que se trasparentaban otros problemas, envueltos en ropajes románticos. Dirigían la Sociedad y la revista, los alumnos: Francisco R. Romero, Felipe Calderón y J. Isaac Arriaga; poco después se sumó el estudiante de Medicina, Cayetano Andrade; y más tarde Ignacio Chávez y Samuel Ramos[4].

El régimen porfirista celebró con actos suntuosos el centenario de la iniciación de la Independencia. Homenajes declamatorios a los héroes, con invocaciones solemnes a la patria, la libertad y otros temas retóricos, que sonaban huecos en una patria amarga donde aun prevalecía la esclavitud, la miseria y la ignorancia que los patricios de 1810 pretendieron erradicar. Los actos se prestaron para el lucimiento de los tiranos.

En Morelia, las autoridades organizaron los festejos del centenario, y asignaron determinados días para que los diversos sectores sociales honraran a los héroes. Tocó a los estudiantes del Colegio de San Nicolás el día 11 una velada literaria en el Teatro Ocampo, donde habló Isaac Arriaga. Después de exaltar la gesta insurgente, manumisora del indio, dijo: "Venid, oh, nicolaitas, y unidos en torno de nuestra enseña, juremos por las cenizas de nuestros semi-dioses, luchar eternamente por la Verdad, por la Justicia y la Belleza... Mas no olvidemos que el plantel donde, a raudales, bebemos la verdad, bálsamo precioso de que la humanidad está sedienta, fue creado por un Santo, cuya memoria veneramos, para hacer la luz en la conciencia de una raza decadente, y que esa raza, a pesar de la libertad que disfrutamos, a pesar de nuestros adelantos materiales e intelectuales, a pesar de los sacrificios de mil y mil héroes por darle un poco de bienestar y dicha, gime en la ignorancia, víctima de nuestra indolencia, huye de nosotros temerosa de nuestros rigores y, tal vez, nos odia y nos maldice!... Nicolaitas, se nos muere la raza de Cuauhtémoc, iJuremos por la patria darle vida!"[5]

El discurso de Arriaga fue publicado en Flor de Loto, a pesar de que encerraba ideas políticas y censuras, aunque veladas, al sistema de gobierno que condenaba a las grandes mayorías, sobre todo a los núcleos indígenas, a la miseria y la muerte.

El 22 del mismo mes, de acuerdo con el Programa de la Junta Patriótica, correspondió a los estudiantes salir a la calle en manifestación cívica en honor de los héroes. Recorrieron varias calles; se detuvieron ante el monumento a Morelos, en un costado de la Catedral; y llegaron hasta el extremo de la primera calle Nacional, y allí cerca del lugar donde estuvo la capilla de las Animas, develaron una placa conmemorativa del acto en que el insurgente Manuel Villalongín rescató a su esposa presa y condenada a muerte por las autoridades realistas. Antes de la develación, el inquieto estudiante Cayetano Andrade habló a sus compañeros y al pueblo allí reunido: "La juventud siempre obra por convicción propia y cuando le guía una idea noble y una mira levantada lleva a cabo lo que intenta, por más que se opongan los que cegados por miras mezquinas quieren detenerla en su ascensión triunfal"[6]

En el país, la inquietud política se había desbordado. El malestar reprimido por la permanencia en el poder de Díaz y su camarilla, tomó las dimensiones de una revolución. Al principio se pensó en la posibilidad de que el viejo dictador aceptara la presencia de otros candidatos a los puestos de elección, sin hacerlos víctimas de persecución y muerte; pero muy pronto se vio que el camino de la democracia no era el acertado, pues don Porfirio y sus favoritos no dejarían el mando en forma pacífica. Los planes de una rebelión armada comenzaron a formarse, y un hombre valiente se puso al frente de aquel movimiento, don Francisco 1. Madero. Señaló una fecha para el levantamiento armado contra la dictadura: el 20 de noviembre de 1910. En esa fecha, como era costumbre se desató la represión por parte del gobierno, y cayeron las primeras víctimas, lo que enardeció más a los revolucionarios.

En Morelia, por las razones que anotamos, al descontento por la dictadura de Díaz se sumaba el que provocaba la dictadura de Mercado, y también estalló la rebelión. El 12 de noviembre, unos días antes de la fecha señalada por Madero, los estudiantes del Colegio de San Nicolás y los de Medicina organizaron una manifestación de protesta por el linchamiento del mexicano Antonio Rodríguez en Rock Springs, Texas. Los jóvenes salieron a la calle, hablaron al pueblo, y en sus discursos vapulearon al gobierno por su tibieza en el incidente de la nación vecina; las condenas subieron de tono hasta que abiertamente hablaron del derrocamiento del gobierno tiránico. La policía les dispersó. Los estudiantes J. Isaac Arriaga, Cayetano Andrade y Sidronio Sánchez Pineda fueron aprehendidos y expulsados del Colegio y de la Escuela de Medicina[7].

La revolución había tomado fuerza en todo el país. El 10 de mayo de 1911 Ciudad Juárez cayó en poder de los rebeldes, ante lo cual y visto lo inminente del triunfo de los enemigos de su gobierno, el general Díaz firmó un tratado para poner fin al conflicto; el día 25 envió su renuncia ante el Congreso; y al día siguiente salió a Veracruz, donde se embarcó hacia Europa, para radicar en Paris, la capital de la nación a la que había combatido años antes con las armas del patriota.

Aristeo Mercado se alejó con mayor discreción, ante el avance de la revolución que había estallado en Santa Clara del Cobre, bajo el mando de un burócrata menor, el subprefecto Salvador Escalante, convertido ya en general. De otros puntos del Estado le llegaban a Mercado noticias de levantamientos, por lo que pidió una licencia al Congreso, que le fue concedida el 13 de mayo de 1911. Quedó en el gobierno el antiguo maestro del Colegio de San Nicolás, licenciado Luis B. Valdés, que era el Secretario de Gobierno. Cumplido el término de la licencia, renunció Mercado, pero ya no estaba Valdés en el cargo; se había retirado para que los "maderistas" recibieran a los rebeldes de Escalante que se aproximaban a la ciudad[8].

El licenciado Valdés había desempeñado otras suplencias, por licencias concedidas a don Aristeo. A fines de diciembre de 1910 se encontraba en el desempeño del referido interinato, y dispuso una nueva Ley Orgánica de Instrucción Preparatoria y Profesional, en la que corrigió por lo menos parcialmente el Reglamento intimidatorio de 1908. En la parte relativa decía el nuevo ordenamiento: "Como medios de corrección a las faltas de los alumnos, los reglamentos establecerán los convenientes sirviendo de regla general que debe preferirse el consejo a la represión y ésta a las demás penas que se le impongan las que en ningún caso serán depresivas de la dignidad de los educandos"[9].

Desde el momento en que surgió el movimiento maderista, los miembros de la burguesía y la pequeña burguesía michoacana se aprestaron a la lucha. Su meta era la recuperación del poder político que se les había negado por más de un cuarto de siglo. La caída de la dictadura fue una brillante oportunidad, sobre todo cuando el programa de Madero se apoyaba en el libre ejercicio democrático y el respecto al sufragio. Ellos dominaban la situación y estaban seguros del triunfo en la lid electoral, pues formaban el único grupo político, cuyo aglutinante ideológico era el liberalismo, y cuyo cuartel general era el Colegio de San Nicolás. Varios empresarios, comerciantes y hacendados estaban con ellos; las débiles organizaciones de artesanos y obreros les seguían; el clero permanecía a la espectativa, en busca de las máximas garantías; y, como quiera que se aprecie, la campaña de Madero implicaba una necesidad de cambio social. Se buscó entonces al hombre que representara los intereses de la clase política, y que en alguna forma se hubiera identificado con las clases desheredadas, y además tuviera cierta experiencia en lides electorales. Poco trabajaron en encontrar ese hombre, y se unieron en torno al doctor Miguel Silva González.

