Historia del Colegio de San Nicolás

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16. DISCURSO DEL DOCTOR IGNACIO CHAVEZ 

16. DISCURSO DEL DOCTOR IGNACIO CHAVEZ. 8 de mayo de 1953.

 

Señores:

 

En este 8 de mayo, México entero celebra devotamente el bicentenario de nacimiento de Hidalgo. En todas las almas hay una nota de emoción y júbilo y se hace en todo el país una evocación orgullosa del pasado. Una ola de gratitud nacional nos congrega para honrar la memoria del Libertador. Y sin embargo, el Padre Hidalgo es todavía un héroe en parte ignorado y en parte incomprendido. Se le ama por la libertad que nos dio, se le venera por el dolor de su sacrificio, se le rinde homenaje por ser él quien dio vida a la patria; pero con ser amado y venerado como un Padre, no lo es tanto como merecen sus virtudes de héroe, su talento, su amor por los humildes, su valor sereno que supo ser audacia frente al peligro y dominio tranquilo frente a la muerte. No se le admira aún bastante por el ardor de su fe, su fe encendida en México y en su destino; ni por sus intuiciones de reformador y de vidente, que le hicieron trazar, sin pretenderlo acaso, todo el programa que México ha seguido en sus revoluciones.

Tenemos los mexicanos una deuda con él, que no se salda con levantarle bronces. Es la de estudiarlo más, de conocer más hondamente su vida, su pensamiento y su obra, porque la figura de Hidalgo es más gran­de de lo que aprendimos en nuestros libros de historia. Tiene su vida facetas luminosas de pensador, de educador y de visionario; cuando se lanzó a la guerra, él, un sacerdote, reveló tener audacias de guerrero, aciertos de político y visión de estadista, y cuando rodó vencido, supo tener en el cautiverio el valor sereno de un hombre que se apresta a ser mártir.

Hubo, como es humano, junto a las facetas de luz, las pequeñas manchas de sombra, las flaquezas, los errores inevitables de quien se lanza impreparado al vórtice de la revolución. Pero todo eso, errores, flaquezas y limitaciones, son miserable cosa frente al mérito real y auténtico del héroe que había en él, héroe en la más alta, en la más pura acepción del término.

Su vida se desenvolvió, como la tragedia clásica, en tres actos, tan desiguales en el tiempo como en la intensidad del drama que se estaba fraguando.

Fue el primer acto uno largo, manso, tranquilo, que consumió 45 años de su vida, primero cumplidos entre libros y colegiales, aprendiendo, enseñando, meditando; después en la paz de su curato, pastor y maestro siempre, madurando el alma, cargándola como de un fluido eléctrico, de todo el dolor de los humildes y de todas las ansias reprimidas.

El primer acto de su vida empezó aquí, en este mismo Colegio de San Nicolás, todo impregnado aún de su presencia. El viejo Colegio de Don Vasco le vio llegar un día, niño aún, delgado y tímido, con los grandes ojos verdes, ávidos de todo mirar. Dejaba atrás los primeros 12 años de su vida, pasados en la quietud del campo natal, en Corralejo.

Fue en esta vieja casa donde empezó su vida de estudio y de trabajo. Quizá pasó antes un breve tiempo con los jesuítas, en el Colegio que estaba calle de por medio, el de San Javier. De todos modos, Hidalgo niño paseó por estos corredores sus inquietudes, sus fatigas y sus primeras rebeldías. Uno a uno fue escalando los grados de su carrera; bachiller en artes a los 17 años, bachiller en teología a los 20; después becario de oposición, lo que le confería derecho de celador, sinodal, profesor suplente y presidente de academias.

El niño se había transformado en hombre y estaba ya poseído del ansia febril de triunfar. Era un talento lúcido y un espíritu mordaz, presto a discutirlo todo. Su carrera se había vuelto triunfal: profesor de filosofía a los 22 años; después, de latinidad y luego, profesor por oposición de gramática, todo al mismo tiempo que ganaba las órdenes sacerdotales a los 25 años, único refugio para la ambición intelectual de un criollo, que tenía cerradas las puertas para toda otra situación de preeminencia.

El joven sacerdote y maestro es cada día más rico de cultura y más ancho de criterio. Es ya la cabeza más recia del Colegio, el que triunfa en las oposiciones, gana concursos y logra, por su alegato, reformar la enseñanza de la teología, volviéndola positiva en lugar de escolástica. El deán de la Catedral, viejo profesor de filosofía en Salamanca, le felicita llamándole "gigante' y "abeja industriosa de Minerva". En cambio, Hidalgo choca con la Inquisición, como chocará más tarde varias veces en su vida; pero eso no impide que el ascenso siga y que sea promovido a Secretario y después a Rector del Colegio de San Nicolás.

A los 37 años el bachiller Hidalgo está en la cumbre. Dirige el más antiguo y prestigiado Colegio de América. Se ha preparado ardorosamente en el cultivo de las humanidades para ensanchar la vida, la suya y la de otros. Sabe latín, francés e italiano; habla el mexicano, el otomí y el ta­rasco; tiene el talento claro y la réplica vivaz; es un polemista extraordinario y bulle en su alma una obscura inconformidad contra el medio colonial que oprime y contra algunos pretendidos dogmas, que él estima groseros. Piensa y duda, pero calla sus dudas y en el fermento de ellas prepara el alma para más sordas rebeldías.

La sombra tutelar de Don Vasco debe haberse alargado en el silencio de los siglos, para venir a confundirse con la de este nuevo educador, que recogía su herencia espiritual y que tenía como él, el amor de las letras y el amor de los hombres.

Así pasaron 27 años de su vida, al amparo de este Colegio, tiempo en que el niño campesino se transformó en hombre superior y en que la zarza se retorció en hoguera. Cuando Morelos, el otro gran inmortal, ingresó aquí como alumno, sufrió a la vista de Hidalgo el efecto de una fascinación, que le acompañó toda la vida. Vio siempre en él a su maestro, aunque nunca fue su discípulo en las aulas.

Esa misma fascinación, que permite ver con los ojos del alma lo que ya borró el tiempo, esa la hemos sufrido muchos de la legión de los hu­mildes. Los que nos formamos en este Colegio, todo impregnado del recuer­do del Padre, más de una vez le vimos calladamente por los corredores, absorto en su lectura, o bien creímos verlo, inclinado como solía en el barandal, mirar distraídamente el paso de los colegiales, mientras arriba moría la tarde y se diluía en el aire el toque del ángelus, que subía tem­blando de las torres de la Compañía. . .

Llegó la hora en que Hidalgo abandonó el Colegio para ir de cura a Colima. Debió ser un dolor muy hondo el del arrancamiento. Los 18 años que siguieron, emigrando de un curato a otro, no eran sino una forma de ostracismo. No se prepara un hombre así de reciamente, para ir de cura a un humilde pueblo abandonado; mas en su caso, el alejamiento era una forma de castigo. Pudo haber sido un gran obispo, ya que era tenido por el mejor talento de su diócesis; pero eso le estaba vedado a un criollo, como una de tantas postergaciones a los que habían nacido en América.

Su vida en los curatos lugareños fue en cierto modo una prolongación de su vida nicolaita. Fue un blando pastor de almas, pero más que pastor siguió siendo un maestro. En San Felipe sintió todavía nostalgias de humanista y mató sus ocios traduciendo a Racine y a Moliére y llevando, a escena algunas de sus obras; pero eso se fue borrando para dejar paso a una transformación, cada día más honda. El intelectual que había vivido siempre entre sutilezas, abstracciones y dogmas, bajó a la realidad de su país y se encontró con el alma misma del pueblo, con el mestizo oprimido, con el indio esclavo, que llevaba, como lo único suyo, su miseria y su dolor a cuestas.

Fue como una revelación. Hidalgo no podía enseñar allí latín ni filosofía; entonces enseñó cosas mejores, las cosas nobles de la vida que dan caminos de redención. El no sabía de industrias pero las aprendió para enseñarlas a sus feligreses de Dolores. Encargó abejas a La Habana y produjo cera para los templos; sembró moreras y creó la industria de la seda; plantó viñas y fabricó vino; aprendió alfarería y produjo loza que después él mismo vidriaba; curtió píeles y puso una talabartería; montó una carpintería y una herrería y cuando sonó la hora de pelear, él mismo en sus talleres labró las lanzas y los machetes libertarios.

¡Cómo no inclinarse ante esta vida extraordinaria, ante este intelectual que se entrega a la tarea de enseñar y redimir y que sabe bajar de las alturas, capaz de comprender y de servir a los demás! ¡Cómo no inclinarse ante este intelectual que entiende que la ciencia y el arte son cosas vanas en la vida si no se fecundan con un sentimiento de amor, y que al entenderlo, se ofrece en total entrega a los de abajo!

Pero hay un segundo acto de su vida, breve y luminoso. En nuestra historia apenas si es un relámpago; en cambio, en la vida del héroe es todo el drama de su transfiguración; el sacerdote hecho soldado; el maes­tro hecho caudillo y el pastor convertido en héroe. Seis meses bastaron para levantarlo y dejarlo caer, cumplida su misión. El resto lo haría el destino, que es insobornable.

El drama se anuncia en Dolores con un tañido de campana. Se inicia luego con un grito, en el silencio del amanecer. Ese grito libertario de Hidalgo, frente al alba indecisa, es México mismo retando a su destino. En ese minuto audaz remataron tres siglos de resignado abatimiento y muchos años de sordas rebeldías. Al grito de "¡Viva la independencia!", la turba congregada respondió con la fidelidad de un eco; pero el grito final "¡Muera el mal gobierno!", la turba lo tradujo de inmediato: "¡Mueran los gachupines!"

En esta doble frase está todo el secreto del frenesí que se apoderó del país. El criollo y el mestizo, el indio y las castas, todos respondieron con un mismo estremecimiento de fiebre, de odio y de esperanza. No sabían bien el alcance que pudiera tener la independencia, no columbraban bien lo que sería la libertad, ellos que no la habían conocido; pero las deseaban con ansia, con ese instinto certero que es innato en el hombre. Si no sabían de independencia y de libertad, sí sabían, en cambio, lo que era odio al opresor, encarnado en el encomendero y sabían también lo que es la rabia contenida, que quiere estallar en rebeldía.

Empezó la epopeya, que yo no voy a trazar. En esos días de heroísmo y de sangre, de idealismo y de barbarie, Hidalgo mostró tener una superioridad indiscutida sobre sus hombres. Les aventajó en todo, en talento, en audacia y en visión. Fue el jefe, por el derecho natural del mérito.

Nadie como él en el valor sereno. Cuando la conspiración fue descubierta y empezaron las aprehensiones, Allende, Aldama, todos los complicados, perdieron la cabeza; todos pensaron en la fuga. Sólo Hidalgo se conservó sereno; sólo él sacó de su valor la audacia para retenerlos y para forzarlos a dar el salto en lo desconocido. El grito de ese día en Dolores fue un reto suyo, exclusivamente suyo.

Por lo que toca a la visión política, sólo él, viejo lector de historia, tuvo el acierto para conducir la revuelta. Cuando Allende y los militares que lo seguían quisieron hacer la guerra levantando un ejército regular para enfrentarlo al ejército del Reino, Hidalgo vio con claridad que no era el choque de los ejércitos, en batallas campales, lo que daría la victoria a los insurrectos, que carecían de armas. Era el levantamiento en masa; era el pueblo entero, en frenesí de rebeldía, lo único que daría la fuerza y el coraje para vencer, sin importar que la turba fuese apenas con lanzas, con machetes y con hondas, a enfrentarse a los españoles.

Sólo Hidalgo se dio cuenta de lo que vale el ímpetu del pueblo, aunque esté desarmado, para abatir una tiranía. Por eso convocó a las masas y las arrastró consigo, contra el consejo de sus militares, y nunca un torrente humano se precipitó por las llanadas del Bajío con mayor furia. El 16 de septiembre los insurgentes eran sólo 800 en Dolores; tres días más tarde eran 6,000 en San Miguel; creció el torrente y el 28 eran 15,000 en Guanajuato, y ya aquí en Valladolid, a un mes apenas del grito, el río humano, desbordado, pasaba de 50,000 hombres.

Nunca en nuestra historia tuvo un caudillo tal magnetismo sobre las masas ni nunca una idea arrastró más pueblos, como arrancados de cuajo, bajo el señuelo de la libertad. "Es como un vértigo", decía Calleja. ¡Qué importaba, pues, que esas masas según lo temía Allende, pudieran ser fácil presa del pánico, si podían serlo también del heroísmo! Fueron ellas las que tomaron Guanajuato y Valladolid y las que en las Cruces hicieron retroceder a Trujillo, en desbandada y con espanto, a las puertas mismas de la capital.

Cuando el desastre se vino a Aculco, Hidalgo volvió a levantar masas, inmensas muchedumbres, antes de dos meses. Así hubiera podido seguir y sostener la guerra, pese al desastre de Calderón, si no lo atajan la incomprensión y el odio de los propios suyos.

