Primer semestre:
Filosofar y la perspectiva humanista

 

Unidad Uno: Naturaleza del pensamiento filosófico 

 

 


1.0 El pensar filosófico


Preguntamos a la ente artificial IA ChatGPT: 


“La filosofía es una disciplina que busca comprender la realidad y responder preguntas fundamentales sobre la existencia, la verdad, la moral, la mente y el conocimiento. A lo largo de la historia, diversos filósofos han propuesto teorías y sistemas de pensamiento que intentan explicar el mundo y la vida humana.


La filosofía no se limita a una sola perspectiva o enfoque, sino que es una disciplina plural e interdisciplinaria que se relaciona con múltiples áreas del conocimiento, como la ciencia, la política, la religión y las artes. La filosofía es una actividad crítica y reflexiva que busca cuestionar los supuestos y las creencias dominantes, y ofrecer una visión profunda y amplia de la realidad.


En la filosofía se abordan temas como la naturaleza de la realidad, la identidad personal, la ética y la moral, la libertad y la responsabilidad, la justicia, la mente y el cuerpo, y la epistemología. Cada uno de estos temas ha sido objeto de debate y reflexión por parte de filósofos de diferentes épocas y culturas, lo que ha llevado a la formulación de diversas teorías y perspectivas.


Es importante destacar que la filosofía no ofrece respuestas definitivas o certezas absolutas, sino que es un proceso continuo de búsqueda y cuestionamiento. La filosofía invita a pensar de manera crítica y a cuestionar lo dado por sentado, a buscar una comprensión más profunda y amplia de la realidad, y a reflexionar sobre los valores y la conducta humana.


En resumen, la filosofía es una disciplina que aborda preguntas fundamentales sobre la realidad, la existencia y la vida humana, y que busca una comprensión más profunda y amplia de estos temas a través de la reflexión crítica y el cuestionamiento de los supuestos. La filosofía es un proceso continuo de búsqueda y cuestionamiento que nos invita a pensar de manera crítica y a reflexionar sobre nuestros valores y conducta.”


A medida que pasa el tiempo, la audiencia para el arte, la ciencia, la literatura, la música, las matemáticas… “serias y profundas” se redujo a casi nada, y el aplauso público se multiplicó para los superfluos, replicadores de momería de todo tipo de ideas sin justificación, sin arte, sin estructura rigurosa. La sonrisa de los entendidos sin reflexión se volvió un poco más desdeñosas. 


¿Es esta triste historia relevante para el estado actual de la filosofía en el mundo de posverdad? No tratamos de ofrecer razones concluyentes para pensar qué captura la difícil situación de la filosofía a principios del siglo XXI, pero argumentaremos que los filósofos, así como los miembros de la comunidad intelectual más amplia e incluso los ciudadanos reflexivos, deberían preocuparse por la cuestión. La reconstrucción en filosofía puede ser urgentemente necesaria[1]. La reconstrucción de la filosofía es el título de un libro de John Dewey, uno de los filósofo más importante del siglo XX. El enfoque que desarrollamos bajo STEM renueva las preocupaciones de Dewey con respecto a nuestros propios tiempos. Permítanos dar este paso:


“Si estamos dispuestos a concebir la educación como el proceso de formación de disposiciones fundamentales, intelectuales y emocionales, hacia la naturaleza y los semejantes, la filosofía puede incluso definirse como la teoría general de la educación[2]”. 


La propuesta de Dewey nos recuerda su trabajo pionero en la creación de la escuela laboratorio en la Universidad de Chicago, y de su continua voluntad de definir filosofía  cuyo centro está en: metafísica, epistemología, filosofía del lenguaje y de la mente. ¿Por qué deberíamos aceptar esta imagen estándar? ¿Qué se supone que debe hacer la filosofía para personas en lo individual o para una cultura más amplia? Inmediatamente después de considerar la filosofía como la teoría general de la educación, Dewey refuerza su definición planteando esta cuestión:


“A menos que una filosofía siga siendo literatura (simbólica) o verbal (dialogó)… su auditoria de las experiencias del pasado y su programa de valores al futuro debe tener efecto en la conducta”. 


El peligro de que un campo de investigación se convierta en una “inteligencia sentimental para unos pocos”, o tal vez en un sitio de justas intelectuales para unos pocos, es especialmente urgente atender su presencia en la juventud:


El hecho de que los problemas filosóficos surjan debido a dificultades generalizadas y ampliamente sentidas en la práctica social, se disfraza, porque los filósofos se convierten en una clase especializada que utiliza un lenguaje especializado, a diferencia del vocabulario en el que se exponen las dificultades directas de la mayoría. 