El doctor Silva provenía de una familia de políticos liberales. Sus abuelos paterno y materno (el licenciado José María Silva y el doctor Juan Manuel González Urueña) habían sido gobernadores del Estado; su padre, el doctor" Miguel Silva Macías, también había ocupado ese cargo; y él había resultado electo Senador suplente en los últimos comicios. Tenía bien ganada fama de filántropo; en su trabajo profesional había conquistado una envidiable clientela en la sociedad alta, por su preparación, complementada en el extranjero, y por su atractivo personal, lejos de convertirse en un médico de ricos, recibía a los necesitados, visitaba las barriadas humildes, y ejercía la caridad cristiana, que era el ideal de los intelectuales de su grupo. Rozarse con los pobres era un rasgo de liberalismo, aunque de ese roce no resultara nada que cambiara la situación social de aquellos infelices, pero se hacía de buena fe, por razones de principios. El doctor Silva fue, pues, el abanderado del movimiento antirreeleccionista. Sus propósitos eran idénticos a los del maderismo[10].

Los derrocadores de Díaz sólo buscaban el ejercicio democrático. En el que hallaban la solución a todos los problemas sociales. Era un avance, indudablemente, pero la realidad del mundo rebasaba esas metas democratizantes y ese liberalismo a ultranza. La época era conflictiva. Nuevas potencias mundiales desplazaban a Inglaterra; el Japón y los Estados Unidos hacían sentir su supe­rioridad marítima. El continente asiático estaba convertido en el campo de lucha de los imperialismos. Los Estados Unidos, que habían alcanzado el primer lugar en la producción industrial, se hacían presentes en el nuevo reparto del mundo. Inglaterra conservaba su dominio en la India y en el Océano Indico; Rusia tenía Siberia; el Japón se apoderaba de Corea y penetraba en China; Africa continuaba dominada por las potencias europeas; y Alemania, que había llegado tarde a los repartos en Asia y en Africa, pretendía extenderse en Europa. En las grandes potencias se advertía ya, a los ojos de los buenos observadores, los síntomas de una crisis profunda, creada por sus contradicciones internas.

Como efectos de esa crisis, Rusia se veía obligada a crear una legislación laboral, presionada por la clase obrera y por la clase media de ideas liberales; y no obstante los beneficios de esa legislación, surgían movimientos revolucionarios que habrían de de sembocar en las luchas de 1904-1905, con la formación de los primeros soviets y por una república democrática. El zar Nicolás II y su primer ministro Stolypin pretendieron acallar el descontento y dominar la situación con reformas liberales, pero todo fue inútil. Stolypin fue asesinado por las bandas al servicio de los terratenientes; el zar, coludido con estos, desató una sangrienta represión contra los revolucionarios, que provocó la caída del zarismo y el establecimiento de un régimen socialista. Movimientos similares de evolución de las ideas liberales hacia el socialismo se produjeron en la primera década de nuestro siglo en la India, China (el Kuomingtang de Sun- Yat-Sen) y en Alemania.

La situación de América Latina era especialmente conflictiva por la misma lucha de potencias. Al terminar la primera década, las inversiones de los principales países eran muy fuertes, lo que ocasionaba guerras y revoluciones.

          Inglaterra tenía invertidos en el área 20,000,000.000 de francos oro. (En México tenía 99.000.000 sólo en minas y petróleo).

          Francia contaba sus inversiones en 6,500.000.000, sobre todo en nuestro país.

Los Estados Unidos tenían US 1,250.000.000: 100 en América del Sur; 100 en Cuba (enmienda Platt) y 1,050.000.000 en México, en diversos ramos, principalmente minas y petróleo, materia estratégica en visperas de la primera guerra mundial 1914-1918.

Este brevísimo panorama puede dar una idea de los intereses que estaban en juego a la caída del dictador mexicano; por lo que no sólo se trataba de cambiar de mandatarios y de garantizar el ejercicio del voto y la no permanencia del gobernante en el poder. Era necesario un cambio profundo en la sociedad mexicana. La industria (textiles, minería, ferrocarriles y petróleo) se encontraban en manos de extranjeros. Las comunicaciones se habían incrementado en el gobierno de Díaz; antes había sólo dos pequeñas líneas ferroviarias, y él las hizo avanzar a 19,000 millas de vías (1908); se tendieron 45,000 de hilos telegráficos; estas comunicaciones ser­vían a los centros industriales y beneficiaban sobre todo a las compañías extranjeras. La agricultura registraba un atraso en técnicas de cultivo, como resultado del acaparamiento en pocas manos, y por los efectos nefastos de las compañías deslindadoras. El comercio se hallaba en manos de franceses, españoles y norteamericanos. En el aspecto social, los salarios eran bajos en las ciudades y en el campo, donde además se hallaban establecidas las tiendas de raya, que mermaban aun más el ingreso de los peones. El 80 % de la población total del país era analfabeta. La educación primaria alcanzaba sólo a la clase media; y la superior sólo a los ricos. Los indígenas, por los cuales clamaban los nicolaitas, eran los más explotados y reprimidos. Había principios de organización obrera; se formaban en algunas factorías y empresas, sociedades mutualistas o cooperativas, dirigidas por anarquistas. En algunos lugares, el descontento de la clase obrera había sido ahogado en sangre, como en Cananea y Río Blanco. Los campesinos mantenían sus formas de organización prehispánica para la defensa de su derecho a la tierra (Emiliano Zapata era el calpuleque de Anenecuilco).

Los liberales, sin embargo, sólo veían el problema político y no el social. Don Francisco I. Madero llegó a decirlo: "esta no es una revolución social", y fiel a ese principio mantuvo el mismo estado de cosas, la misma estructura de la nación.

En Michoacán, los campesinos que siguieron a Escalante desde Santa Clara, tampoco poseían una idea política o por lo menos no tuvieron tiempo de externarla. Avanzaron sobre Morelia, tal vez con el fin de poner a su jefe en el gobierno del Estado. Los liberales de Morelia pensaron en lo mismo, y ante la retirada de Mercado y el interinato de Valdés, quitaron a éste y colocaron al Dr. Silva; a la vez nombraron comisiones para que fueran a recibir las fuerzas de Escalante. La entrada del general en Morelia fue jubilosa; los liberales salieron a su encuentro, para el remoto caso de que quisiera exigir el poder. Escalante, que no tenía más programa que derrocar a la dictadura, regresó al campo, y los de Morelia se aprestaron para la contienda cívica. El Dr. Silva dejó el poder para lanzar su candidatura, que de inmediato fue apoyada por todos los sectores. Los alumnos del Colegio de San Nicolás fueron los más entusiastas propagandistas de aquella candidatura. No contaban con que el clero michoacano, desconfiado y astuto, quería pescar en el río revuelto de la política, y postulaba sus propios candidatos. El Partido Católico lanzó la candidatura del licenciado Francisco Elguero, también nicolaita, pero adicto a la persona de Mercado y fiel servidor del señor Arzobispo. El Dr. Silva hizo un viaje a México para saludar al señor Madero, y a su regreso, numerosos partidarios fueron a la estación del ferrocarril para darle la bienvenida, y le acompañaron a lo largo de la Calle Nacional hasta su domicilio en la Plazuela de las Animas. Al pasar una parte del contingente frente a la casa de Elguero, éste, que se hallaba en un balcón, acompañado del general Epifanio Reyes y de Diódoro Videgaray, al escuchar los vivas a Madero y a Silva, y los mueras en su contra, se disgustó, insultó a la multitud y en un arrebato de cólera sacó la pistola y disparó contra los manifestantes. Esto bastó para que se armara un zafarrancho, que fue reprimido con saña por la fuerza pública; aquello hubiera terminado mal si el propio Dr. Silva no hubiera arengado a sus partidarios, frente a la casa, ofreciéndoles que se castigaría a los gendarmes que habían golpeado a los que sólo se defendían de la agresión de Elguero. En la confusión, éste huyó de la ciudad, y el partido Católico postuló otro candidato, el licenciado Primitivo Ortiz, ex-regente el Colegio de San Nicolás, también de ideas conservadoras[11].