En este cataclismo, en el que nadie sabía de cierto las metas de la revolución, sólo Hidalgo tuvo preocupaciones de estadista, porque sólo él columbraba el futuro de la nación. Había entrado a la lucha precipitadamente, simulando pretender un gobierno que actuara a nombre de Fernando VII y sin embargo, tan luego como sintió su fuerza, no volvió a usar el retrato ni a mencionar el nombre del monarca hispano. Cambió de lenguaje y habló ya de la nación soberana y habló también de convocar un Congreso que decidiera el futuro nacional.

En su obra de estadista hay dos decretos de valor eterno, que expidió en el respiro de los combates. Fue uno el que lanzó aquí mismo, en Valladolid, el 19 de octubre, aboliendo la esclavitud y castigando con la pena de muerte a quien comprara o vendiera o retuviera esclavos. Este sonoro mar­tillazo en las cadenas, que por primera vez resonaba en América, apenas cumplido un mes de iniciada la guerra y medio siglo antes de que Lincoln lo repitiera en el país del norte, bastaría para dar a Hidalgo un lugar entre los inmortales.

El otro decreto memorable, que sigue siendo bandera de nuestras revoluciones, es el decreto agrario del 5 de diciembre, expedido en Guadalajara, en el que ordenaba devolver a los indios las tierras de que habían sido despojados, "pues es mi voluntad —añadía— que su goce sea únicamente de los naturales en los respectivos pueblos". Un siglo más tarde el eco de su voz seguiría retumbando en las montañas del Sur y los hombres seguirían muriendo por las dos promesas que les hizo Hidalgo, de tierra y libertad.

La nación que él presiente y que está forjando con sus manos, la quiere libre y soberana y la imagina constituida en República. En prenda de ello envía un Ministro Plenipotenciario a los Estados Unidos y le ordena informar que México pelea "por su completa independencia" y que persigue a toda costa "o vivir en la libertad de hombres, bajo una Constitución federativa o morir tomando satisfacción de los insultos  hechos a la nación".

En pleno vértigo de acción, cuando empezaba a organizar el caos y a definir el futuro de su empresa, cae el telón bruscamente, cortando su gesta de caudillo. Más que por el desastre frente al enemigo, cae por la revuelta rencorosa de sus militares, que no le perdonan la derrota, ni menos aún la jefatura incompartida que ha ejercido hasta entonces. Con rabia le arre­batan el mando y lo arrastran virtualmente prisionero, a través de una retirada absurda, que se prevé de 1,500 kilómetros, hasta Texas. Vencidos, extenuados, sedientos, una emboscada ruín les para en la mitad del viaje. La hora del caudillo ha pasado y es la hora del mártir.

Empezó entonces el tercer acto de su vida, fugaz en el tiempo, pero de una infinita agonía. Cuatro meses prisionero, cargado de cadenas, él que las había roto todas, y sujeto a la tortura de un juicio implacable, mientras oía desde su cárcel las descargas que iban abatiendo a sus compañeros.

El hombre estaba solo en su celda, solo frente a su conciencia y frente a su Dios. Su conciencia le absolvía de todas sus luchas políticas y aun de sus excesos, ya que no los autorizó por maldad, sino por considerarlos necesarios para el triunfo. Dijo a sus jueces "que estaba persuadido de que la independencia sería útil" y cuando le preguntaron con qué derecho  se levantó en armas, respondió con tranquilidad no exenta de fiereza: "con el derecho que tiene todo ciudadano cuando cree la patria en riesgo de perderse".

A la hora de la muerte volvió a aventajar a todos sus compañeros en valor heroico. Cuando todos se retractaron y se humillaron, él conservó su serenidad inmutable y su digna actitud. Ninguna retractación en sus ideas políticas, ninguna delación, ninguna flaqueza que desdiga su decoro de Pa­dre de la Patria.

Pero si su conciencia de hombre lo absolvía, el sacerdote necesitaba el perdón de Dios. Por eso, al llegar al juicio religioso, se postró humildemente, aceptó sus yerros y pidió perdón. En ese momento le hicieron firmar un escrito de retractación que él no había redactado y que admitió, segura­mente, para morir en el seno de su religión.

Aun duele el alma al recordar las últimas escenas de su martirio. Su degradación como sacerdote, los grilletes que le quitaron por primera vez, el cuchillo que le raspó las manos y las fórmulas de execración que le laceraban el alma, mientras el pueblo que miraba la escena, se bebía en silencio las lágrimas...

Después, la agonía. El reo amarrado a un banquillo; el fusilamiento, hecho de frente, porque se negó a dar la espalda y luego tres descargas, porque, temblaban los soldados...

Se creería que todo estaba consumado, pero faltaba algo: es la cabeza blanca que salta, cercenada de un tajo, y es una jaula de hierro y luego un garfio en la alhóndiga de Granaditas, para eterna infamia y para eterno escarmiento; para que nadie vuelva a soñar en México con la libertad.

Cuando un hombre recorre un ciclo así y del noble pensamiento que lo tortura y que lo empuja, salta resgosamente a la acción fecunda y paga su ideal de plenitud con el sacrificio de su vida, ese hombre es un héroe auténtico. A Hidalgo no le faltó nada, ni la idea valerosa, ni el esfuerzo osado ni el pago de martirio.

Fue la suya una espléndida epopeya. Sorprende cómo, sin prestigio guerrero, botando un día su sotana de cura para vestirse la casaca del Generalísimo y sin más preparativo de combate que una tímida conspiración de algunos meses, hizo que el país entero ardiera en revolución. "Hidalgo no necesitaba más que presentarse para arrastrar tras de sí todas las masas", dice su historiador enemigo, Lucas Alamán.

¿Qué extraña fascinación tenía este hombre, que todos le seguían? ¿Qué fuerza ciega le impulsaba, que no se detuvo nunca a medir el peligro? ¿Por qué se abatieron sobre él tantas odios, como no los tuvo jamás otro insurgente?

Es que Hidalgo, en su guerra no actuó con la mentalidad del criollo dispuesto a sostener la misma estructura de la colonia y satisfecho nada más con arrebatar a los peninsulares el mando y los privilegios. Él no concibió su revuelta como la que habían ensayado tímidamente los criollos del Ayuntamiento de México, apenas dos años antes, buscando asumir el poder en connivencia con el propio Virrey. Tampoco su rebelión se pareció en nada a la que en esos días se encendió en todos los países de Hispanoamérica y fue distinta, en esencia, de la que hizo después astutamente Iturbide.

Todas esas eran revueltas de criollos postergados, ansiosos de arrebatar el poder al español de la Península, que seguía llegando y actuando con la mentalidad orgullosa de conquistador y pensando que mientras hubiera uno de ellos en estas tierras de América, el mando debía ser suyo, sin razón para discutirlo ni para compartirlo.

La de Hidalgo fue otra clase de guerra, genuina lucha de independencia y libertad, emprendida en nombre de los de abajo, del pueblo oprimido, de la masa irredenta. Más que guerra fue una revolución social, la primera de este largo batallar nuestro, que aun no termina; guerra de destrucción de un régimen social que era tiránico en lo político y expoliador en lo econó­mico; guerra de tumulto en que antes de preocuparse por las nuevas formas de vida, lo que importaba era destruir el orden viejo y destruirlo en forma tal que no pudiera nunca rearticular sus piezas; guerra de violencia y de exterminio, que hiciera imposible la supervivencia de un régimen que se empeñaba en mantener la esclavitud y la explotación, en forma semejante a como las había implantado en el siglo XVI. ¡Qué importaba que arriba, en la Corte, florecieran las artes en ambiente de Lujo y de refinamiento, y que el siglo XVIII, que moría, hubiese sido el siglo de oro para las letras en la Nueva España, si abajo se retorcía la misma miseria humana y e! indio moría en el mismo abandono, cruel e intencionado!

Tal fue el secreto de la fascinación de Hidalgo sobre las masas, como lo ha apuntado agudamente Villoro, secreto que estriba en haber hecho la guerra no en nombre del criollo sino del pueblo, actuando en su nombre e inspirado por él. Hidalgo fue su jefe, porque fue su conciencia y fue su voz, el instrumento histórico en que el pueblo encarnó. Por eso condujo la guerra como el pueblo quería; por eso toleró sus excesos y apoyó sus represalias. Se olvidó de su cultura de humanista y aun de su ministerio y actuó como hombre-pueblo. A la protesta de los suyos, Hidalgo, que se sabía inerme, respondió: "yo no conozco otro modo de hacer la guerra". Sus militares la hubiesen querido de tipo académico, inspirados en el espíritu napoleónico de esos días. Él no; él contaba con el estallido, con la irrup­ción violenta, con la sacudida volcánica. "Vamos a coger gachupines", fue la primera voz de orden.

Qué otra cosa podía hacer este insurrecto frente a un ejército de 26,000 soldados y cuando el Virrey, preparándose contra la invasión que esperaba de afuera, se había abastecido de armas y había comprado 8,000 fusiles en Jamaica y había montado una fábrica para fundir cañones. Qué otra cosa podía hacer, frente al poder y la riqueza de la Corona, que en unos cuantos años y al mismo tiempo que combatía ferozmente desde México hasta Argentina, tuvo fuerza bastante para levantar aquí un ejército de 80,000 hombres. Ni qué otra cosa hacer frente a la fría, implacable resolución de España de retener sus colonias a hierro y sangre. No quedaba sino luchar con las manos, con los dientes, con la ira en el corazón, en espera de arre­batar las armas al enemigo.

Por eso la lucha pronto se volvió feroz y el odio rompió todos los diques. De un lado y otro 3a lucha se tornó implacable. Aquí mismo, frente a Valladolid, el brigadier Cruz dio su orden bárbara "de pasar a cuchillo a todos sus habitantes, exceptuando las mujeres y los niños y de pegarle fuego a la ciudad por todas partes"; en Silao, Calleja amenazó con "fusilar cuatro habitantes, sin distinción de personas, por cada realista asesinado"; en México el propio virrey instigaba al crimen, ofreciendo 10,000 pesos al insurgente que traicionara a Hidalgo y lo entregara vivo o muerto, y en San Blas se azotaba públicamente el cadáver del heroico cura Mercado. Hidalgo respondió con igual furor implacable, olvidándose de todo, menos del senti­miento popular de rabia, ordenando que en lo sucesivo a todos los españoles perturbadores "se les sepultara en el olvido".

Pero en medio del frenesí de guerra, soñaba para el futuro con una paz idílica, en que las leyes fueran suaves y benéficas, en que el gobierno tuviera dulzura de padre para todos, preocupado de fomentar las artes, de impulsar la industria y de crear un ambiente propicio para disfrutar, según decía, de todos los dones que nos dio el cielo.

No tuvo tiempo para ver apuntar el alba que presentía. Su vida guerrera fue un meteoro. Con su prisión, el triunfo quedaba muy distante y todos sus sueños, el nacimiento de un pueblo libre, sin esclavitud y sin oprobios de clases, el advenimiento de una República soberana y próspera, gobernada sólo por mexicanos, en la que el hombre del campo tuviera sus tierras y el de la ciudad sus pequeñas industrias; el nuevo  régimen social con que soñaba, en que reinara la igualdad y en que fuese ley su fórmula de concordia: "unámonos todos los que hemos nacido en este dichoso suelo", todo eso quedaba, al caer prisionero, perdido en la bruma de un futuro incierto.

Hidalgo sabía que sólo el triunfo de su causa lo absolvería en la historia de los excesos de la guerra. El dolor causado sería entonces fecundo y no voz de maldición. Pero la suerte le fue adversa y é! moría antes de gozar del triunfo y de saberse absuelto; por eso lloró esta doble traición que le jugaba el destino.

Mas no por eso se arrepintió. Pudo como cristiano llorar por sus pecados, doliéndose del sufrimiento que sus actos acarrearon; pero como patriota murió convencido de que había hecho bien en levantar el país contra Es­paña y hubiera podido repetir la frase de Ocampo frente al patíbulo: "Mue­ro creyendo que he hecho por mi país cuanto en conciencia creí que era bueno".

Nadie polarizó tanto los odios como él. Sobre nadie se abatió tanto la calumnia y la injuria. A pesar de que su guerra no era antirreligiosa sino exclusivamente libertaria, con la Virgen de Guadalupe como lábaro y el Tedeum como ceremonia obligada de acción de gracias, el obispo de Michoacán. Abad y Queipo, violando el derecho canónico, lo excomulgó a los ocho días del grito de Dolores; el arzobispo de México le fulminó su anatema y confirmó la excomunión y el Tribunal de la Inquisición, que había muerto y no había sido enterrado, se apresuró a llenarlo de injurias y de lodo, declarándolo "libertino, sedicioso, cismático, hereje, judaizante, lute­rano, calvinista y muy sospechoso de ateísta y de materialista". El obispo Barbosa fulminó sus iras sobre el Libertador, gritándole "apoderado de Satanás y del infierno todo". Y así, en jauría de odios, todos vaciaron su léxico de injurias: fascineroso, réprobo, asesino, protervo, émulo de Luzbel...

Hoy podemos, quizá, sonreír frente a esa explosión de ira, de terror y de impotencia. Pero en aquel momento histórico representaba un peligro más grande que el propio ejército virreinal. Por eso Hidalgo, tanto como de combatir, se preocupó de refutar a sus enemigos. El país le conoció entonces como formidable polemista. "¿Créis acaso —respondía en Valladolid a sus enemigos— que no puede ser verdadero católico el que no está sujeto al déspota español? ¿De dónde nos ha venido este nuevo dogma, este nuevo artículo de fe?"