Aquí se hacen dos puntos importantes. Primero, los problemas filosóficos surgen de situaciones en las que las personas, muchas personas, no solo una clase de élite, se encuentran; en segundo lugar, el desarrollo del lenguaje especializado es particularmente problemático en filosofía. Ambos puntos deben tratarse cuidadosamente. Segundo, la filosofía no es únicamente en el uso de un lenguaje especializado. Los matemáticos, físicos, ingenieros, y biólogos hablan y escriben de maneras que los forasteros encuentran incompresibles sus lenguajes especializados necesarios para ganar profundad en el conocimiento. No solo hay una cuestión de cómo una pregunta grande, cuya importancia puede apreciar los forasteros, puede descomponerse analíticamente en pequeñas piezas de un sistemas, debido a su contribución potencial para dar la respuesta como aproximación, hay muchas razones para creer que se pueden encontrar respuestas bien fundamentadas, justificadas y ricas en nuevos conceptos volviendo analítico el problema. Descubrir estas repuestas requiere tiempo, persistencia e ingenio, pero los investigadores se sienten alentados por el reconocimiento de que otros han hecho cosas similares antes. Se ven a sí mismos como teniendo métodos para llegar a resultados confiables.


La filosofía no es así, en la medida en que las cuestiones técnicas que llenan las revistas anglófobas resultan de manera comprensible no preguntas de gran importancia, parecen haber llegado a la etapa en la que se puede encontrar repuestas firmes. Cualquier defensa de la idea de que la filosofía, al igual que la física de partículas y la biología de sistemas entre otras ciencias, los ingresos por la acumulación de respuestas confiables a preguntas técnicas tendrían que proporcionar ejemplos de consenso sobre los cuales se construye acuerdos más amplios. Sin embargo, a medida que las cuestiones filosóficas disminuyen en tamaño, el desacuerdo y la controversia persisten, se establecen nuevas distinciones y, sin embargo, se generan cuestiones más pequeñas. La descomposición continúa hacia lo profundo, hasta que la comunidad interesada está demasiado agotada, demasiado pequeña o demasiado poco inspirada para seguir jugando a ser héroes del pensamiento.


Hoy todos dicen saber, cuando ese conocimiento no lo tienen justificado, fundamentado, calculado…, disertado.  Este fenómeno es especialmente desalentador cuando las industrias del intelecto no descienden de una idea filosófica original y poderosa. Los gigantes a veces han caminado por la tierra, incluso en las últimas décadas, legando a sus estudiantes y sucesores un nuevo enfoque para un grupo importante de temas. La generación inmediatamente siguiente a menudo toma la inspiración de manera fructífera, elaborando la perspectiva pionera. Pronto, sin embargo, la “filosofía normal” se hace cargo, preocupándose por detalles minuciosos. Dentro de la filosofía, la iluminación de las primeras discusiones se ven intensificadas por debates de importancia cada vez mayor. El mundo generalmente ignora esos debates y, en sus deliberaciones, el poder de la concepción puede seguir vivo, como con el pensamiento de John Rawls de la estructura básica de la sociedad tal como se decidió en la posición original, incluso mientras los filósofos discuten interminablemente sobre el grosor exacto del velo de la ignorancia. Como señala Dewey sobre las cuestiones filosóficas: no las resolvemos, las superamos. 


Esta característica de la filosofía es fundamental para el otro punto que mencionamos, el suponer que hay preguntas eternas, formuladas por griegos o por Descartes o por Kant, Frege, Wittgenstein, que, una vez introducidas, deben constituir el núcleo del tema de ahora en adelante. Queremos sugerir una historia diferente, una más en consonancia con las imágenes que los historiadores pintan de la evolución de las ciencias naturales y sociales. La filosofía surge de un impulso hacia la comprensión de la naturaleza y el lugar humano en ella, un impulso que estaba presente mucho antes de la invención de la escritura. En las primeras etapas de la cultura escrita, ese impulso se expresó en preocupaciones indiferenciadas sobre el cosmos, la materia, la vida, la sociedad y los valores. El ímpetu filosófico estuvo presente en todos los contextos humanos del pasado y en las circunstancias hasta el presente. En cada etapa, la primera tarea del filósofo es reconocer las preguntas apropiadas que surgen para sus contemporáneos. Dewey enfocó este pensamiento ofreciendo un diagnóstico de las necesidades de la década de 1920: 


“El problema de restaurar la integración y la cooperación entre las creencias del hombre sobre el mundo en el que vive y los valores, y propósitos que deben dirigir su conducta es el problema más profundo de la vida moderna. Es el problema de cualquier filosofía que no esté aislada de esa vida”.


Si este es o no un buen diagnóstico para su tiempo o para el nuestro, es algo que consideraremos un asunto menor. Por el momento, sin embargo, queremos verlo como apuntado a dos ejes a lo largo de los cuales la filosofía ha operado históricamente, y como reconociendo un cambio importante a lo largo de unos de ellos. 