La campaña en favor del doctor Silva estuvo vinculada con el Partido Liberal Mexicano; desde luego, este Partido no era el de Flores Magón, sino el de los antiguos juaristas, los que aun sostenían las tesis de los liberales del siglo anterior. El presidente de este Partido era el licenciado Fernando Iglesias Calderón, descendiente de José María Iglesias, y pariente de don Melchor Ocampo. Iglesias llegó a Morelia el 14 de abril de 1912 para apoyar la candidatura de Silva. Se le recibió con grandes muestras de júbilo por parte de los estudiantes de San Nicolás que llenaron la estación del ferrocarril; el alumno de Medicina Francisco R. Romero leyó unos versos en la recepción. Por la noche, en el Teatro Ocampo, se realizó una velada-mítin en la que hablaron varios estudiantes y Miguel Alessio Robles, que acompañaba a don Fernando[12].

El puesto de regente del Colegio estuvo vacante. El licenciado Francisco Pérez Gil, que desempeñaba el cargo desde 1898, renunció. El gobernador interino autorizó a los alumnos para que eligieran al funcionario máximo de su plantel, en forma democrática; y ellos eligieron al licenciado Salvador Cortés Rubio, pero éste resultó un enemigo de la candidatura de Silva, y tuvo enfrentamientos con los estudiantes; le pidieron renunciara pero él se negó; los mismos que le habían propuesto le formaron un ambiente hostil y hasta llegaron a lapidarle; intervinieron las fuerzas del orden, y el Colegio fue clausurado. El gobernador interino, doctor Angel Carreón realizó las mismas funciones de freno a la revolución que tuvo en el país el gobierno interino de Francisco León de la Barra. Alumnos y maestros se dirigieron a Madero, y quedaron decepcionados de su tibieza; les ofreció intervenir y jamás lo hizo o nunca le hicieron caso.

Desesperados los nicolaitas porque el gobierno les ponía condiciones para la reapertura, y una de ellas era la aceptación de Cortés Rubio como regente, decidieron fundar un Colegio Libre de San Nicolás de Hidalgo al que, en un rasgo de buen humor, llamaron San Nicolasito. Alquilaron una casa en las afueras de la Ciudad, y allí, con incomodidades y carencias, sin mobiliario ni anexos, se abrieron las clases el 20 de julio de 1912. Contaron con la colaboración de varios maestros y de algunos alumnos de Medicina y Jurisprudencia, de años superiores, que dieron las clases en aquel improvisado campamento cultural. Los mismos alurimos nombraron regente al licenciado Andrés Iturbide, quien además impartió las clases de: Aritmética razonada, Algebra, Geometría y Trigonometría; fue secretario de San Nicolasito el mismo que era en San Nicolás, el doctor Enrique Cortés, quien dio también las clases de Geografía General y Patria. El resto del personal fue: Romualdo Quetchotl, Raíces griegas y latinas; Francés 1 y 2, Dionisio Loya López; doctor José M. Reyes Mendoza, Física y Cosmografía; Francisco R. Romero, Literatura y Gramática general; licenciado Herculano Ibarrola, Historia Universal y Patria; Manuel Martínez Báez, Botánica y Zoología; José Torres, Lógica, Moral y Psicología; profesor Carlos Treviño, Lengua Nacional; profesor José Jara, Dibujo general; profesor Miguel Castro Torres, Inglés 1 y 2; doctor Julián Bonavit, Química; JesúsDíaz Barriga, Mineralogía y Geología; y profesor Romualdo Ramos, Teneduría de Libros[13].

En las elecciones, el doctor Silva ganó en forma arrolladora y el 16 de septiembre tomó posesión del gobierno. Muy poco duró en el cargo, y su obra fue casi nula. Las arcas públicas no estaban vacías; en honor a la verdad, don Aristeo no se enriqueció en el cargo ni dilapidó la hacienda pública. Le gustaba el boato; con frecuencia viajaba a Uruapan para disfrutar las delicias de aquel lugar, y siempre se le recibía como a un sultán; dispuso que su retrato y el de don Porfirio estuvieran en ellas oficinas públicas. Pero no era deshonesto. Lo que pasaba era que se tenía un presupuesto raquítico.

El doctor Silva gobernó de septiembre de 1912 a febrero del año siguiente, menos de un semestre. Su programa de gobierno, expuesto durante su campaña política, incluía: libertad de sufragio, respeto absoluto a las ideas, independencia de los poderes del estado, sumisión a las leyes, atención a la higiene pública, lucha contra el alcoholismo, protección y educación de la infancia, y la juventud mejoramiento de la agricultura; libertad de imprenta, modernización de las comunicaciones y los centros de beneficen­cia; cumplimiento de las leyes laborales; una recta administración de justicia; y la vigilancia estricta de la hacienda pública. De todo esto, poco pudo hacer[14].

Los asesinatos del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, obligaron al doctor Silva a solicitar una licencia el 22 de febrero de 1913, y ya no regresó al poder. A partir de entonces comenzó el gobierno de los militares impuestos por el usurpador general Victoriano Huerta. El gobernador Silva se preocupó en su corto mandato por la educación y la salud pública; sus sucesores no continuaron con ese programa. El inmediato fue el general Alberto Dorantes, que duró en el mando un mes. Un Congreso complaciente, formado por "científicos", nicolaitas casi todos, pero adictos al huertismo, designaron a los gobernadores militares que les ordenó Huerta; así llegaron al poder los generales Alberto Yarza y Jesús Garza González.

Un nuevo movimiento revolucionario se gestó en el norte del país en contra del general Huerta y de su régimen espurio; encabezó esa lucha Venustiano Carranza, quien propuso a la nación la reunión de un Congreso Constituyente que diera forma jurídica a la revolución iniciada por Madero. Desde el comienzo de esta nueva etapa, algunos de sus hombres le dieron al movimiento carácter social; comenzaron los repartos de la tierra y se empezó a hablar de reivindicaciones obreras. La revolución se hizo más profunda que en la primera etapa.

Durante la administración de Garza González, el Colegio de San Nicolás continuó su vida académica sin mayor alteración. El gobierno sostuvo el mismo plan de estudios dividido en seis años. En el primero se estudiaban: Lengua Nacional (analogía, sintaxis, fonología y ortografía), Raíces griegas y latinas y Dibujo a mano libre; en el segundo: Aritmética razonada y sistema métrico decimal, Geografía general americana y patria, y primer curso de idioma francés; en el tercero: Algebra elemental, Geometría ele­mental plana y en el espacio y Trigonometría rectilínea, segundo curso de Francés y Literatura y gramática general; en el cuarto: primer curso de Inglés y Física, meteorología y cosmografía; en el quinto: segundo curso de Inglés, Química elemental, análisis quí­mico y reconocimiento de sales, y Mineralogía y Geología; en el sexto: Lógica, psicología, moral y sociología, Historia general y patria, y Botánica y zoología. Figuraban como clases accesorias: Teneduría de libros, Taquigrafía (sistema Pitman), Dibujo y pintura, Solfeo, Piano y Armonía, y Violín[15].