Y añadía: "Si no hubiera emprendido libertar nuestro Reino, jamás hubiera yo sido  acusado de hereje".

Los anatemas siguieron y con ellos las excomuniones en masa. Frente al fárrago insufrible, modelo de incordura, de la del obispo de Guadalajara, cómo suenan limpias y recias, como latigazos, las palabras de Hidalgo, al rebatir con sarcasmo: "¿No sois vosotros, españoles, los que hacéis alarde de haber derramado la sangre por no admitir la dominación francesa? ¿Por qué culpáis en nosotros lo que alabáis en vuestros paisanos? ¿Os ha concedido Dios algún derecho sobre nosotros? El mismo que los franceses tienen sobre vosotros, es el que habéis tenido sobre nosotros, esto es el de la fuerza".

El dardo envenenado de la herejía, con que sus enemigos quisieron herirlo, se perdió en el aire. Las muchedumbres lo seguían, puestas la fe y la esperanza en su caudillo, sin importarles anatemas ni excomuniones. Creían en Hidalgo como en un padre y lo veían como un semidiós. Los clérigos mismos se apretaban a su lado, diciendo con seguridad desdeñosa: "¡Cua­renta excomuniones que el Tribunal fulmine, entre nosotros viene quien las absuelva!"

Sus enemigos se ensañaron con él. Podían perdonarle todo, menos su soberbia retadora. "¡Has caído como Luzbel por tu soberbia!", clamaba el arzobispo Lizana. "¡No se volverá a oír tu nombre en este Reino de Dios sino para eternos anatemas!"

¡Qué ceguera mayor que la del alma! ¡Perdónalos, Padre, porque teniendo ojos no veían! ¡No veían ni tu grandeza ni tu verdad, Hoy el anatema se ha vuelto contra ellos, mientras que la legión inmensa de tus hijos viene amorosamente a ti, para decirte su gratitud; si por tu soberbia audaz ellos te odiaron, por ella te bendecimos nosotros, que por ella tuvimos esta Patria niña!

Si tú volvieras, Padre, al viejo Colegio que fue tuyo y reclinado, como solías, en el barandal frontero a tu regencia, volviéndote a nosotros nos preguntaras hoy: ¿Qué habéis hecho del México que yo os dejé, mitad sueño y mitad desgarramiento, ansia y dolor al mismo tiempo? ¿Qué habéis hecho vosotros de mi grito y de mi sangre?

Nos acercaríamos a ti, en movimiento silencioso, como de masa humana que se acerca al altar; te miraríamos de frente, sin esquivar tus ojos, y una voz, una sola, que no sería de nadie porque sería de todos, te respon­dería: "¡Está tranquilo, Padre. Ni tu grito de rebeldía ni tu sangre han sido estériles. La patria que nos diste, es ya la que tú querías, altiva y libre, como soñó tu orgullo. La Revolución que tú iniciaste, para que el campesino tuviera su tierra, el hombre de la ciudad su taller y todos la dignidad de hombres ubres, esa revolución no la hemos traicionado jamás. A lo largo de siglo y medio, con pausas apenas para tomar respiro, hemos marchado todos, con el fusil y el libro en perenne combate. El camino es muy largo y aún nos falta mucho que andar; aún hay muchos indios sin tierra y muchos hombres que arrastran cadenas de miseria y ceguedad; pero tu ímpetu nos sostiene y habremos de acabar con ese opro­bio. Míranos, padre. Ya obedecimos tu mandato de unirnos todos. Ya el mexicano siente el orgullo de gritar su estirpe. Ya tenemos la fe en nues­tro destino. Y todo eso lo debemos a ti. Por eso nuestro orgullo de sen­tirnos tus hijos y de ver que en tu figura —fue un poeta quien lo dijo, Alfonso Reyes— "la historia intencionadamente quiso condensar los ras­gos de la mitología; libro y espada, arado y telar, sonrisa y sangre!"

 

17. DISCURSO DEL MAESTRO JAIME TORRES BODET, AL RECIBIR EL GRADO DE DOCTOR HONORIS CAU­SA DE LA UNIVERSIDAD MICHOACANA. 9 de mayo de 1953.

 

Venir a Morelia es siempre un deleite para el espíritu. En su cielo de colores incorruptibles, la luz parece, más que un perdón de clima o un estímulo del paisaje, una calidad sutil de la inteligencia. Pero venir a Morelia en días consagrados a la memoria de un héroe como Miguel Hidalgo y venir —según algunos lo hacemos hoy— a recibir el título que nos brinda vuestra muy noble Casa de Estudios, constituye tanto como un honor, la aceptación consciente de un compromiso. Porque no sería en verdad honesto admitir distinciones de semejante categoría sin esforzarse por merecerlas. Y merecerlas implica una lucha de todas las horas para no defraudar, por ningún concepto, la confianza del pueblo estoico, abnegado, tierno e intrépido que, con el Cura de Dolores, fincó su espe­ranza en la independencia y que, a partir de la independencia, ha vivido buscando la afirmación de su libertad.

No sé lo que piensan de este acto mis compañeros de promoción universitaria. No hablo en su nombre. Mal podría hacerlo quien se presenta a vosotros despojado de competencias y diplomas, sin más rango que el de discípulo de la patria; alumno siempre y en todas partes, lo mismo —durante años— en los ensayos de colaboración cultural que la paz necesita  con   tanto  apremio, que   ahora   cuando   se inclina  con   reverencia en esta cátedra insigne: el fervor de  México.

No. No pretendo interpretar —y mucho menos adivinar— lo que piensen los eminentes maestros que habéis reunido en torno de vuestros trabajos y vuestros sueños. Pero., por mí deseo decíroslo con franqueza: lo que más me impresiona en la ceremonia a que concurrimos, es el sentimiento de que quien obtiene una honra como la que nos otorga hoy vuestra Universidad es ofrecerse sin dogmatismos y sin escudos al rigor crítico de la juventud de nuestro país.

¡Cuántos horizontes se abren frente a sus ojos, en este siglo vibrante y atormentado, generoso y cruel, destructor y fecundo, mecánico y utopista, erizado de fábricas y de escombros, desgarrado por odios enormes y asombrado ante técnicas prodigiosas!... ¿Qué haremos los que hemos transpuesto la madurez, a fin de ayudar a la juventud en la elección moral de esos horizontes? ¿Cómo persuadirla de que no hemos pensado y vivido en vano?

Lo comprendemos sin amargura. Ninguna lección la convencerá si no está autorizada y garantizada por el ejemplo de nuestros actos. Han pasado —y esperamos que para siempre— los tiempos del civismo puramente verbal. Ser, ahora, es ofrecerse sin dogmatismos y sin escudos al rigor crítico de la juventud, suscitar la curiosidad de su examen y alentar en lo posible su propio juicio frente a un pasado que no le entrega con fre­cuencia, sino una cosecha dramática de problemas.

 

NI ELEGÍAS INÚTILES NI PROMESAS IRREALIZABLES

 

Empezamos a entenderlo por experiencia. Hay algo tan perjudicial como deprimir a los jóvenes con anacrónicas elegías: intentar engañarlos con promesas irrealizables. Quizá, si revisáramos de manera imparcial los anales de nuestra vida independiente, llegaríamos a la conclusión de que se ha hablado casi siempre a la juventud mexicana o con optimismo demagógico o con demagógico pesimismo. Ambos extremos son peligrosos. Y, en un plano superior, ambos son absurdos. La mayoría de edad, en las culturas como en los hombres, consiste en saber enfrentarse a las circunstancias con decisión. Sin falacias, pero con esperanzas; sin temores, pero con co­nocimiento cabal de los riesgos que nos rodean; sin jactancia, pero con entusiasmo; sin fanatismos, pero con fe.

He ahí por qué me interesa tanto decir a los jóvenes que me escuchan y a los que no me escuchan, pero que ocupan un lugar en mi pensamiento—: ¡Vivir no ha sido nunca ni cómodo ni sencillo! Vivir es arduo, sobre todo si se aspira a que la edad no nos envilezca, las pasiones no nos desvíen y los desistimientos no nos sometan a un automatismo servil. Vivir es arduo, porque entraña la obligación de construirse uno a sí mismo todos los días, de hacerse y organizarse a cada minuto y de luchar incansable­mente por no perder lo mejor que posee el hombre: su necesaria, su in­confundible,  su inalienable  autenticidad.

Reconozcámoslo objetivamente: vivir con decoro, con libertad y con rectitud no es, en el siglo XX, una empresa fácil. Los jóvenes deben saberlo. Y deben saberlo desde la escuela. La voz de sus guías habrá de indicárselos sin reservas, sin eufemismos y sin rencores. Pero no para aco­bardarlos, lo que equivaldría a ruindad de la inteligencia; sino al contrario, para robustecerlos y para asegurar, en el temple de su carácter, las cuali­dades indispensables al hombre de hoy: una audacia lúcida, un control razonado de sus recursos, una bondad sin abdicaciones y una aceptación gallarda de los deberes que impone a los hombres libres la solidaridad de sus semejantes, la solidaridad con todos sus semejantes.

Ver sólo las inquietudes y las congojas de nuestro siglo sería un error de miopes o de menguados. La era que el destino ha fijado a nuestra existencia es tremenda, sin duda, pero magnífica. Las fuerzas acumuladas por la civilización pueden destruirnos, pero pueden también salvarnos. ¿Cómo hacer para que los pueblos las utilicen con sensatez?

Ocurre imaginar que el problema, por desmesurado, está más allá de la iniciativa y de las posibilidades de acción de los individuos. El desarrollo de "Estatismo" internacional inspira a muchos 3a idea malsana de que en lo sucesivo, los hombres tendrán que limitarse a un papel oscuro, pasivo y subordinado de víctimas o de cómplices. . . Pero ¿por qué? ¿Por qué, por qué ceder a la tentación de ese derrotismo? ¿Por qué desdeñar, a priori y en forma tan absoluta, las aptitudes y los valores de la persona humana? ¿Por qué admitir la fatalidad de su intolerable  degradación?

Después de todo, la política y la economía, son creaciones del hombre. El hombre, si se empeña, puede favorecerlas, o corregirlas. Sólo que —mu­chas veces— el hombre de hoy se siente inferior a sus creaciones. Y, tras de haberlas modelado a su semejanza, quisiera escapar, para huir efectiva­mente de ellas; tendría el hombre que aprender a escapar antes de sí mismo, pues sus creaciones son nada más una imagen suya, agrandada en la noche por el terror.

 

LA JUVENTUD EN LA LUCHA CONTRA EL TERROR

 

Son múltiples e insidiosas las formas que asume el terror a que me re­fiero. A veces, se nos presenta como recelo de los demás; sospecha siste­mática —y a menudo infundada— que nos incita a dudar que se cree más elegante: la indiferencia de la torre de marfil. A veces, se disfraza con una túnica más severa y se nos presenta como crítica de nosotros mismos, des­confianza de nuestro entusiasmo y de autorización de nuestros entusiasmos y desautorización de nuestras costumbres. A veces, se viste con colores más atractivos y, por atractivos, más engañosos. Se nos presenta entonces como adulación de nuestros defectos y como invitación a la mentira; a esa men­tira que se dice piadosa porque adormece los males en apariencia y nos estimula a vivir en la falsa euforia de un falso éxito, dentro de un progreso falso y protegidos por falsas comodidades:  aquellas que inventa el deseo de que nadie nos importa, a fin de no tener que sentir, en su patética hon­dura, el dolor de nuestros iguales y nuestra crédula ceguedad.

Sobreponerse a todas esas formas del terror, conocerlas, desenmascarar­las, y acrisolar al mismo tiempo la verdadera fe en el honor del hombre, que es responsabilidad y trabajo, caridad y constancia, vigor y sacrificio, esa es, en todas partes, la misión esencial de la juventud. Pero, advirtá­moslo desde luego.  Una misión así no se realizará con discursos y con platónicas intenciones. Se realizará con hombres y con mujeres genuinos, provos,  serios,  verídicos, valerosos. ¿Y cómo preparar a esos hombres y a esas mujeres en un ambiente de fáciles complacencias o en un mundo hipotecado por la codicia de los placeres materiales más deleznables y más precarios?

Dentro de la obra que esa misión aguarda —y que es de carácter universal— corresponde a la juventud de nuestro país una función luminosa e impostergable: levantar y defender el alma de México. Es así como ren­dirá su mayor tributo y su homenaje más eficaz a nuestros grandes liberta­dores. Porque la patria no puede constituir exclusivamente una herencia plácida de derechos. El nombre más bello de la patria es perseverancia. Perseverancia en la lealtad al pasado, y perseverancia en la conquista del porvenir. Pero la perseverancia supone a su vez una premisa infrangibie: la austeridad. Pensarán algunos que esta palabra no resulta particularmente apropiada cuando se habla a la juventud. Y, sin embargo, ¿quién si do ella, la juventud, está en actitud de darle su sentido más limpio y más positivo?... En efecto, la austeridad del joven es heroísmo, en tanto que la de aquellos que vemos ponerse el sol sobre algunos de los vergeles de nuestra ruta podría interpretarse como cansancio, como quebranto o como palidez de la llama en el fuego próximo ya a extinguir.