En el mes de abril de 1914, fuerzas armadas de los Estados Unidos invadieron nuestro país; se apostaron frente al puerto de Veracruz, y por un incidente provocado, los infantes de la marina norteamericana tomaron a sangre y fuego el puerto y sacrificaron a varios de sus defensores. La prensa michoacana reaccionó contra aquel atentado; en el Periódico Oficial se destacó el sacrificio de los cadetes de la Escuela Naval, "a semejanza de los niños héroes de Chapultepec". Se hablaba de acciones antimperialistas: "Las fuerzas de Velasco y Villa en territorio Yanquee"; "El pabellón de las estrellas por el suelo"; "Los pozos petroleros serán incendiados si desembarcan los gringos"; "El Colegio Militar está listo para la campaña"[16].

En este ambiente de agitación patriótica se reunieron los maestros y alumnos del Colegio de San Nicolás, el día 22 de abril. El regente licenciado Manuel Ibarrola, tremoló la bandera nacional, y dijo: "Si como mexicanos tenemos deberes sagrados para con la Patria, en nuestro carácter de miembros de este histórico plantel, del que fue Regente el insigne caudillo de la independencia, señor cura don Miguel Hidalgo y Costilla, estamos más' imperiosamente obligados a cumplidos. Como herencia santa encomendada a nuestro cuidado, se halla en este Colegio el corazón del martir de la Reforma, señor Ocampo, y no seríamos dignos depositarios de esa reliquia venerada, si hoy permaneciésemos en silencio ante el oprobioso ultraje hecho al país por el coloso norteamericano"[17].

El verdugo Victoriano Huerta obtenía el respaldo de los diver­sos sectores del país, y ese hecho favorecía su gobierno, combatido por los constitucionalistas. Don Venustiano Carranza, por su parte, y los principales jefes militares como Francisco Vill~ Emiliano Zapata y otros, protestaban igualmente y se aprestaban a la lucha; pero el más beneficiado era Huerta por estar en posesión de la capital de la República, aunque no tuviera el reconocimiento de todas las naciones extranjeras[18].

Los nicolaitas enviaron un telegrama a Huerta: "Señor Presidente de la República, General de Cuerpo de Ejército don Victoriano Huerta. El Director, profesores y alumnos del Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo, sostenedores de las heróicas tradiciones de este plantel, en sesión de hoy, unánimemente acordaron ofrecer a usted sus servicios, hasta el sacrificio de la vida, para mantener incólumes la independencia y la dignidad de la Patria, amenazadas por la perfidia de los norteamericanos"[19].

Se lanzó un manifiesto "a todos los michoacanos, sin distinción de credos políticos". En él se atacaba la infamia del invasor, se reme moraban los hechos de 1847, y se hacía un llamado a la unidad: "Es tiempo ya de que las rencillas políticas terminen y que todos nos unamos para la defensa nacional". Los nicolaitas salieron a la calle; recorrieron la avenida principal y, en algunos lugares, los oradores llamaron al pueblo a la defensa del país. Uno de los oradores, el licenciado Luis Macouzet, terminó su vehemente exhortación con esta consigna: "iNicolaitas! Aprestaos a la defensa de la dignidad nacional"[20].

En el juego de la diplomacia norteamericana, el gobierno de Huerta aparecía como agresor, y los invasores como representantes del honor de la nación vecina. De nuevo, como en 1847, las víctimas eran presentadas como victimarias, por arte de esa siniestra magia que parecía envolver un cuento de terror. La mediación de tres países (Argentina, Brasil y Chile) hizo posible la reanudación de las negociaciones que la potencia imperial se negaba a emprender; y por la actitud enérgica de Carranza, se consiguió que las tropas abandonaran el puerto de Veracruz que injustificadamente habían ocupado[21].

Los michoacanos se lanzaron a la lucha contra el huertismo en los poblados rurales, en tanto que la pequeña burguesía liberal se plegaba a los mandatos del gobierno. En el sur del Estado, gentes que tenían las armas como jefes rurales, las emplearon para combatir en favor del Constitucionalismo. Fueron los comandantes Gertrudis García Sánchez y José Rentería Luviano, a quienes secundaron Héctor F. López, Joaquín Amaro, Alfredo Elizondo, Cecilio García y Martín Castrejón, nicolaita este último. Aquella insurrección tomó fuerza, y muy pronto llegaron los rebeldes hasta la capital del Estado, la que ocuparon pacíficamente ante la huída del general Garza González, el 1 de agosto de 1914. Venía al frente García Sánchez, ya con el grado de general. Los liberales morelianos se aprestaron a recibirlo; pensaron que sería igual a Escalante, pero el general constitucionalista les desengañó; les dijo que él no venía a pedir sino a tomar, y no necesitaba del apoyo de los timoratos, pues le bastaba la fuerza de los campesinos en armas que le acompañaban. Demostraba que era el jefe de la revolución en Michoacán. Se trataba de otra etapa del movimiento iniciado en 1910. Si en la primera había sido muy importante la participación del doctor Miguel Silva, que fue el ariete que derribó la dictadura con la bandera del antirreeleccionismo. Ahora era un segundo esfuerzo, orientado hacia la justicia social[22].

El Colegio de San Nicolás tuvo una brillante participación en la lucha contra la dictadura. Como hemos visto, algunos se doblegaron ante el usurpador, pero otros tomaron las armas y siguieron el ejemplo del doctor Silva, revolucionario sincero, quien más tarde se afilió a los grupos más radicales[23]. El Colegio vivió estancado, sumido en rutinas académicas. Su presupuesto fue el mismo que tenía en el régimen dictatorial: $ 16,768.00 en el año fiscal del 1 de julio de 1913 al 30 de junio de 1914, es decir todo el período huertista. La Escuela de Medicina recibió en el mismo lapso: $9,504.50; y la de Jurisprudencia $ 7,640.00. Los sueldos, como hemos visto eran muy bajos. El regente ganaba $ 1.60 diarios, casi lo mismo que un escribiente ($ 1.30) Y mucho menos que un oficial de Archivo ($ 3.30) o que un subteniente de las milicias del Estado ($ 2.40). Los sueldos de los maestros y del personal: los catedráticos ganaban $ 1.30 diario, excepto los de Física y Cosmografía, Mate­máticas, Francés, Dibujo y Pintura y Música y Solfeo, que tenían asignados $ 2.00 Y en forma discriminatoria para los demás, el de Inglés tenía $ 2.50. Los ayudantes de preparadores tenían $ 0.30 o $ 0.50, los celadores $ 0.50, los prefectos $ 1.00, el bibliotecario $0.60, y así todos los demás servidores del Colegio. En resumen, las administraciones de Dorantes, Yarza y Garza González gastaron en Instrucción pública $ 244,817.00, Y en Milicia $ 555,040.50, más del doble[24].

Desde el comienzo de la revolución constitucionalista, algunos alumnos abandonaron el Colegio para incorporarse a la lucha (Pelagio A Rodríguez, Enrique Toledo, Rafael Campuzano, Federico Ortíz, J. Isaac Arriaga, Cristóbal Ruiz Gaytán y Maurilio Vélez). El general García Sánchez se rodeó en el gobierno de los más destacados hombres del "silvismo", los nicolaitas Porfirio Garda de León, Francisco Ortiz Rubio, Alberto Oviedo Mota y JoséPilar Ruiz[25].

El gobierno de Gertrudis G. Sánchez fue de tipo radical. Su actuación se distinguió por la afectación de intereses, sobre todo los de la Iglesia Católica, que había recuperado gran parte de sus caudales al amparo de la dictadura porfirista. Después del periodo de hondas divergencias entre el poder civil y el eclesiástico, llegó a la arquidiócesis el doctor José Ignacio Arciga, segundo arzobispo de Michoacán (el primero fue Munguía). Había tomado posesión el 8 de septiembre de 1867 (aun como auxiliar de Munguía, desterrado y enfermo), unos meses después del arribo del gobernador Justo Mendoza a Morelia. El señor Arciga buscó un entendimiento con el gobierno liberal, y como había por el otro lado iguales propósitos, pronto se llegó a una tregua tácita: el gobierno se desentendió de la Constitución en lo que tocaba a cosas de la Iglesia, y ésta no agitó en contra del gobierno. Con este convenio o componenda, el clero pudo recuperar sus capitales y construir, como en otros tiempos, edificios suntuosos para sus colegios. A esta política se le llamaba de "prudencia y moderación", y "garantía para la paz y el progreso".

En el tiempo del señor Arciga se construyeron los magníficos edificios del Seminario Tridentino y Conciliar en el terreno que ocupaba el cementerio de San José antes de que el gobierno civil abriera el panteón municipal. Se encargó de la construcción el ingeniero Adolfo Tremontels; es un magnífico local con seis patios, muy amplios y elegantes. Se le dotó de un gabinete de Física, con modernos aparatos; un observatorio meteorológico, sólo comparable entonces al de Tacubaya, en la capital del país. La biblioteca, instalada en una bella estantería, constaba de cuarenta mil ejemplares, entre los cuales había algunos muy valiosos. El edificio se terminó en el mes de marzo de 1884[26].

Es preciso hacer notar, al referimos al Seminario, que su plan de estudios fue muy semejante al del Colegio de San Nicolás, con excepción de los estudios de Teología para los que seguían la carrera sacerdotal (no era la única, pues había las de Derecho desde su re apertura en 1819). A partir de 1876, los estudios de la Filosofía se iniciaron, como en el Colegio Civil, por las Matemáticas y no por la Lógica, Metafísica y Moral, como se usaba en otros planteles[27].

Otra gran construcción fue la del Colegio Teresiano de Santa María de Guadalupe, dirigido por el mismo Tresmontels, en la esquina de la 1 Nacional y 6a. de Bravo, que se terminó en 1891. Es un edificio muy hermoso y amplio, y se levantó en terrenos del antiguo convento de las monjas Catarinas[28].

En la misma manzana, el arzobispo Arciga mandó construir el Colegio de San Ignacio, anexo del Seminario, como internado. Se inauguró en 1882[29].

La revolución constitucionalista en Michoacán tuvo, desde un principio, la adhesión de los estudiantes nicolaitas. Además de los que hemos mencionado, que abandonaron las aulas para seguir la suerte de la guerra, otros muchos se sumaron en oleadas sucesivas, de modo que a la llegada de Gertrudis G. Sánchez a Morelia, ya contaba el movimiento con numerosos simpatizantes[30].

José Valdovinos Garza, al referirse a esta época, escribió: "aquello [la vida del Colegio] se convirtió en un polvorín. De los comentarios, que tenfan lugar en patios y corredores de la Institución a toda hora -pues más que a estudiar todo mundo se sentía empujado a la acción revolucionaria- pasamos a las conjuras y de las conjuras a la revolución. Entonces, la bandera de las reivindicaciones populares que no quiso o no pudo enarbolar el doctor Silva, Gobernador de la entidad, fue llevada con honor a los campos de batalla por un puñado de nicolaitas cuya edad, en promedio, frisaba en los dieciséis años: J. Isaac Arriaga, Pelagio Rodríguez, Vidal Solís, Rafael Campuzano, Emilio Avilés, Enrique Toledo, Sidronio Sánchez Pineda, Manuel Villegas, Flavio Sánchez, Cristóbal Ruiz Gaitán, José González Herrejón, Federico Ortiz, Pedro Molina, Ricardo Cervantes, José Chávez Tercero, Miguel Ochoa, Donato Guevara, Gustavo Silva, Ramón Medina Guzmán, Luis Otamendi, Gonzalo Morelos y Ramón Paz, fueron los dignos representantes de aquella juventud plena de ideales y de bríos"[31].

De estos jóvenes, algunos regresaron a reanudar sus estudios, olvidándose de los grados militares alcanzados en campaña; otros siguieron la carrera de las armas, y llegaron a grados muy altos.

Sánchez se propuso renovar la estructura del Estado. Conocía poco el medio, pero a través de sus colaboradores se enteró de las necesidades más urgentes, él sí encontró las arcas vacias, y recurrió al procedimiento censurable de los préstamos forzosos. Su ejército era apenas de unos trescientos soldados, según afirma un historiádor del Seminario[32] por tanto no era la necesidad más apremiante. Basta ver el conjunto de leyes y reglamentos que dictó en el corto periodo de su mandato, para saber cuáles eran las verdaderas necesidades. Reglamentó la instrucción pública; aumentó los sueldos de los maestros; dispuso la reapertura de la Escuela Industrial, en cuyos talleres se hicieron artículos baratos para el pueblo y se confeccionaron prendas de ropa para los niños y las gentes necesitadas; se establecieron los desayunos escolares; se fundó el Hospital Militar, dotándolo de lo necesario; se formó la Junta de Beneficencia e Instrucción Pública y la Inspección General de Escuelas; se inauguró la Escuela Normal para Maestros; y se formaron cuerpos de seguridad pública para frenar los desmanes que cometían grupos sueltos de rebeldes que llegaban a la ciudad para sumarse a las fuerzas vencedoras[33].

Para realizar estas obras, el general necesitaba dinero, y por eso recurrió al préstamo forzado. Envió un representante suyo ante el gobernador de la mitra, en ausencia del arzobispo, exigiéndole quinientos mil pesos que, según algunos historiadores, le fueron entregados. Otros, en cambio afirman que el señor Laurel dijo no tener esa cantidad, y que ante su negativa el general amenazó con expulsar a todos los sacerdotes del Estado, e incautar los bienes de la Iglesia. No realizó lo primero, pero sí se posesionó de los edificios que hemos mencionado: el Seminario, el Colegio Teresiano y el Colegio de San Ignacio[34].

No sólo estos intereses afectó el general Sánchez. También a los ricos les impuso préstamos y les incautó bienes, de modo que algunos de esos propietarios que le habían recibido con fingido júbilo, se tomaron sus enemigos encubiertos. Circuló una carta bierta de un seminarista, que firmaba con seudónimo, donde se le decía al general: "Habéis tenido desde vuestra entrada triunfal a esta ciudad, el innegable talento de herir lo más delicado de los sentimientos...habéis escarmentado a muchos ricos despojándolos de sus derechos con los superiores e intangibles que os conceden la equidad y el Plan de Guadalupe"[35]. Los comerciantes ocultaban las mercancías o especulaban con su precio; comenzó a escasear la moneda circulante, y se recurrió a los papeles y cartones, que muchos se negaban a recibir y eran obligados por la fuerza de las armas. Pero la obra social de Gertrudis G. Sánchez no se interrumpió.

Sobre la ocupación del Seminario hay varias versiones. El autor de la citada carta abierta habla de "la hampa (sic) de una juventud que se dice intelectual y a la que pertenecen muchos que se llamarán mañana defensores de la justicia y mantenedores del derecho, se desparraman por el Seminario, semejante a una banda de gnomos... saquean los gabinetes científicos y van luego por las calles de Morelia, sonrientes con el fruto de sus rapiñas"[36]. Aunque no lo dice el valiente comunicador se refiere a los alumnos del Colegio de San Nicolás y a los de la Escuela de Jurisprudencia.