Hace dos años, en Nueva Delhi, fui a visitar la tumba de uno de los más preclaros varones de nuestro tiempo: el Mahatma Gandhi. Una lápida inmensa, desnuda, sobria como su vida. En el momento de depositar al­gunas flores sobre esa lápida, vinieron a mi memoria las palabras dichas por Gandhi cuando la UNESCO le pidió un ensayo sobre los derechos del hombre. "De mi madre, sabia aunque iletrada —contestó el apóstol de la emancipación sin cólera ni violencias— aprendí que los derechos que pue­den merecerse y conservarse, proceden del deber bien cumplido. De tal modo que sólo somos acreedores al derecho, a la vida cuando cumplimos el deber de ciudadanos del mundo". Y añadió: "Con esta declaración fun­damental, quizás sea fácil definir los deberes del hombre y de la mujer, y relacionar todos los derechos con algún deber correspondiente, que ha  de cumplirse primero".

¡Cuánto  desprendimiento   había  en   aquellas   frases breves,  sencillas   y penetrantes!   ¡Y  qué enseñanza para la  juventud   de   cualquier  raza  y de cualquier nacionalidad!

Cumplir nuestro deber. ¿No estriba en esto, precisamente, la condición primordial de nuestros derechos?. . . Más de cien años antes, Hidalgo ha­bía experimentado, en la carne misma de lo que había de ser el cuerpo de la República Mexicana, hasta qué punto la libertad no se gana en un solo combate ni se afirma en un solo triunfo. La libertad se gana o se pierde en las operaciones más invisibles, con los más opacos consentimientos y en las escaramuzas más cotidianas, Por eso importa afianzarlas en noso­tros mismos, todos los días, mediante el cumplimiento sin fin de nuestros deberes.

Vuestra Universidad celebra al Padre de la Patria. Evoquémoslo en su recinto. Y evoquémoslo con unción. Pero no nos hagamos estériles ilusio­nes. Venerar a Hidalgo ha de ser seguirlo. Y seguirle con entereza por todos los senderos de México en los que haya todavía una indolencia por despertar, una servidumbre por desterrar, una industria por erigir, un cultivo por establecer, una bondad que premiar y una conciencia humana que rescatar de la prisión injusta de la ignorancia.

Recordemos la batalla del Monte de las Cruces. Toda victoria que no se persigue es una derrota en potencia. Continuemos nuestra campaña sin dispersarnos. No vivamos como tranquilos usufructuarios de nuestros hé­roes. La independencia que nos legaron es, también, un espléndido com­promiso. Y, aceptar sin vacilación ese compromiso, es el medio mejor de que disponemos para demostrar que el sacrificio de su existencia no se hizo en vano.

Gracias, señor Rector, por vuestra acogida tan amistosa, y por la hospitalidad de esta institución, tan cordial y tan mexicana. Gracias, señores, por estos minutos de plática con la juventud. Gracias en fin —dentro de la efusión más íntima y más sincera— por una honra que recibo con emo­ción y que me obliga profundamente.

 

18. DISCURSO DEL POETA VENEZOLANO ANDRÉS ELOY BLANCO, AL RECIBIR EL GRADO DE DOCTOR HONORIS CAUSA DE LA UNIVERSIDAD MICHOACANA. 9 de mayo de 1953.

 

Nos dijo un moralista francés que la generosidad no consiste en dar mucho como en dar a tiempo, pero en el caso mío la insigne Universidad Michoacana ha dado mucho y a tiempo. Mucho, por la cantidad del ho­nor que me confiere y por la calidad de los varones en cuya ilustre com­pañía me honro y a tiempo, porque siendo yo con Germán Arciniegas el único que no nací mexicano en este grupo, me deja tan ceñido a lo mejor de México, que me entrega la llave de la casa con el don de pensar en lo mexicano en forma tan señera y delicada que lo que era refugio se me viste de patria.

En una hora mejor que esta, para que me permitáis decir pocas palabras sobre nuestra gratitud, para deciros que a pesar de cuanto os digan en contrario, sigáis mexicanos, siendo como sois.

Si yo no puedo pintaros, ni lo podría nunca, cómo deben ver a México los asesinos de las ideas, sino cómo lo vemos nosotros, los hijos de la tris­te distancia, los que tenemos que sentir y saber si el corazón se nos queda en el pecho o se nos sale por los pies.

Ved a México en la historia y en su inconfundible fisonomía de patria, figuraos, es sólo figuración, figuraos un momento cualquiera de ayer o de hoy, mirad, sin pensar si es actual o es pretérito, el mapa de la tierra de Bolívar. Por ejemplo, figuraos, es sólo suposición, que haya una nube de lanzas y espadas sobre Venezuela; espadas sobre la Nueva Granada; espa­das sobre Quito y Guayaquil; espadas, más espadas que cuando España estaba en nuestra casa y la casa nos pedía más espadas.

Figuraos brotados de los campos y de la sombra de los talleres, clamo­res que piden tierra. Figuraos una voz que dice "talasa el mar". El mar, gritan los hombres de la tierra detrás de Jenofonte. Tierra, gritan los hom­bres de la mar detrás del Almirante. Tierra y mar, mar y tierra, claman los hijos de Bolivia en la hora más negra de Colombia. Figuraos todo eso y figuraos que a los que piden tierra les dan mar y al mar nos vamos habi­tuando porque, ya lo dije otra vez aquí mismo, compañeros estudiantes, al mar nos vamos habituando porque tenemos la lengua tan llorada que con­fundimos la sal con el azúcar.

Ya estamos en el mar o en el aire en un avión que viene lleno de hombres, sin tierra, y aun abajo está México, ríos de voz y ramazón de manos, con mil leguas de avance, suspendiendo el avión con las manos tendidas haciéndose anchurosas para el aterrizaje y los hijos de México Henos de girasoles para marcar el rumbo de la nave. Y arriba los doctores en nubes y allá más arriba, allá arriba donde hasta las palabras se nos ponen azules, el avión respiraba con rumor de paloma y así han llegado a México los hijos de la triste distancia.

El honor trae consigo la responsabilidad, acaba de decir el maestro Jaime Torres Bodet, el deber y la esperanza de no ser doctores graduados sino doctores titulados, porque según los cánones, graduado es el que no ha pagado todavía, el titulado el que supo pagarlo, y siguiendo en el concepto cervantino, el agradecimiento que sólo consiste en el deseo que fue cosa muerta, como la fe sin obra, nada mejor para pagar el título que estudiar más a México, sentirse ya no doctor sino estudiante de aquí, de lo de aquí. Más mexicano que salmantino, más nicolaita que compostelano. De lo mu­cho de aquí tan conocido, de lo mucho de aquí tan por conocer, porque aun en lo más conocido quedan pedazos ocultos a los ojos del hombre medio del Continente.

En Hidalgo, por ejemplo. Podría decirse que la obra de Bolívar, la perspectiva de Bolívar se nos presenta horizontal por la dimensión geográfica de su obra suprema, la de Martí hacia lo alto por lo remontado del idea­lismo, la de Hidalgo a lo hondo por lo trágicamente subjetivo de proceso.

Ayer, podréis recordar que junto al orador, alguien sostenía la vieja bandera de San Nicolás, una vieja y gloriosa bandera mexicana. En el momento en que hablaba ese insigne doctor mexicano que se llama Ignacio Chávez, por la trayectoria de la visión entre el sitio en que yo estaba, el orador y la bandera, vi en un momento dado la cabeza del orador reclinada en el águila que está en el centro de la bandera y fue motivo lírico, quizá simple improvisación de la emoción, cómo vi y creí ver en un momento al insigne cardiólogo auscultando la patria.

Y después vi las flores en el patio en torno al monumento del Padre. No sé quién fue el poeta que comparó las flores con el alma de los muertos. En el recinto donde ha muerto alguien, suelen las manos amigas enviar flores, después cuando se va el cadáver y se limpia la alcoba y los muebles van recobrando sitio, todavía al cabo de unos días queda el perfume en­tre la estancia. Así han de secarse las flores al pie del monumento. Pero la libertad de los pueblos es el perfume del alma de los héroes, así como el perfume de las flores quiso ser para el poeta que estudia el ánima del muerto.

Estudiar a ese hombre es amarlo cada día más. Subyuga ese hombre a quien unos llaman joven y otros llaman viejo y es que no hay ni hombres viejos ni hombres jóvenes. Hay hombres islas, hay hombres penínsulas y hombres continentes. Tristeza de ese hombre, por grande que haya sido, aislado en la isla de su propia creación, en su territorio de carne, lejos de la esperanza de los otros. Ya el que es península está ligado por un brazo al mundo, aunque no siempre es bueno lo que va o lo que viene. Hidalgo es hombre continente, enclavado todo él en la tierra y en la carne de los pueblos de América. Subyuga, enamora cada día más este hombre a medida que se le estudia; ese hombre que empieza por ganar batallas que se libran en sí mismo, en su vida y en su razón; ese hombre que comienza por libertarse en espíritu y termina sin dejar de ser cristiano, por arrancar su Virgen de Guadalupe de las razones de su fe para amparar la fe de su razón; ese hombre sencillo como la tierra; ese hombre que era inmortal antes de serlo, porque si es cierto que la inmortalidad es don para los grandes, tam­bién es cierto que muerto el grande es difícil substituirlo y cuando muere el hombre de los pueblos, el hombre de los campos, siempre hay uno que pasa al lado, igual a él, reproducción de él, inmortal, el único inmortal sobre la tierra.

Subyuga este hombre que estudia y enseña artes y oficios antes de haber enseñado el arte de ser libres y el oficio de auxiliar a los libres. Subyuga este hombre que estuvo cincuenta y ocho años pareciéndose al hombre y cuatro meses pareciéndose a Dios.

Estudiar a ese hombre es amar a América, es amar a la humanidad y es creer en la pureza de América, a pesar de sus errores y hasta de sus posibles crímenes. Sólo los justos y los humildes son capaces de creer en la pureza de algo contra la evidencia de sus pecados. ¡Cómo pecando tanto puede ser pura América! Yo encontré esta explicación y mi fe en la inocencia de nuestros pueblos oyendo la réplica en verso de un llanero en una noche de fiesta popular. Preguntaba al cantor:

 

Contéstame compañero

Lo que voy a preguntar:

¿Cómo pariendo la Virgen

                                   Doncella pudo quedar?

 

Y contestó el poeta:

 

Tira una piedra en el agua.

Ha de abrir, ha de cerrar.

Así pariendo la Virgen ',       

Doncella pudo quedar.

 

Y estudiar a ese hombre es más que todo saber hacer a América por
fuerza, pues, de amarla, porque después de todo, creo que algún día lo
pretendí decir aquí, amar es inventar, amar es crear. E! que ama inventa.
Cuando una mujer ama a un hombre, lo está inventando un poco, lo está
creando un poco. Cuando un hombre ama a una mujer, la está haciendo
un poco. Nunca un hombre llega a ser tan valiente, tan justo, tan noble
como se lo imagina la mujer que lo ama. Nunca una mujer llega a ser tan
bella y tan virtuosa como se la imagina el hombre que la ama. Por eso,
cuando una mujer ama a un hombre o un hombre ama a una mujer, la
está inventando un poco, la está creando un poco y así hay que hacer a
América por fuerza de quererla.

Y vosotros los hombres en cuyas manos han depositado los pueblos la
obligación de gobernarlos, estudiando a Hidalgo, vosotros también sentiréis
la fuerza y luz para vivir en la doctrina que mana de su vida, de su pasión
y de su muerte: amar es gobernar.

 

19. DISCURSO DEL ESCRITOR RÓMULO GALLEGOS,
CON MOTIVO DEL HOMENAJE AL LIBERTADOR
SIMÓN BOLÍVAR, EN EL COLEGIO DE SAN NICO­
LÁS. 24 de julio de 1952.    

 

SEÑOR  RECTOR DE LA   UNIVERSIDAD  MICHOACANA;

SEÑORES PROFESORES Y JÓVENES ALUMNOS DE ELLA;

SEÑORAS Y SEÑORES:

Ya otra vez estuve aquí recibiendo de esta ilustre Universidad precioso honor, con la emoción que, aun en medianas disposiciones a gratitud han de producir los regalos de la generosidad; pero hoy trasciende de lo orgu­lloso personal a lo patriótico mío el homenaje que aquí se rinde y por consiguiente ha de ser de mucha mejor calidad la presencia de mi emoción en este acto.

Conmemórase el natalicio del Libertador y Padre de mi patria y es en la de Morelos, el "siervo de la Nación", como él se complacía en llamarse, donde se le rinde tributo al "soldado de la Libertad", como a aquél le agradaba que se le dijera. Caudillos autóctonos de América, uno y otro, bajo los cuales el movimiento emancipador pierde, aquí y allá, el inicial carácter de guerra civil, gracias a la mágica y tremenda fuerza creadora con que ambos supieron convertir los ímpetus de rebeldía, que acaso de simple turbulencia no hubiesen pasado, en propósitos constructivos de na­cionalidad; pero con visión continental, hombres de América, uno y otro, con toda ella siempre en el pensamiento y en la palabra. La América de nuestro espíritu y nuestra lengua que hoy componemos aquí mexicanos y venezolanos, con un mismo fervor en el recuerdo de un común aconteci­miento extraordinario.