Pero hay otra versión. El profesor Jesús Romero Flores dice: "El general Sánchez dispuso que quedara como depositario de aquel inmueble [el seminario] el propio Vice-rector, D. Luis María Martínez, y, en honor de la verdad, nada sufrieron sus poseedores con la intervención aludida, si no fueron las molestias consiguientes al papeleo con la Tesorería General del Estado". Más adelante dice el mismo autor que, unos meses después llegó a la ciudad el general constitucionalista Francisco Murguía, y que fue él quien presionó a Sánchez para que tomara los bienes del clero. Murguía estuvo en Morelia tres días, de paso, entre el.15 y el 18 de diciembre; el gobernador Sánchez y los suyos dejaron la ciudad, según lo pactado, y regresaron hasta que Murguía salió; de modo que es muy discutible la mencionada presión de un jefe sobre el otro, en el asunto del Seminario. Según Romero Flores, el presionado general Sánchez ordenó que los muebles se trasladaran a la Prefectura (era Prefecto el licenciado Trinidad García); otros muebles los tomó el Tesorero, Rómulo Casillas; "y al regente del Colegio de San Nicolás se le dispuso que tomara los muebles y libros y aparatos que fueran necesarios para el servicio del plantel que estaba a su cargo" (era regente el doctor Manuel Martínez Solórzano). Completa el maestro la información al respecto: "en los meses que estuvo el Seminario bajo la custodia o depósito de sus primitivos poseedores, éstos tomaron del edificio los libros, aparatos científicos, documentación y demás cosas que creyeron conveniente tomar"[37].

No hubo, pues, tal saqueo del Seminario, perpetrado por bandas incontroladas de nicolaitas. Es cierto que hubo ocupación de muebles y objetos, pero todo se hizo bajo control y al cuidado de un hombre escrupuloso y honrado como era el señor regente, uno de los sabios más distinguidos que ha dado el Colegio de San Nicolás.

El triunfo de los constitucionalistas, jefaturados por don Venustiano- Carranza, no dio fin a la lucha armada, pues enseguida se desató una lucha de caudillos. Carranza convocó una reunión o Convención en Aguascalientes, a la que concurrieron los jefes militares que habían participado en la lucha contra el huertismo, pero no los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata, quienes a su vez reunieron otro grupo de militares en la ciudad de México, y desconocieron a la Convención. Ambos bandos volvieron a los campos de batalla para luchar entre sí. Gertrudis G. Sánchez estuvo representado en la Convención por el coronel Sabás Valladares. Luego, la Convención se declaró soberana y nombró presidente. al general Eulalio Gutiérrez; Sánchez se declaró "gutierrista"; pero tuvo un titubeo y se acercó al grupo villista, para volver enseguida a ser "convencionista", lo cual le dejó en medio de aquella lucha de pasiones y de caudillos, hostilizado y combatido por ambos bandos[38].

Las fuerzas villistas se aproximaron a Morelia, y el general Sánchez trasladó su gobierno a Tacámbaro. La entrada del general José L Prieto a la ciudad, fue saludada con regocijo por todos aquellos que habían sido afectados por la administración de Sánchez; y muy pronto se vio la razón. El 3 de marzo de 1915 entró el villista, y en la misma fecha lanzó un manifiesto en que decía: "Se respetarán las creencias religiosas de todos los habitantes, quienes pueden dedicarse a sus cultos, sin contravenir a las leyes de Reforma" y para demostrar el desacuerdo con su antecesor, regresó todos los bienes del clero, y como le informaron que los cargadores de número que trabajaban en la ciudad, le habían dado a Sánchez los informes acerca de quiénes eran los ricos morelianos que guardaban dinero, automóviles, caballos y objetos valiosos, el general Prieto ordenó que los reunieran, y juntos fueron llevados al panteón municipal donde, sin formación de causa, fueron fusilados[39].

Los nicolaitas que se habían incorporado al trabajo social de Gertrudis Sánchez, y que colaboraron en su gobierno, marcharon con él a Tacámbaro capital del Estado. El doctor Alberto Oviedo Mota, uno de los funcionarios que acompañaron a Sánchez, menciona en sus memorias los incidentes de la retirada hacia ese sitio, los ataques que sufrieron por parte de los villistas que les combatieron duramente, y la cantidad de profesionistas y alumnos del Colegio que estuvieron en los combates[40].

El 25 de marzo de 1915, el general Sánchez fue herido en una emboscada. Sus amigos le trasladaron a varios lugares con la herida infectada. Muy grave, en una camilla, se le aprehendió, se le llevó a Huetamo donde se le fusiló en la misma camilla, el 25 de abril. Los civiles que acompañaban al general se dispersaron; unos se fueron hasta los campos de Celaya, donde se libraron, los combates en que Francisco Villa resultó vencido. El general Prieto abandonó Morelia el 5 de abril, y Alvaro Obregón, el vencedor, nombró gobernador y comandante militar al general Alfredo Elizondo, quien llegó a la ciudad el 26 de abril.

"El señor general Sánchez -dijo Héctor F. López- fue un hombre de mucha iniciativa, talento claro, gran amigo, y con dotes muy especiales para político. Su fe en los destinos del pueblo era inmensa" y el nicolaita Pablo G. Gómez, ante el cadáver del caudillo de la Revolución en Michoacán, dijo: "Sus antiguos compañeros, los que tuvimos la honra de llamamos sus amigos; los que luchamos a su lado con la fe del triunfo, y los que seguimos su ejemplo en los momentos de dolor, de persecución y de matanza, venimos aquí para decide con el alma herida: iAdios, luchador incansable!"[41]

 

 

Tan pronto como llegó a Morelia el general Elizondo dispuso, en un decreto, la abolición de la enseñanza religiosa en el Estado, y la clausura definitiva del Seminario (28 de abril de 1915); en dicho decreto se declaró laica la educación en todos sus niveles. En la misma fecha se reglamentó el ingreso de los alumnos al Colegio de San Nicolás. Fue preocupación de Elizondo todo lo referente al Colegio, al que reconocía como centro importante de la cultura mexicana y bastión contra todo tipo de opresiones y reacciones. Según el reglamento aludido, para ingresar al plantel se requería demostrar que se habían hecho los estudios primarios, pues, según afirma Romero Flores, todavía se daban casos de jóvenes que ingresaban sin ese antecedente. Otro decreto de la misma fecha creaba la Escuela Superior de Comercio y Administración, para la formación de oficinistas competentes y despachadores en telégrafos y ferrocarriles[42].

El general Elizondo dio un gran realce a la celebración del 8 de mayo de 1916. Por la mañana se realizó un acto cívico presidido por el profesor y coronel Gabriel R. Cervera, jefe de las operaciones militares; concluyó la ceremonia con una nutrida ofrenda en el monumento al Padre de la Patria. Por la noche, en el segundo patio, adornado con buen gusto por el maestro José Jara, se llevó a cabo una velada literario-musical, que concluyó con un baile de corta duración (dos horas) el primer baile que se realizó en esa fecha tan significativa para los nicolaitas[43].

Otras disposiciones del gobernador Elizondo, fueron: creación del Kindergarten "Federico Froebel" (14 de agosto); se reconoció personalidad a la Escuela Libre de Ingenieros, se legalizaron sus estudios y se les señaló un subsidio anual de tres mil pesos (23 de octubre); se negó la incorporación de las escuelas particulares (14 de octubre); el Museo Michoacano, que funcionaba con grandes dificultades en el edificio del Colegio de San Nicolás, que era insuficiente, el gobierno dispuso que pasara al edificio de la extinta Academia de Niñas, y se le dio un reglamento autónomo (21 de octubre); se revisaron las hojas de servicios de los maestros y se crearon estímulos a quienes destacaban en su labor; se intervinieron las escuelas católicas y se puso personal oficial para que las dirigiera; se dispuso que todos los hacendados, dueños de aserraderos o de cualquier ramo industrial que estuviera a más de dos kilómetros de algún poblado, estaban obligados a establecer y sostener una escuela primaria (15 de noviembre); dio ley y regla­mento a las Escuelas Normales (hombres y mujeres); se ordenó la creación de la Dirección General de Instrucción Pública (23 de diciembre); se municipalizó la enseñanza primaria (28 de febrero de 1916); se creó la Academia de Bellas Artes, en Morelia (14 de marzo)[44] .