Ya se ha escuchado aquí la voz de México, en su apropiado tono viril
de pueblo recio, dedicada al elogio del guerrero y del estadista que con­
juntamente, armoniosamente, fue el venezolano fundador de la Gran Colombia —el americano, debí decir— y yo fatigaría innecesariamente la atención de ustedes si en ello insistiese, sabiendo, además, que en la organización de este homenaje, patrocinado por esclarecidos representantes de la cultura michoacana, se le ha confiado a más expertas manos el dibujo de la in­quieta figura de Simón Bolívar, tramontador de páramos ventosos, esguazador de caudalosos ríos, infatigable caminante de llanuras sin término, ter­co y tenaz sembrador de patrias sobre el americano suelo. La figura del
héroe y la puntualización de la vigencia de su pensamiento político en
las horas actuales de nuestros pueblos, medidas de tiempo de angustia
cuando se les acerca bien el oído al sentirlas pasar.

Mañana Andrés Eloy Blanco —mi hermano en el infortunio venezolano de hoy, mi hermano de siempre en el espíritu estimulador de nuestras le­tras, gallardas y sonoras las suyas— nos conducirá a contemplar una de las más amplias estancias del pensamiento bolivariano, todavía sumida en la atmósfera de los sueños visionarios: el Congreso anfictiónico de Panamá. Todos parecemos estar de acuerdo, allá en el limbo de las convicciones que no llegan a encarnarse en propósitos hacederos, en que de esa posible asamblea de nuestros pueblos, acercados a entendimiento y compenetración, surgiría el futuro grande y respetable de las naciones de nuestro espíritu y nuestra lengua en esta porción del mundo; pero aún no hemos sabido en­derezar el paso hacia la realización de esa ocurrencia estupenda del Bolívar estadista, por estar entretenidos con las que a diario se producen dentro de nuestras particulares fronteras, no siendo en realidad cosas de entrete­nimiento, aunque lo dramático se revista de pintoresco. Ni menos nunca en estos azarosos días de auroras que parecen puestas de sol. . . De una manera especial en la tierra del nacimiento que hoy conmemoramos, cuartel todavía, como amargamente ya la vio el mismo Libertador. Consiéntaseme que con estas palabras haya venido a este acto mi dolor de patria des­potizada y escarnecida, pues no hemos acudido aquí a festejo aturdidor, sino a convite a meditación.

Frustrado permanece todavía, en esos limbos de nuestra negligencia a que me he referido, el llamamiento bolivariano a asambleas de compenetración de nuestros pueblos; pero aquí está ocurriendo algo que quiero con­siderar como un comienzo de entendimiento. En esta Universidad han encontrado acogida generosa varios estudiantes compatriotas míos, víctimas de! atropello que contra la dignidad de nuestra máxima institución docente —la Universidad Central de Venezuela— han llevado a cabo los usurpado­res del poder público en mi país, a mano armada contra derecho limpia y rectamente ejercido y mediante mercenaria y traicionera mano ese men­cionado atropello.

Aquí se reponen estos jóvenes del bárbaro despojo recibiendo buena enseñanza para el futuro ejercicio profesional; aquí han de esmerarse en mantener y luego dejar bien puesto el gentilicio patrio, bien empleada en ellos la generosidad de la docencia que se les obsequia, bien aprove­chada por ellos la cordialidad con que el estudiantado mexicano les hace llevadero, grato, el destierro que padecen y cuando a la patria vuelvan, terminada la fortuna transitoria de la violencia enseñoreada allí, restituida al prevalecimiento de la razón y la justicia la suerte de Venezuela, que sólo por los ejercicios de la cultura puede ser venturosa y respetable, llevarán junto con lo bien aprendido en el aula, lo mexicano cordialmente compren­dido, apasionadamente compartido como parte integrante de una gran suerte común. Llevarán en la voz el acento pegado, caedizo después, pero tam­bién el tono de convivencia en el entendimiento y en el corazón, definiti­vamente incorporado a un modo de ser venezolano más parecido al ameri­cano modo como lo fue el Libertador.

Porque esto no ocurre sólo aquí. Por las vicisitudes de hoy muchos estudiantes venezolanos se han visto obligados a continuar la carrera universitaria en otros países de nuestra América; pero como no hay tiempo tan provechoso como el de adversidad para el fortalecimiento de lo mejor de la condición humana, cuando no se quiere malbaratar la vida no aplicán­dola a logro de alguna forma de felicidad o dignidad colectivas, yo no quiero, no puedo quitarle a mi esperanza en el futuro de la América nues­tra la fe que tengo puesta en esa porción peregrina de la juventud estudiosa de mi país, que en el contratiempo de hoy está templándose voluntad para provechosos esfuerzos y ensanchándose capacidad de corazón para amor sin fronteras.

De una mirada vuelta al mundo mágico de nuestros lejanos orígenes indoamericanos, podría yo sacar, aunque no fuese sino para complacernos un poco el gusto que todo lo legendario nos produce, motivos para afirmar que de este entendimiento entre michoacanos y venezolanos que aquí esta­mos cultivándonos, se hicieron ya buenos ejercicios iniciales, allá lejos, cuando ustedes y nosotros éramos, respectivamente, purépechas y mariches, teques, caracas. Pues parece que, desprendidos del tronco quichua, en el lejano y empinado Perú, remotos antepasados de ustedes —dicho sea con excepción de quienes aquí nada de tarasco tengan ni quieran tener— emprendieron peregrinación de siglos, bajo las cuatro estrellas providenciales de la constelación del sur —por las noches solamente, desde luego— y trasponiendo montes de nevadas cumbres y atravesando valles de salvaje soledad se internaron en lo que hoy es territorio venezolano, según se lee en el interesante libro Michoacán. Paisajes, tradiciones y leyendas, del Sr. Lic. Eduardo Ruiz. Quítenseme de la memoria las guerras que allí sostu­vieron con mis aborígenes, campo de matanza el significado de la palabra tarasca guárico que todavía designa una vasta y hermosa región de aquel territorio; pero no se me olvide del todo, por lo que tiene de fantástico el doloroso caso, el que por ir a darles batalla a mis bravísimos caribes esos peregrinos de ustedes, no muy benditos tampoco, dejaron sus pequeños hijos al abrigo de una gruta de difícil acceso y cuando por ellos volvieron los encontraron convertidos, por muerte de hambre, en unos pájaros de canto lamentoso. De cuyo nombre le viene a aquella gruta el de Cueva del Guá­charo, palabra tarasca esta, que significa lugar de niños, conforme al citado autor. Dicha cueva es una de las famosas curiosidades geográficas nuestras y es de justicia reconocerles a sus moradores los guácharos la esmerada pro­ducción de un guano de buenas virtudes fertilizantes.

Pero sucedió también que invitados esos forasteros por mis mariches y mis teques, con quienes habían hecho alianza de buena amistad, a conocer sus asientos en las montañas del centro de mi país, allá fueron y allí cono­cieron también a los caracas, moradores del hermoso valle donde hoy se asienta mi ciudad natal, cuna del extraordinario nacimiento que aquí con­memoramos y en el suave clima de aquella región, por donde, entre tiernas colinas y empinado monte —el Avila de mis empinamientos juveniles a con­templación de paisaje querido desde serenas y silenciosas cumbres— co­rrían las claras y abundantes aguas del Guaire, el Catuche, el Caroata, el Anauco. Admítaseme en estos nombres de mi monte y mis ríos la melancolía de las nostalgias y que tenga que repetir. Parece ser que en el suave clima de aquella región y en el amistoso trato con sus aborí­genes se dulcificaron las costumbres de aquellos peregrinos belicosos y que en agradecimiento de la buena acogida que se les brindaba les hacían fre­cuentes visitas a mis caracas, mis mariches y mis teques, de donde resul­taron enlaces de sangre, en cuyos festejos seguramente sonaron las quiringuas que luego escucharían Pátzcuaro y Tzintzuntzan. Los que hacen visitas, quiere decir purépecha. ¿No es cierto? Pues déjeseme creer que con esta que hoy les hacemos a ustedes estamos retribuyendo algunas de aquellas.

Pero un mal día se estremeció la tierra y ya nuestros huéspedes no quisieron continuar allí. ¿Quién lo creería? Dejar mi apacible valle al quieto pie de su sereno monte, porque una mañana se les movió un poco la tierra bajo los huaraches y venir a sacudirles definitivamente el polvo de marcha de siglos en México, donde si pasa día sin temblor la gente se pregunta: —¿Qué irá a suceder?

Y nada menos que en Michoacán, donde todavía se acostumbra que de la noche a la mañana surja un Paricutín y de todo un pueblo apenas deje solitaria torre sobre admirable campo de desolación.

No les perdono ese miedo, culpable de que no hayan florecido, en el ar­monioso rumor nemoroso de los cangilones del Avila —Sebucán, Mamá-no-quiere. . .— las melodías de la quiringua de oro de la cultura tarasca.

¿Cómo le habría respondido, en esa vieja y noble lengua, la melindrosa guaricha venezolana al tañedor de la dulce flauta: Mamá no quiere?... Puede que hasta manto de plumas de colibríes avileños llevase él sobre los hombros y nada de raro tendría que la amorosa invitación a internarse en el solitario bosque hubiera sido por mayo voluptuoso, en la tibia y perfumada noche. Florecerían las orquídeas en los añosos troncos de araguaneyes, sereipos, urayes y bucares y ya estaría derecha en mi hermoso cielo la Cruz del Sur.. . Yo estoy seguro de que, no obstante la prohibición materna, mi guaricha habría aprendido a acompañarse el canto con las melodías de la quiringua de oro.

Pero es bueno que regresemos ya de la fuga sentimental al mundo mágico de nuestros orígenes, con la circunspecta convicción de que no hemos de ser amigos compartidores de una misma suerte por encuentros fortuitos, ni en los paraísos de las leyendas —por supuesto— ni en las contingencias de nuestra vida viajera, Guía del Turista en la mano, moderno modo prác­tico de perder viajes viajando, sino por las ataduras de una igual responsa­bilidad cordialmente asumida ante un mismo destino; mas como he men­cionado aquella constelación en cuyas cuatro estrellas vigilantes de los con­fines del mundo una antigua fe situaba la providencia ordenadora del universo y no hemos perdido todavía totalmente la inclinación a las formas poéticas de sentido trascendental, por muy hombres de nuestra época materialista que seamos o querramos ser, puede permitírsenos que, haciendo útil aquella ingenua creencia para resultados positivos, nos propongamos como norma de conducta volver los ojos hacia la constelación del sur cuando necesitemos ponerle estrellas protectoras a nuestra esperanza americana. De aquí hacia allá estamos los que debemos ser un mismo esfuerzo dedicado a la soberana posesión de un mismo destino y a México le toca la grave y hermosa responsabilidad de comportarse de manera que, cuando los demás hacia nortes miremos, por la vieja costumbre de buscar en este punto car­dinal cintilación orientadora de rumbos, en México se posen y se complaz­can nuestras miradas.

Una misma suerte, todavía incierta, azarosa todavía, pero ante la cual se nos impone una igual y firme determinación. Yo no menosprecio la parte de ella enderezable a realización y mantenimiento de lo material inherente a la grandeza de los pueblos, pero el sitio y la ocasión en que nos hallamos explican y justifican que le dé preferencia a la necesidad de defender nues­tro espíritu del concepto peyorativo en que otros nos lo tengan y de la negligencia propia, pero no incurable, con que a eso estemos contribuyendo; a la urgente conveniencia de quitarnos, de una vez por todas, de la contemplación del atajo escabroso que nos invite a marcha aventurera preferible a andadura paciente por larga pero derecha vía; a la imperiosa necesidad de cultivarnos nuestra mutua confianza continental, amasando el pan de nuestra cultura con lo mejor de nuestras posibilidades humanas para ser­virnos con él la mesa del banquete anfictiónico, bien cuidado por todos el derecho de cada uno a tener asiento en ella, sin que ninguno haya de resignarse a esperar la caída de las migas cuando se retiren y se sacudan los manteles.

Este acto de homenaje a la memoria del libertador y Padre de la patria venezolana es para los hijos de ella que a él asistimos sitio de honor en la mesa de la cordialidad mexicana; pero no quiero dar las gracias, fórmula de simple cortesía insuficiente para el caso, porque entiendo que no hemos venido aquí, unos a agasajar a otros, sino tocios con una misma devoción a conmemorar un gran acontecimiento americano. Honrada queda la memo­ria prócer sobre procera tierra, en luminoso recinto de cultura.

Tiene el mexicano una manera peculiar de despedirse que es modo de no querer separarse del amigo y como esto me ocurre a mí y además esa forma contienen un sentido aplicable a este momento de entendimiento para compenetración, tales como somos, el alma en la cara, yo quiero adop­tar esa cordial costumbre:

Señor Rector de la Ilustre Universidad Michoacana; señores profesores y jóvenes alumnos de ella; señoras y señores: nos estamos viendo.