Respecto a la educación superior, el gobierno de Elizondo decretó algunas medidas importantes, además de las que hemos mencionado sobre estudios de Comercio e Ingeniería. El 31 de diciembre de 1915 suprimió la "acción oficial", es decir el presupuesto de las Escuelas de Medicina y Jurisprudencia, porque, según decía en los considerandos del decreto no tenían suficientes alumnos y el Estado no podía gastar en un personal que no tenía trabajo (en Jurisprudencia había seis alumnos); babía necesidad de aplicar ese presupuesto a otras tareas útiles; los alumnos serían becados por el gobierno para continuar sus estudios en la ciudad de México[45]. El doctor Manuel Martínez Báez, en sus recuerdos de aquella época, explica la situación de otro modo; dice que varios maestros de la Escuela de Medicina, que habían servido a las administracio­nes de Díaz y de Huerta, a la caída de estos tuvieron que abandonar la ciudad; otros, "no pudieron ya vivir con los escasos emolumentos... pagados además con gran irregularidad y a veces en moneda que de un día a otro perdía todo valor", se ausentaron de las cátedras. Los alumnos, por su parte, "planearon un movimiento de reorganización y de protesta, que no pudo ser atendido por el gobierno. En esta situación, la mayor parte de los que disponían de los recursos necesarios para ello, emigraron a la capital de la República, para continuar estudiando en las escuelas profesionales"[46].

Un grupo numeroso de maestros se acercó al gobierno para solicitarle que la Escuela de Medicina continuase en funciones, y que ellos atenderían las clases sin costo alguno para el Estado; el gobernador accedió, y puso únicamente como condición que se aplicara rigurosamente la ley del 28 de mayo de 1915, por la que se exigía a quienes cursaran estudios profesionales el requisito de haber cursado la enseñanza preparatoria. El problema era grave, pues en 1916 había 90 alumnos en Medicina, y al hacer la revisión de sus expedientes sólo quedaron 31, de los cuales terminaron el año 25 y resultaron aprobados sólo 21. Los mejores alumnos en ese año fueron: Antonio Tena, Ignacio Chávez, Samuel Ramos, Salvador González Herrejón, Enrique Morelos y Manuel Martínez Báez[47].

La Escuela de Jurisprudencia quedó clausurada en virtud de la mencionada ley del 31 de diciembre de 1915. Este plantel estaba poblado de alumnos irregulares; al hacerse el estudio de sus expedintes, sólo quedaron 9 alumnos regulares (7 en 2° y 2 en 4°), a quienes se brindó la oportunidad de terminar el año escolar de 1916; no obstante las condiciones adversas, 4 de ellos resultaron con muy buenas calificaciones: Rodolfo Chávez Sánchez, Gabino Fraga, Luis J. Guzmán y Mauro Arroyo[48].

Varios de estos excelentes alumnos de las Escuelas de Medicina y Jurisprudencia emigraron a la ciudad de México para continuar su formación profesional. Gabino Fraga y Rodolfo Chávez ingresaron en la Nacional de Jurisprudencia; Ignacio Chávez en la Nacional de Medicina; Samuel Ramos en la Médico Militar. Además, Eduardo Villaseñor se inscribió en la Escuela de Ingenieros[49].

El gobernador Elizondo emitió una nueva Ley Orgánica del Colegio de San Nicolás, con modificaciones sustanciales, como la reducción de los años de estudio, basándose en la necesidad de utilización urgente de todas las personas preparadas, y el corto promedio de vida en el país (cuarenta años): "para obtener de los hombres el producto de sus capacidades, se requiere comenzarlas a utilizar desde temprano, por lo que en el nuevo plan de estudios... se reduce el número de años de estudio a cuatro, dejando las asignaturas necesarias para poder ingresar en las facultades dependientes de la Universidad Nacional y adquirir los conocimientos de una profesión especial; pero a la vez, ese conjunto de asignaturas, por sí solo, dará a los ciudadanos conocimientos bastantes para dedicarse a diversas actividades proporcionándoles enseñanzas generales suficientes para que, quienes las posean, puedan ser considerados como hombres cultos". Es necesario subrayar en este párrafo que no se mencionan las Escuelas de Medicina y Jurisprudencia, por estar oficialmente clausuradas; además, en otro considerando, la misma Ley da por hecho que todos los estudiantes de los Estados irán a la Universidad Nacional. El concepto de una enseñanza preparatoria con personalidad propia, valiosa en sí como un ciclo cultural, era muy avanzado para su tiempo.

El plan de estudios unificaba, por primera vez, el tiempo del trabajo escolar de 30 a 33 horas semanarias; cada asignatura tenía señalada su duración, en la forma siguiente:

Primer año: Ejercicios físicos (3 hs.sem.); Aritmética y algebra (6); Lengua castellana y ejercicios de lenguaje, primer curso (6); Primer curso de Francés (6); Geografía del Estado y de la República (3); Raíces griegas y latinas (3); Dibujo y trabajos manuales (6).

Total, 33 hs. semanarias. .

Segundo año: Ejercicios físicos (3); Geometría plana y en el espacio y trigonometría rectilínea (6); Lengua castellana y ejercicios de lenguaje, segundo curso (6); Segundo curso de Francés (6); Geografía universal (3); Historia patria (3); Dibujo y trabajos manuales (6). Total, 31 hs. semanarias.

Tercer año: Ejercicios físicos (3); Física experimental (6); Elementos de Historia Natural, primera parte (Botánica, Zoología, y Anatomía y Fisiología humanas (6); primer curso de Inglés (6); Historia general (6); Elementos de Meteorología y Cosmografía (3); Educación cívica y Derecho usual (3). Total, 32 hs. semanarias.

Cuarto año: Ejercicios físicos (3); Química general (6); Lógica psicología y moral (6); Segundo curso de Inglés (6); Elementos de Historia Natural, segunda parte (Mineralogía y Geología) (3); Literatura (análisis de modelos clásicos y composición) (6). Total, 30 hs. semanarias.

La ley señalaba las materias específicas que deberían cursar los aspirantes a la carrera de ingeniero: Academias de Matemáticas en el tercero y cuartos años, en la siguiente forma: en tercero, Geometría analítica y Cálculo infinitesimal; en el cuarto: ejercicios y repaso general de los puntos principales y de mayor aplicación de Algebra, Geometría, Trigonometría, Geometría analítica y Cálculo infinitesimal e integral. Estas Academias tendrán tres horas semanarias de clase.

En el cuarto año se crearon dos Academias más, también con tres horas a la semana: una de Literatura, para los aspirantes a la carrera de abogado; y otra de Química aplicada a la farmacia, para quienes desearan hacer los estudios de farmacéutico.

Otras disposiciones de esta ley, fueron:

Ningún alumno podrá ingresar al Colegio sin el certificado oficial de la instrucción primaria superior.

"En todas las enseñanzas se suprimirán rigurosamente los razonamientos que no sean absolutamente claros y que no puedan ponerse al alcance de los alumnos por un profesor de medianas aptitudes". Esta norma metodológica en el texto de una ley orgánica parece extraña, pero debe tenerse en cuenta que todavía se usaba en la enseñanza preparatoria y superior el método escolástico, confuso, enrevesado y fuera de la realidad. La ruptura de esa tradición costó muchos esfuerzos. Los liberales del siglo pasado avanzaron bastante, pero aun persistían esos vicios en 1916, y la ley del Colegio de San Nicolás intentó corregirlos con esta disposición general. La idea parece venir de la reforma educativa realizada de el Estado de Coahuila, de donde eran originarios los principales funcionarios de la administración pública de Michoacán, el gobernador, el secretario de gobierno, el jefe de las operaciones militares (Gertrudis G. Sánchez también era coahuilense); pero quien fue el alma de la obra educativa del gobierno de Elizondo fue el profesor Candor Guajardo, ameritado maestro de la Escuela Normal de Saltillo[50].