 

20. DISCURSO DEL LICENCIADO ADOLFO LÓPEZ MA­TEOS, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, AL RECIBIR EL GRADO DE DOCTOR HONORIS CAUSA DE LA UNIVERSIDAD MICHOACANA. 8 de mayo de 1960.

 

Señor Rector,            '

 

Señores miembros del Consejo Universitario,

 

Señores directores y catedráticos,

 

Amigos estudiantes nicolaitas:

 

Séame permitido dejar a un lado, durante estos momentos, la investidura que con la responsabilidad de gobernante, me confirió el pueblo de México, para expresarme aquí entre ustedes, con la llaneza de universitario, que recibe de los suyos, de sus compañeros de vocación, un honor sin par: el doctorado honoris causa de la institución de estudios superiores que cuenta entre sus hijos al Padre de la Patria, al Siervo de la Nación y al Mártir de la Reforma.

Alumno y director de otro ilustre instituto liberal, como ha sido el de Ciencias y Letras de Toluca, vivo estas inolvidables horas en la Casa Mayor de nuestras libertades públicas, en el foco más antiguo de nuestra cultura nacional; y al convertirme por vuestra generosa decisión en un nicolaita más, redóblase mi fe en los claros destinos de la patria y de sus juven­tudes; acéndrase mi decisión de luchar sin reservas para verlos dignamente realizados y conjúgase mi voluntad con la vuestra, para proseguir las causas populares de que los grandes nicolaitas han sido y son valerosos gestores.

¿Cómo expresar sólo con las palabras mi gratitud, mi orgullo, por la distinción que sin mayor merecimiento personal recibo? Será con estos actos cotidianos —valederos y eficaces más que toda elocuencia— como procuraré pagar esa deuda. Con mi existencia dedicada al bien de la na­ción, a la justicia social y a la económica, que el pueblo va alcanzando con seguro paso; a la cultura y al bienestar de las grandes masas mexicanas; a la defensa de la nacionalidad y de la democracia, y al logro de la paz justa en un mundo dedicado a garantizar la vida, el progreso y la ventura del hombre, en el concierto de las soberanías nacionales efectivamente respetadas.

En la medida que mis limitados esfuerzos contribuyen a realizar esas supremas aspiraciones de México y de los países que con México defien­den la libertad y la verdadera civilización, así habré correspondido a un tiempo mismo, a la confianza electoral en mí depositada y al estimulante honor que hoy  aquí recibo.

Fiel al más avanzado espíritu de su tiempo, al Colegio de San Nicolás estuvo en la colonia, con la independencia; en la independencia con la Reforma; bajo la dictadura, con la Revolución. Hoy con el progreso social de México, y debe ayudar al país entero en la tarea de conseguir que el programa revolucionario pueda llevarse a sus últimas consecuencias.

En la evolución social de México, los nicolaitas se desenvuelven sin contradicciones; al correr del tiempo, su pensamiento salta de la vanguardia liberal a la vanguardia revolucionaria porque encarnan al partido revolucionario histórico, que data de la independencia y aún actúa hacia el porvenir.

Quienes tan agudo sentido de la libertad y de la evolución histórica tienen por distintivo y norma, asimismo, han de tener marcada concien­cia de su responsabilidad. Dieron libertadores, reformadores, constituyen­tes, soldados de la Revolución y forman una hermandad cívica y cultural, cuyos componentes se reconocen e identifican por un mismo perfil del carácter y de la inteligencia: intransigente defensa de sus principios, inso­bornable fidelidad a sus tradiciones, firmeza en la opinión y decisión en la lucha. "Me quiebro pero no me doblo", parece ser el mejor lema del Colegio, dictado por uno de sus mejores hombres.  Minoría mayoritaria abierta a la unidad, pero inflexible en la ortodoxia de los principios unificadores.

Ser nicolaita cabal, por cuanto he dicho, no es cosa fácil. El hijo de
este plantel, al determinar su conducta —pública o privada— si es digno,
se detiene a pensar en la conducta de sus grandes; y sobre el interés y
sobre el apetito, y sobre la pasión, prevalece el deber. Ser libre, ser responsable, ser leal, ser valeroso, posponer lo propio al interés de quienes
necesitan ser servidos, tener a México y a su pueblo primero, aun a costa
de la vida, esto es ser nicolaita, miembro de la gran hermandad del civismo ejercido para la  libertad.  

Entreguémonos a las corrientes populares pero con plena responsabilidad; no para dejarse llevar por ellas, sino para impulsarlas. Antes, exami­némoslas con criterio de mexicanos honrados y cultos para saber si son auténticas, sí no ocultan engaño, si no son meras apariencias creadas por pasiones e intereses y, entonces, ciertos de su verdad, de su hondura, de su limpieza, manifestemos nuestra responsabilidad dándonos a ellas con inteligencia, patriotismo y varonía. Con inteligencia, patriotismo y varonía nicolaitas. Y desechemos lo falso y aparente, por justo y revolucionario que engañosamente se nos muestre. No tengamos por bueno hoy algo que sólo fue bueno ayer, si ya no sigue siéndolo, ni nos substraigamos al lla­mado del porvenir por acceder al pasado. Quiero decir: desterremos la demagogia para cumplir como universitarios con la Revolución y con la Patria.

Corregir, censurar, pero también crear. Saber de las responsabilidades
de quien modifica lo establecido para dar existencia viable a lo nuevo.
Medir la distancia entre lo real y lo factible, para hacer posible lo nece­sario. Sólo podemos pedir en la medida en que seamos capaces de ayudar
a que se nos dé.     

He sostenido en mis intervenciones universitarias en Sudamérica lo que ustedes, y con ustedes todos los universitarios avanzados del país, adop­taron años atrás como norma de acción. Una universidad como centro de influencia, como ética social común a todos sus componentes, un pode­roso agente de dignificación del hombre. Como fin superior de su actua­ción social, volver en generosa ofrenda de servicio lo que el pueblo nos da a los universitarios al privilegiarnos; interés resuelto en actos eficaces para beneficio de la comunidad, encima de nuestro personal interés, por legítimo que sea, Universidad, agente de la democracia social, de la jus­ticia y la soberanía. Alma mater que une en el pasado y en el presente.

De estas aulas ha egresado durante largo tiempo la clase gobernante de Michoacán, Y los nicolaitas contribuyen a integrar las clases gobernantes de México, Hombres de ciencia, técnicos, políticos, guías sociales, selecta minoría numérica  que sirve a la gran mayoría nacional.

En San Nicolás de Hidalgo hay la más estrecha y entrañable vincula­ción con la historia. Debe servir al pueblo porque lo ha servido siempre, ejerciendo la cultura viva, esto es, dando sustancia y cauce y voz a las exigencias populares de cada época, hoy igual que hace ciento cincuenta años.

El ocho de mayo de cada año, San Nicolás es punto a donde converge la reverencia nacional. En un día como hoy vio la luz el padre de la nación mexicana. Nació la esperanza para un pueblo subyugado. Cúm­plese siglo y medio desde la proclama de Dolores, un siglo desde la Re­forma y medio siglo desde el principio de la Revolución.

La voz de 1810 fue independencia. Entonces independencia del dominio español; hoy independencia de cuanto pueda limitar el pleno ejercicio de nuestra soberanía; de las sutiles pero rigurosas redes de la inserción eco­nómica, de la indirecta influencia política y de la impalpable influencia cultural.

Celebramos el triple aniversario de este año con recobros que la nación ha conseguido para integrar su independencia económica, y seguimos celebrándolo con otras conquistas más de varios géneros que el pueblo, primer actor en el drama nacional, realiza día a día bajo el imperio de la Constitución.

Ni en la Independencia, ni la Reforma, ni la Revolución, daremos un solo paso atrás. Adelante, cuantos pasos se pueda.

Hidalgo, Morelos, Juárez, Ocampo. Madero, Zapata y los demás adali­des sociales y políticos de la Revolución Mexicana, tienen aún mucho que hacer.

Seamos sus fieles operarios.           

 

21. EL PERIODISMO UNIVERSITARIO.

 

1922

 

"Revista Jurídica". Órgano de la Escuela de Jurisprudencia.

 

1923

 

Revista "Athena". Redactores: Salvador Franco López, Miguel Zuñiga, Car­los Villalón Mercado, José Pulido Méndez y José Ma. Mendoza Pardo.

 

1924

 

"Revista de Michoacán". Bisemanal de Información y Variedades. Editores:

J. Jesús Padilla Gallo y Rodolfo Tapia C.

"El Sol", periódico de combate. Director: José Morales Contreras.

"El Motín", editado por Pablo G. Macías.

 

1926

 

"El Día", periódico editado por Juan Abarca Pérez.

"Vanguardia", periódico editado por José Palomares Quiroz y Jesús Ramí­rez Mendoza.

"La Esfera", periódico editado por Gustavo Corona y Salvador Rodríguez Cuevas.

"Verbo Libre", de Jesús Padilla G. y Pablo G. Macías.

"Valladolid", de Pablo G. Macías.

"El Jicote", humorístico y satírico.

"El Deber Social", editado por Jesús Pérez Ochoa y Pablo G. Macías.

"Juventud", órgano del Consejo Estudiantil Nicolaita. Director: Alberto Cano. (Más tarde, en el mismo año, fue Director Antonio Mayes Navarro).

"Helios", revista cultural pedagógica. Director: Leopoldo Velázquez Acuña.

 

1932

 

Revista "Diferente". Directores: Natalio Vázquez Pallares y Alejandro Rábago V. Administrador: José Chávez.

"Mercurio", periódico órgano de la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Comercio.

"Clarinada", periódico nicolaita.

 

1933

 

Revista "Juventud", órgano del Consejo Estudiantil Nicolaita. Director: En­rique González Vázquez. Administrador: Miguel Cruzaley. Jefe de Redac­ción: Ignacio Rábago.

 

1934

 

"Universidad", periódico de la Academia "Fausto". Editores: José Cortés Marín, José Molina Marín. Juan Hernández L., Jesús Bustos y Roberto Nieto.

"Renovación". Periódico editado por Alfredo de León Jr., Alfredo Romo y

Gaspar Mota.

"Voces". Revista de Estudiantes. Editores: David Franco Rodríguez, Marco

Antonio Millán y Enrique Ramírez y Ramírez.

"Juventud", órgano del Consejo Estudiantil Nicolaita No. 1. Director: David Franco. No. 2. Director: Juan Sepúlveda.

"'Garibaldi", órgano de la Sociedad Juvenil "Juan Huss". Editado por José Campos, David Franco Rodríguez, Federico Pérez A. y Raúl Posadas.

 

1935

 

"Labor", periódico mural de la Universidad Michoacana. Directores: Prisciliano Mora Tovar y Fernando  Escamilla.

"Orientación", semanario político órgano del Partido Universitario. Edita­do por Mario Bremauntz y Alfonso Izquierdo Pantoja.

"Universidad", periódico mensual del Bloque Radical de Estudiantes de Jurisprudencia.

"ímpetus", quincenal estudiantil. Editado por Saúl Martínez Contreras, Federico Pérez A., Tomás Rico Cano, David Franco Rodríguez, Salvador Equíhua O., Enrique González Vásquez y Arcadio Chacón M.

"Afirmación", periódico estudiantil. Director:  Manuel Solorio Araiza.

"lndice", semanario estudiantil. Editor; Juan Hernández Luna.

 

1936     

 

Revista "Divulgación", órgano de ia Sociedad Cien tífico-Literaria "Dr. Mariano Azuela". Editores: Pablo Rivadeneira, Gilberto Ruiz, José T. Valdés, Francisco Ortega. María Oviedo E., Octavio Chanona, Alfredo Loya, J. Jesús Puente, Jesús Bustos, Rafael Orozco, J. Jesús Izquierdo y Julián  Luviano.

"Izquierda", periódico editado por Esteban Figueroa Ojeda, Jesús Carranza Góntiz, Melesio Aguilar Ferreira, Severiano Mora Tovar, Lauro Pallares y Porfirio García de León Jr.

"Bandera Nueva", órgano central de la Federación de Estudiantes Michoacanos.

"El Criticón". Periódico anónimo, Paúl Vorín, Paúl Vorón, Paúl Vareda.

 

 

1937

 

"Cauce", periódico órgano de la Unidad de Universitarios Socialistas. Edi­tores; José Mendoza G., Salvador Equihua. Administrador: Daniel Cuevas.

"Impulso", periódico quincenal: Editores: David Franco y Lauro Pallares.

"G. R. U. A.", periódico órgano del Grupo Revolucionario de Universi­tarios Anti-imperialistas. Editores: Juan Hernández L., Pablo Rívadeneyra, José T. Valdés, Vicente Chávez, Julián Luviano, Benjamín Ortiz, Luis Rangel y Octavio Chanona.

"Lucha", periódico quincenal. Director: Julián Luviano. Jefe de Redacción: Leopoldo Arreóla B. Administrador: Felipe Guerrero S. Circu­lación: José Nieto.

"Nueva Vida", revista quincenal del Grupo "Eduardo Ruiz", de la Es­cuela Normal. Editores: J. Jesús Castillo Janacua, Luis Sepúlveda Váz­quez y Juan Tavera Castro.

"Universidad Michoacana", revista mensual de cultura, órgano oficial de la Institución. Empezó a publicarse en este año bajo la dirección de Melesio Aguilar Ferreira, quien la tuvo a su cargo hasta 1939, en que fue designado Jefe del Departamento de Extensión Universitaria, y por tanto director de la revista, David Franco Rodríguez. En los años de 1941-1942 fue director el Lic. Gustavo Avalos Guzmán; en 1943 fue nueva­mente director Melesio Aguilar Ferreira; en 1946-1947 estuvo a cargo de J. Jesús Arreóla Belmán; de 1951 a 1955, Ezequiel Calderón Gómez; y en 1956 se publicó el último número, bajo la dirección del Profesor Enrique González Vásquez.

"Gremio", periódico estudiantil de orientación proletaria, editado por Alfonso Reyes H. y Eduardo Suárez S.

"Universidad Socialista", periódico estudiantil.

"Atena", semanario estudiantil, órgano de los universitarios michoacanos.

 

1938

 

"CEN", revista del Consejo Estudiantil Nicolaita. Director: Tomás Rico Cano. Auxiliar de Redacción:  J. Trinidad Campos.

"Universidad Socialista", periódico estudiantil. Editores: Alfredo Gálvez Bravo, Jesús Bravo Baquero, Ramón Martínez Ocaranza, Enrique Gon­zález Vásquez, Roberto Reyes Quiroz y Benjamín Molina.

"R. R. R.", periódico de política universitaria. Editores: David Franco y Natalio Vázquez Pallares.

"Et  Proletario", periódico de los estudiantes  normalistas.

"Prisma",   periódico estudiantil.  Director:   Manuel   Gutiérrez Ch.  Jefe de Redacción:  Palemón Ayala G.  Administrador:  Ricardo Andrade G.

"Atalaya", periódico editado por Enrique González Vásquez, J, Jesús Bravo Baquero y Benjamín Molina.

"Labor", boletín oficial de la Universidad. Sin indicador.

"Universidad", periódico mensual del Bloque Radical de Estudiantes de

Jurisprudencia, editado por Gustavo Gallardo, Alfredo Gálvez, Arturo Núñez y José Campos.

 

1939

 

"Anales del Museo Michoacano". Edición del Departamento de Extensión Universitaria. Director: Lic. Antonio Aniaga Ochoa. Han aparecido hasta la fecha seis volúmenes.

 

1940

 

"El Normalista", periódico órgano de la Sociedad de Estudiantes Normalistas. Director:  Francisco García Vega.

"Guía", periódico órgano del Sindicato de Empleados de la Universidad Michoacana. Director: Tarsicio Romero H. Jefe de Redacción: J. Ro­berto Cárdenas. Administrador:   Juan de Dios Gutiérrez.

"El Nicolaita", periódico estudiantil. Editores: Alfonso Nieto, Anastasio Zamudio, Alfonso Espitia, Daniel Cuevas, Bulmaro Estrada y Celia Gallardo González.

"El Bachiller", periódico estudiantil. Director: Francisco Órnelas Ibáñez.

"Ariete", órgano del Partido Estudiantil de Renovación Universitaria. Director: Raymundo Alvarez. En 1941 fue director: J. Jesús Arreóla Belmán.

"Alfa", revista  órgano de la Sociedad de Estudiantes de Medicina "Dr.

Juan Manuel González Urueña".

"Aula". "Criterio", periódico de la Federación de Profesionistas Revolucionarios

Michoacanos.  

 

1941

 

"Voces", periódico mensual. Editores:  Enrique González Vásquez y Ra­món Martínez Ocaranza. Continuó publicándose en   1942.

"Boletín Deportivo", periódico mimeográfico.  Editor:  Antonio Morales Z.

 "Cumbres", periódico quincenal de los alumnos de la clase de declamación y arte teatral de la Escuela de Bellas Artes. Directora: Sara Malfavón. Jefe de Redacción:   Salvador Estrada  Acuña.

"Normalista", periódico órgano de la Sociedad de Estudiantes Normalistas de Michoacán. Director:   Samuel  Caballero  Cervantes.

"El Estudiante", órgano de la Federación Estudiantil Universitaria. Edi­tores: Raúl Arreóla Cortés. Alfonso Nieto, Celia Gallardo González, Ezequiel Calderón, Eugenio Villicaña y Francisco Órnelas. Continuó publicándose en 1942.

 

1943

 

"Defensa Nicolaita", órgano del Comité de Orientación y Defensa Nicolaita. Director: Isaac Reyes H.

"Nosotras", periódico quincenal de estudiantes universitarias. Directora: Celia Gallardo González. Jefa de Redacción: Ofelia Cervantes. Secreta­ria: Isabel Calderón. Administradora:  Ana Ma.  Vera González.

"Aula", órgano del 2o. año del Bachillerato de Ciencias Biológicas. Di­rector: Alfonso Nieto. Jefe de Redacción: Víctor Figueroa. Administra­dor: Alberto Chávez.

"El Universitario", un vocero de estudiantes revolucionarios. Director: Palemón  Ayala  García. Jefe  de Redacción:   Jesús   Pedraza.

"El Hondero Entusiasta", boletín de lucha universitaria, edición mimeográfica. Director:  Raúl Arreóla Cortés.

"Arte", órgano pro-cultura de la Escuela Popular de Bellas Artes, Director: Salvador Tena M.

 

 

1944

 

"Gaceta de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo". Di­rector: Lie. Luis García Romero. Se publicó aún  en 1945.

"Insignia", periódico universitario. Director: Alfonso Espitia Huerta. Redactores: Tomás Rico Cano, Salvador Reyes H., Luis Olguín y Palemón Ayala.

"Páginas Médicas", periódico mensual. Editores: Alfonso Pichardo, Netzahualcóyotl Ruiz Gaytán y Salvador Miranda.

"Cuadernos Revolucionarios", órgano del Bloque de Universitarios Revolucionarios de Michoacán. Director: Ricardo Andrade G. Jefe de Redacción: Guillermo Gutiérrez. Administrador:  Matías Murillo.

 

1945

 

"Prometeo", órgano del Bloque Democrático Estudiantil Michoacano. Director: J. Refugio Cuevas.

 

1946

 

"Gaceta de Historia y Literatura", publicación del Museo Michoacano y del Departamento de Extensión Universitaria. Director: Salvador Reyes Hurtado.

"El Piquete", periódico estudiantil. Sin responsable o director. Apareció también en 1947.

 

1947

 

"La Espiga y el Laurel", revista. Ediciones estudiantiles de la Universidad Michoacana. Editores: Carlos Arenas G., Francisco Ayala, Ezequiel Cal­derón G., Alfonso Espitia H., Salvador Molina M. y Xavier Tavera A. Esta importante revista se publicó hasta 1953.

"Boletín Universitario", periódico mural del Departamento de Extensión. Universitaria. Dirigen: E. Avilés y Avilés y Alfonso Espitia H.

 

1948

 

"Juventud", periódico estudiantil nicolaita. Editores: Jorge García C, Salvador Viliamar C. y Rodolfo Xlménez.

 

1949

 

"Hipócrates", órgano del 4o. año de la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas. Editores: Heriberto Santillán B. y Rodolfo Maldonado.

"Cuadernos de Derecho y Ciencias Sociales", órgano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Director: Tomás Rico Cano.

"Nicolaita", periódico órgano del Consejo Estudiantil Nicolaita. Editores: Salvador Molina, Tomás Rico Cano, Efrén Capiz, Carlos Arenas, San­tiago Barajas y Francisco López.

"Ariel", órgano de la Escuela Secundaria. Director: Salvador Bolaños Guzmán. Redactores: José Luis Sosa Fraga, Gilberto Cortés, José Mendoza Quiroz y Octavio Ortiz M.

 

1950

 

"Nicolaita", revista del Consejo Estudiantil Nicolaita.

"Revista Médica", órgano de la Facultad de Medicina, 5o. año.

"Boletín de la Biblioteca Pública". Director: Dr. y Gral. Alberto Oviedo Mota. Jefe de Redacción: Alicia Oviedo y Cañedo. Secretario de Re­dacción: Antonio Morales.

"Boletín Universitario".

"El Nicolaita", órgano mensual de la Asociación Juvenil Nicolaita, de México, D. F. Director: Antonio Silva Villalobos. Jefe de Redacción: Manuel Pérez Coronado.

"Juventud", órgano periodístico de la juventud revolucionaria. Director: Ernesto Reyes Rodríguez.

"Revista de la Facultad de Derecho".

 

1951

 

"Letras Nicolaitas", periódico del Consejo Estudiantil Nicolaita. Editores: Mario Mendoza, Adolfo Mejía, Gonzalo Mendoza y Salvador Bolaños.

 

1952

 

"Revista de Derecho y Ciencias Sociales", órgano de la Facultad de Leyes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Directores: Aarón Trejo Miralrío y Juan Díaz P. de L. En 1955 fue Director: Daniel Camacho A.

"Letras Nicolaitas",  revista  del   Consejo   Estudiantil   Nicolaita. Director: Gonzalo Mendoza H. En 1953 fue director: Adolfo Mejía, Jr.

 

1953

 

"El Zorro". Director: Augusto Velasco.

"El Nigromante", órgano de la COPEM, México, D. F. Director: Daniel Hernández. Redactores:  Augusto Velasco, Rene Nieto y Octavio Ortiz.

"El Cigarro". Periódico universitario humorístico.  Sin editores. (1954).

"Justicia", revista bimestral, órgano de los alumnos de la Escuela de Leyes.

"Boletín" de la Biblioteca Pública y Universitaria. Director: Ramón Mar­tínez Ocaranza.

 

1955

 

"Renglones", cuaderno estudiantil. Editores: Rene Nieto, Higinio González

G., Rafael Zamora P. A. y Mario Mendoza.

"Expresión", órgano de la Federación Revolucionaria de Estudiantes Michoacanos, de México, D. F. Director:  Pedro Bedolla Reyes.

"Espíritu Nicolaita", revista médica.

 

1956

 

"Universidad Michoacana", boletín mensual. Director: Enrique González

Vásquez. A partir de  1957 fue Director;  J. Jesús Puente Robles.

"El Nicolaita",  órgano de información de los michoacanos en el D. F.

Director: Manuel Sanciprián A. También se publicó en  1957.

"El Nicolaita", órgano estudiantil universitario. FEUM. Director: José Chávez Zavala. "Buril", periódico mural, órgano del grupo de Grabadores "José Clemente

Otozco", de la Escuela Popular de Bellas Artes.

"Tribuna", órgano político Juvenil Michoacano. Director: Araulfo Zúñiga

Romero. Sub-Director: Ramón Fraga B.

"Flor de Loto", periódico estudiantil. Director: Nicandro García Díaz.

 

1957

 

"El   Socialista",   órgano   estudiantil   universitario.    Director:   Crescendo

Morales.

"El Nicolaita", órgano del CEN. Directora. Angela Acosta Esquivel.

 

1958

 

"Facultad de Medicina". Revista conmemorativa del aniversario del plantel.

 

1959

 

"ímpetus". Revista estudiantil revolucionaria. Director: Ranulfo Zapién N.

 

1960

 

"Revista de Ciencias Naturales". Facultad de Medicina. Coeditores: Dr. Eliezer Moreno y Dr. Mario Tapia S.

 

1962

 

"Ciencia y Sociedad". Revista de la Universidad. Redacción: Mario Aurelio Espitia y Raquel Rabiela de Gortari.

 

1965

 

"Vida Nicolaita". órgano oficial de la Universidad Michoacana. Director: Mario Aurelio Espitia.

 

1966

 

"Revista de Derecho Pena!".

 

1967

 

"Universidad  Michoacán". Revista. Director:   Mario  Aurelio Espitia.   (En

1969 fue director Ramón Martínez Ocaranza).

"Cincuentenario". Universidad Michoacana.

 

1969

 

"El Nicolaita". Director: José González Tapia.   

"Universidad". Año de la superación académica. Órgano de la Oficina de Información. Director: Mario Aurelio Espitia.

"Correo Universitario". Órgano de Divulgación.

 

1976

 

"Revista  de   planeación  universitaria".   Director:   Q.   Z.   Ariosto   Aguilar Mandujano,

 "Anuario". Escuela de Historia. Director: F. Ángel Gutiérrez Martínez.

1977 "Revista de Filosofía". Escuela de Filosofía.

 

1978

 

"Chispa". Órgano de la Sección Sindical del Sindicato de Profesores de la Universidad Michoacana. Preparatoria 4.

 

1979

 

"Construye". Órgano de difusión, información y análisis del Consejo Estudiantil Democrático de Ingeniería Civil.

"El Reactor", órgano informativo y formativo de Ingeniería Química. Director: Juan José Hernández S.

"Misiri". Órgano del Taller Experimental de Periodismo. Secundaria Popular.

 

1981

 

"El Universitario". Director: Agustín Tena Flores.

 

1982

 

"El Insurgente". Periódico de información universitaria. Director Lic. José

Cendejas Tamayo.

"Gaceta Universitaria". Órgano de información académica,

"Boletines de Información Profesional". Para las carreras: Escuela de Historia, Escuela de Biología, Escuela de Filosofía, Escuela de Ingeniería en Tecnología de la Madera.

"Boletín Informativo". XX Reunión de Ginecología. Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas "Ignacio Chávez".