Previó la ley que comentamos un periodo de ajustes, necesario por la reducción de años y el cambio de materias. Se facultó al regente, doctor Manuel Martínez Solórzano, para que procediera a dichas adecuaciones sin perjuicio para los alumnos.

No se admitirían alumnos irregulares. Para pasar de un año a otro deberían estar cubiertas todas las materias. Al terminar se les extendería un diploma de la Preparatoria. Se reglamentaría el otorgamiento de premios.

En 1916 se reunió el Congreso Constituyente en la ciudad de Querétaro, y el 5 de febrero del año siguiente se promulgó la nueva Constitución. En los debates se distinguieron varios diputados, cuyas intervenciones fueron decisivas para el nuevo orden social del país. Hombres que venían de los campos de batalla, de las grandes luchas de la clase obrera, o de las antiguas contiendas por la tierra y la libertad, dieron a la nueva Carta Magna un contenido acorde con los principios de la Revolución triunfante. Aquella memorable asamblea fue pluralista, desde el punto de vista político; hubo en ella representantes del viejo orden, gentes de intachable honradez que habían servido a la dictadura; estaban los liberales antirreeleccionistas, cuyo ideal político se cifraba en un juego democrático-electoral; había liberales exaltados, jacobinos a más no poder que clamaban por la extirpación radical de todo sentimiento religioso; y los más centrados, los más consecuentes con la Revolución, que luchaban por los derechos de la clase trabajadora, con ideas socialistas muy definidas. Desde otro ángulo de observación, en el Congreso Constituyente actuaba un ala derecha formada por servidores del antiguo régimen, y un ala izquierda revolucionaria, que exigía el cumplimiento de los postulados del movimiento armado, cuyos contingentes principales fueron de obreros y campesinos; y un grupo de centro, lugar que realmente ocupaba don Venustiano Carranza, cuyo proyecto de Constitución tenía esa característica equilibradora.

En el Congreso Constituyente figuraron varios nicolaitas: Cayetano Andrade, Martín Castrejón, Onésimo López Couto, Manuel Martínez Solórzano, José Pilar Ruiz y Jesús Romero Flores. Este grupo de luchadores sociales se distinguió por su postura radical, junto al más destacado ideólogo de aquella asamblea: el general Francisco J. Múgica, también diputado por Michoacán.

Constituido el país, se procedió a designar las autoridades representativas del nuevo orden. En la Presidencia de la República fue electo el mismo caudillo constitucionalista, don Venustiano Carranza. En Michoacán, el general Alfredo Elizondo había sido sustituido por el general José Rentería Luviano, por órdenes de Carranza. Rentería convocó a elecciones de gobernador constitucional, en las que resultó triunfante el general e ingeniero Pascual Ortiz Rubio quien tomó posesión del cargo e16 de agosto de 1917. Era el ingeniero Ortiz Rubio un hijo del Colegio de San Nicolás; le hemos mencionado aquí al hablar de los acontecimientos de 1910 y de las campañas del "silvismo"; después de' aquellos hechos, marchó a la lucha armada, donde alcanzó grados y prestigio.

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[1] Memorandum de las distribuciones de premios..., pp. 74-75.

[2] Discurso pronunciado por el gobernador... (1904).

[3] Reglamento general para las Escuelas... (1908).

[4] Andrade. Estudio sobre la literatura nicolaita, p. 17.

[5] Revista Flor de Loto, t. 11, Núm. 4, pp. 92-95.

[6] Ibid., pp.85-90.

[7] P. G. Macías. Aula  nobilis, pp. 209-211.

[8] Salvador Escalante hizo su entrada en Morelia el 30 de mayo de 1911. Fue recibido por los representantes de la alta sociedad que le ofrecieron un banquete. Como no aspiraba al poder, comió y se retiró. AGE.

[9] Ley Orgánica... (1911).

[10] A. Oviedo Mota. Bosquejo histórico del Silvismo. (1952).

[11] P. G. Madas, op. cit., pp. 226-234.

[12] El poema de Romero, en Versos, p. 30.

[13] Relato del general Pelagio A. Rodríguez, en P. G. Macías, op. cit., pp. 263-285. De algunos maestros de esta época traza bellas semblanzas el autor (Dr. Manuel Martínez Báez) de Recuerdos nicolaitas.

[14] J. Romero Flores. La Revolución..., pp. 101-106. También se refiere a estas realizaciones el doctor Oviedo Mota, Bosquejo              pp. 48-49.

[15] Periódico Oficial marzo 5 de 1914. pp. 6-8.

[16] Ibid., 26 de abril de 1914,p.1.

[17] Ibid, pp.2-4.

[18] Berta Ulloa. La Revolución.., pp.67-68.

[19] Periódico Oficial..., 26 de abril de 1914, pp. 1-6.

[20] Ibid.

[21] B. Ulloa, op. cit., pp. 176-196.

[22] J. Romero Flores, La Revolución..., pp.109-114.

[23] Perteneció a la División del Norte, y fue un eficaz colaborador del general Francisco Villa. Después de la derrota de Villa, el doctor Silva fue perseguido por los vencedores. Murió pobre y en el destierro (La Habana, 20 de agosto de 1916).

[24] Presupuesto oficial, en Coromina op. cit., t. XLII, pp. 95-96.

[25] P. G. Macías, op. cit., pp. 298-299.

[26] Ocho años duró la construcción de este bello edificio. Los libros, con la e.stantería, se encuentran en la Biblioteca Pública de la ciudad, que presta un importante servicio social. El historiador Buitrón elevó la cantidad de libros del Seminario a 50,000.

[27] J. Ugarte. El Seminario..., p. 32.

[28] Esperanza Ramírez. Catálogo..., pp. 333-336.

[29] J. de la Torre, Bosquejo..., p. 183. E. Ramírez, op. cit., pp. 345-346.

[30] Las fuerzas militares comandadas por el general Sánchez entraron a Morelia el 31 de julio de 1914.

[31] J. Valdovinos Garza. La generación nicolaita de 1913, pp. 8-9.

[32] J. Ugarte, op. cit., 37

[33] J. Romero Flores. La Refonna escolar..., pp. 20-32

[34] J. B. Buitrón. El Seminario..., p. 334.

[35] J. Ugarte, op. cit., pp. 37-38.

[36] Ibid., p.38.

[37] J. Romero Flores, Historia..., t. II, p.663

[38] Ibid., Michoacán en la Revolución, p. 243.

[39] El manifiesto en Coromina, op. Cit., t. XLIII, pp.281-282.

[40] A. Oviedo Mota, El trágico fin…, pp.19-33.

[41] Apuntes para la historia. Abril 25 de 1916, pp. 36-39.

[42] Ley sobre admisión de alumnos..., 28 de mayo de 1915, en Coromina, op. cit., XLIII, pp. 335-336. La Escuela de Comercio se creó por decreto del 28 de junio, el decreto que declara laica la educación en el Estado, Ibid., pp. 297-300.

[43] Ver la reseña de estos actos, en el Periódico Oficial del 14 de mayo de 1916, pp. 3-4; yen F. R. Romero, Versos, pp. 19-20.

[44] J. Romero Flores, La Refonna..., pp. 20-32

[45] Ibid., pp. 71-78, referentes a Medicina y Jurisprudencia.

[46] M. Martínez Báez. Ignacio Chávez. nicolaita, pp. 21-22.

[47] J. Romero Flores. La Reforma.., p. 71.

[48] Ibid. pp. 71-78.

[49] M. Martínez Báez. op.c;t. p. 21.

[50] Periódico Oficial..., 20 de febrero de 1916, pp. 1-3.