"Boletines". Centro de Psicología y Psicometría. Destinado a orientar a los estudiantes de todas las carreras universitarias.

 

1983

 

"Universidad Michoacana". 2o. época. Encargada: Silvia Figueroa.

"Universidad Michoacana"  (Otra  revista  del  mismo  nombre.)   Secretaría de Difusión  y Extensión Universitaria. UMSNH.

 

 

22. UN ENSAYO DE BIBLIOGRAFÍA UNIVERSITARIA DE MICHOACAN.

 

ACEVEDO VALERIO, Víctor Antonio. Notas analíticas para metodología

de la investigación. Depto. de Investigaciones Económicas.  1981.

AGUILAR FERIÍEIRA, Melesio.   Gente de mi  pueblo.  Cuentos.   1937.
—El doctor Martínez Solórzano.  1940.

AGUILAR VILLALÓN, Gloria (y Luis Romero Rodríguez). Prácticas de Química Orgánica sistematizadas.  1977.

AGUILERA DÍAZ, Gaspar. Informe de Labores.

ALLENDE, Salvador. Discurso en  Guadalajara.

ALVARADO, José Antonio. Algo ha quedado roto desde entonces. Colec­ción Trilce Pireni.  1982.

ÁLVAREZ CONSTANTINO, Jesús. El Quijote Adolescente. Biblioteca de Nicolaitas Notables. 1980,

ANDRADE, Cayetano. Estudio sobre la literatura nicolaita. México, 1940.

—Antología de escritores nicolaitas. Edición conmemorativa del IV Centenario del Colegio de San Nicolás. México, 1940.

— Anecdotario  nicolaita.  Edición  conmemorativa. 1941.

ANGUIANO, Victoriano. Discurso pronunciado durante el acto organizado por la Universidad como contribución a la lucha contra el fascismo. 18 de junio de 1942.

APARICIO, Francisco Octavio. Introducción a la computación y progra­mación. 1977.

ARAYA POCHET, Carlos. Notas sobre historia económica y social de Costa Rica.  1914-1949.

ARNÁIZ BURNE, Stella Maris. Notas sobre la historia económica de la República Argentina.

ARREGUIN OVIEDO, Enrique. Hidalgo en el Colegio de San Nicolás. Recopilación de documentos del archivo del arzobispo de Michoacán. 1956.

—A Morelos. Importantes revelaciones históricas.   2a. edic.  1978.

—Historia del monumento a don José  María  Morelos y Pavón. 2a. edic. 1980.

ARREGUIN VÉLEZ, Enrique. Discursos. Se incluyen e! de la inauguración de la Universidad de Primavera "Vasco de Quiroga", en Morelia; y el de la inauguración de la Escuela Nacional de Cooperativismo. México, 1941.

—La Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Ni­
colás de Hidalgo. 1979.

—Melchor Ocampo. Educador y nicolaita. 1980.

—Manuel Martínez Báez. Maestro, científico y humanista. 1980.

—Páginas autobiográficas. Biblioteca de Nicolaitas Notables, 1982.

—El nicolaicismo. 1982.   "

ARREÓLA CORTÉS, Raúl. Historia del Colegio de San Nicolás. Segunda parte por el profesor. .. (La primera parte es el texto clásico del doctor Julián Bouavit). 1958.

—Síntesis histórica de la Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo. En Catálogo general  1966.

—Nota histórica de la  Universidad.  Se publicó sin el nombre  de su

amor. En Catálogo. 1974.

—Alfredo Maillefert. Soledad y silencio. Biblioteca de Nicolaitas No­tables. 2a. edic. 1982.

—Historia del Colegio de San Nicolás. 1982.

ARRIAGA OCHOA, Antonio. Organización social de los tarascos.  1940.

—El lugar de nacimiento de Hidalgo. 1953.

—El doctor  Ignacio Chávez en  la  Universidad Michoacana.  México,

1961.

—Imágenes y paisajes. Biblioteca de Nicolaitas Notables. 1981.

ARRIAGA RIVERA, Agustín. Anarquía contra mexicanidad.  1966.

ÁVALOS GUZMÁN, Gustavo. La revolución del dinero. Novela.  1942.

—Historia americana. Tres volúmenes.  1943-1944,

BALLESTEROS TENA, Nabor. Apuntes de Topografía. Escuela de Inge­niería Civil.   1981.

—Método astronómico de orientación para levantamientos topográficos.

BALTAZAR BARAJAS, Ángel.  Principios generales de Derecho.   1971.

—Nociones  de Derecho Positivo.   1981.

BERNAL JIMÉNEZ, Miguel. El archivo musical de Santa Rosa de Santa María de Valladolid. (Siglo XVIII). Sociedad de Amigos de la Música. Edic. de la Univ. Michoacana. 1939.

BERNAL R. G., Manuel. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hi­dalgo. (Datos históricos de su fundación, 1919.) Biblioteca de Nicolaitas Notables. 2a. edic. 1980.

BOCANERA, Jorge   A. Voces y  fragmentos. Poesía argentina de hoy.1981.

BONAVIT, Julián. Fragmentos de la historia del Colegio Primitivo y Na­cional de San Nicolás de Hidalgo, el más antiguo de los que existen actualmente en América. En Boletín de la Escuela de Jurisprudencia. 1910. Antes en Bol. de la Soc. Mich. de Geog. y Estad..  1908.

—Fragmentos...  Con un apéndice relativo a la Escuela de Jurisprudencia. 2a. edic. 1910.

—Historia del Colegio de Sari Nicolás de Hidalgo. 3o. edic. 1940.

—Esculturas de caña de maíz y orquídeas fabricadas bajo la dirección

del Ilmo. Sr. don Vasco de Quiroga. 1944.

—Historia del Colegio de San Nicolás. 4a. edic. 1958.

BORGO BILIA, Gumersindo. Aserraderos. Proyecto. Escuela de Ing. en Tecnología de la Madera. 1972.

BOYTEHMAN, Bernardo (y Margarita Aviles). Herbolaria y Jardín Bo­tánico en el Estado de Morelos. Colecc. Xurhijkí.   1982.

BRAVO BAQUERO, Jesús. Apuntes de Filosofía.  1958.

—4 ensayos filosóficos.  1964.

—El movimiento latinoamericano de reforma universitaria en Michoacán. 1968.

—Concepto histórico de la filosofía.  1981,

—Manual de Lógica.  1982.

BREMAUNTZ, Alberto. Universidad Michoacana. Informe 1963-1964.

1964.

—Informe de labores.  1964-1965  1965.

—México y la revolución socialista cubana.   1965.

—Informe de labores 1966.  En Catálogo general.

BROM. Juan. Historia Universal. Edic.  Mimeográfica.   1961.

CALVILLO MADRIGAL,  Salvador.   La literatura  en   Michoacán.   1979.

CALZADA ALBA, Adalberto.  Evaluación del aprendizaje.  Serie:   Tecno­logía pedagógica. Centro de didáctica.   1977.

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—Hacia una  Universidad mejor.   Discursos de  Alfredo Gálvez Bravo, Alberto Lozano Vázquez y Guillermo Valdés Zaragoza.

—Consejo universitario constituyente. Con una introducción del rector Alberto Bremauntz.  1963.

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—Tesis acerca de algunos problemas de la Universidad Michoacana. Cuadernos  universitarios No.   2. Jesús  Bravo   Baquero,   José  Herrera Peña,  Octavio Ortiz Melgarejo,  José G.   Sánchez   Gutiérrez y  Antonio Cañedo Flores.  1965.

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—Perspectiva  histórica  de  la  Universidad de  Michoacán. Cuadernos universitarios No. 5, Jesús Bravo Baquero, Leonardo Pedraza Miranda y José G. Sánchez Gutiérrez.  1966.

—La lucha política y la lucha pedagógica en la   Universidad de Mi­choacán.  Cuadernos  universitarios  No.   5.   Jesús  Bravo  Baquero,  Leo­
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—La política educativa del Presidente Díaz Ordaz y la  Universidad de Michoacán. Cuadernos universitarios No. 6. Sociedad de profesores universitarios "Melchor Ocampo".   1966.

—Catálogo general 1966. Contiene informes, planes de estudios y mo­nografías  de  los planteles  durante  la  gestión   del  rector Alberto  Bre­mauntz. 1966.

—Perfil de Hidalgo en 5 discursos. Manuel Cazares Ramírez, Alberto Bremauntz Martínez, Jaime Díaz Rozzotlo, Raúl Galván Leonardo, Fran­cisco  Rodríguez  Oñate.  Se agrega   un   artículo  periodístico de  Emilio Uranga. 1966.

—Proyecto para el Programa Nacional de Formulación de Profesores. 1971.

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—Proyecto de Ley Orgánica (FEVM).  1972.

—Catálogo   73-74.  Historia,   planes,   alumnado, presupuestos,   planea-
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—Asamblea sobre la reforma educativa. (Ponencias y mesa redonda.)

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—Evaluación y diagnóstico del plan vigente. Comisión para la reforma del Bachillerato.  Leticia Camargo, Antonio Cañedo, J. Manuel Madri­gal, Alberto Navarrete y Jesús  García,   1978.

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—Aspectos clínicos y terapéuticos de los  cánceres más frecuentes en la mujer. José Jesús Cuevas T., Juan Antonio Santos M., Nicanor Gó­mez Reyes y Alejandro Cuevas Torres.   1981.

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—El  puro  cuento.  Cuentos contemporáneos   de   Michoacán.   (Marco Antonio López, Manuel del Postigo, Gloria Carreño, Gaspar Aguilera, J. Jesús Fonseca. Ulises Tavera, Teresa Osorio y Juan Iriarte). Colec­ción  Desperdicios.   1982.

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—Hacia la reforma universitaria. Contiene  el ensayo '"El artículo 3o. constitucional y la enseñanza universitaria",  de NVP. Además, la Ley Orgánica de  ese  año.  1939.

VÁZQUEZ  PIÑÓN,  Jorge.  La  teoría de la ciencia y la fenomenología. Colección Catón.

—Estructura y sentido de la educación superior. Colección Catón.

VEGA ARROYO, Enrique. Aproximación a la Lógica. 1972.

VEGA CARBALLO, José Luis. Algunos procesos sociales y económicos

en el inicio del desarrollo político de Costa Rica.

WARREN, J. B.  Vasco de Quiroga y sus hospitales-pueblo de Santa Fe. 1977.

 XIRAU, Joaquín. Amor y mundo. Conferencias dictadas en el Colegio de San Nicolás.  México, 1940.

ZAMBRANO,  María. Filosofía y poesía.   1939.

ZEA,  Leopoldo. Bases para una filosofía  americana.   Conferencias en  la Universidad de Primavera "Vasco de Quiroga". México, 1947.

ZOLLA,  Carlos.   La  investigación   etnobotánica  en   plantas   medicinales.

Colección Xurhijki.  1982.

 

23. FUENTES INFORMATIVAS.

 

A. Archivos y Bibliotecas.

 

Archivo  histórico  de la  Universidad Michoacana  de San  Nicolás de

Hidalgo.

Archivo de la Junta de Gobierno de la Universidad.

Archivo del Congreso del Estado de Michoacán.

Archivo del Ejecutivo del Estado.

Archivo General de la Nación.

Registro Público de la Propiedad.

Archivo  particular de RAC.

Biblioteca Pública y Universitaria de Mordía.

Biblioteca del Congreso de! Estado.

Hemeroteca Pública ''Mariano de Jesús Torres". Morelia.

 

B. Periódicos.

 

a) De circulación  nacional.

 

"Excélsior".

"El Universal".

"El Nacional".

"Novedades".

"El Popular"

"El Día".

"Huytlale". Correo amistoso de Miguel N. Lira y Crisanto Cuellar Abaroa. Tlaxcala, Tlax.

"Diario Oficial de la Federación".

 

b) Locales."

 

"Flor de Loto".

"El Centinela".

"Para Todos".

"Crítica".

"Municipio Libre".

"Cumbres".

 

* No se incluyen los periódicos universitarios, que han sido la fuente de consulta más impórtame. (Ver: apéndice Núm. 21.)

 

"El Relator".

"Diario de Michoacán".

"El Sol de Michoacán".

"El Heraldo Michoacano".

"Orden" (Unión Nacional Sinarquista),

"Comunidad Cristiana".

"La Voz de  Michoacán".

"Periódico Oficial del Estado".       

 

C. Bibliografía.**

 

AGUILAR FERREIRA, Melesio. Los gobernadores de Michoacán. Morelia, 1950.

AGUILAR GUZMÁN, José.  Yo también fui nicolaita. Morelia, 1973.

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—Panorama social de las revoluciones en México. México,  1960.

—La batalla ideológica de México. México, 1962.

—Setenta años de mi vida. México, 1968.

—Material histórico. (De Obregón a Cárdenas. Melchor Ocampo.) Mé­xico, 1973.

CÁRDENAS, Lázaro. Obras. I. Apuntes. T. II. UNAM. México.  1973.

CONSTANT, Benjamín. La Liberté Civile. París,  1848.

 

** No se mencionan aquí las obras de la bibliografía universitaria que han sido consultadas.  (Ver:   apéndice  Núm.  22.)

 

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—Michoacán   y  sus Constituciones.   Nota   preliminar   de  Felipe  Tena

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