Durante la mayor parte de la historia de las ciencias, los más profundamente involucrados se vieron a sí mismos haciendo filosofía natural: doctorados en filosofía. Del mismo modo, las figuras que seguimos enseñando en las clases de filosofía no se les reconoce limitaciones que les impidieran pronunciarse sobre temas que tomamos como científicos. De los fragmentos de sus escritos que han llegado hasta nosotros, los presocráticos estaban claramente preocupados por cuestiones de física; Aristóteles  evidentemente tomó toda la naturaleza como su provincia; Descartes escribió su discurso sobre el método como prefacio a tratados sobre geometría, óptica y meteorología; Kant discutió la formación de sistemas planetarios, así como las categorías de compresión pura. Los ambiciosos intentos de avanzar y defender las afirmaciones sobre el mundo natural, sin aventurarse muy lejos en él, disminuyeron en popularidad solo a medida que la necesidad de una experimentación intrincada y exigente se hizo más evidente. Sin embargo, las conexiones entre la filosofía y la búsqueda del conocimiento de la naturaleza muestran el valor del pensamiento reflexivo informado: los filósofos con sed de familiarizarse con la mejor información disponible para sus contemporáneos a menudo han encontrado formas de enmarcar un campo de investigación naciente. 


La evolución de la filosofía a lo largo del eje orientado a los valores debe responder a las circunstancias cambiantes de la vida individual y social, y también incorporar la mejor imagen general que se puede derivar de las contribuciones de las diversas ciencias especializadas. Enmarcar esa imagen general es en sí mismo un problema filosófico que emerge a lo largo del eje del conocimiento. 


Ahora podemos comenzar a comprender cómo la filosofía puede seguir más que una “indulgencia sentimental para unos pocos”, cómo puede ser una parte vital de la evolución de la cultura humana. Dejando de lado la idea partera de la filosofía de otras disciplinas, las sociedades y los individuos siguen necesitando una imagen integrada de la naturaleza que combine las contribuciones de diferentes áreas de investigación, y los diferentes campos de saber que pueden ser asistidos por pensadores cuya perspectiva más sintética puede alertarnos sobre oportunidades perdidas y proporcionarles la aclaración necesaria sobre sus conceptos. A lo largo del valor del eje de los valores, la filosofía puede ofrecer una explicación de la moral y de la vida ética como prácticas evolutivas, una serie de prácticas que probablemente han ocupado a nuestra especie durante decenas de miles are años, y que han sido distorsionadas de diversas maneras por afirmaciones de experiencia que se basan en supuestas revelaciones religiosas o en supuestos razonamientos a prior. Los filósofos pueden buscar, como recomendó Dewey, métodos para promover estas prácticas, formas de hacer que el progreso moral y ético sea menos ágil y sangriento, más sistemático y completo. El corazón de la filosofía moral y ética consiste en identificar formas de mejorar las decisiones d ellas personas y reformar las instituciones que enmarcan la conducta humana. El asesoramiento metodológico se puede obtener de la historia, alimentando los intentos de evitar los puntos ciegos de nuestros predecesores y diagnosticar los lugares en la práctica ética, social y política actual donde somos igualmente incapaces de ver la con claridad. 


La filosofía, así entendida, es una disciplina sintética, que reflexiona y responde al estado de la investigación, a las condiciones de variedad de prácticas sociales humanas y a las necesidades sentidas de las personas individuales para dar sentido al mundo y su lugar en él. Los filósofos son personas cuyo amplio compromiso con la condición de su edad les permite facilitar la reflexión individual y la conversación social. 


Consideremos dar un paso por el eje de búsqueda del conocimiento. Están las grandes preguntas ¿qué es el conocimiento? ¿Se puede refutar varias formas de escepticismo? ¿Deberíamos optar por el internalismo o el externalismo? ¿Es el conocimiento distinto de la creencia o una forma de creencia más? Carecemos de respuestas firmes a estas preguntas. Eso no parece importar mucho. La investigación continúa, a menudo entregando resultados valiosos. Está lejos de ser evidente que iría aún mejor si filósofos resolvieran estos problemas de una vez por todas. Tal vez el conocido fracaso de la filosofía para llegar a respuestas a sus preguntas se debe a su irrelevancia: si los problemas fueran verdaderamente urgentes, ¿no exigirían aquellos que sintieron su importancia estándares para resolverlos? 


A veces, la investigación humana se retrasa o incluso se detiene porque los investigadores ignoran o confunden acerca de las entidades involucradas en los fenómenos que buscan comprender. La investigación genética avanzó mucho cuando se reconoció que los genes son segmentos de cromosomas, cuando se descubrió que los cromosomas emparejados pueden intercambiar material y, dramáticamente, cuando los científicos reconocieron al ADN como el material genético para la mayoría de los organismo; la conciencia de los retrovirus vino más tarde. Cuando los filósofos preguntan ¿qué es el conocimiento? o ¿qué hace que las declaraciones morales sean verdaderas?, podría ser bueno preguntar ¿por qué necesitamos saber? ¿Es, como en el caso de la genética, eliminar los obstáculos a la investigación? ¿Seríamos capaces de obtener un mayor conocimiento si tuviéramos una respuesta a la pregunta epistemológica? ¿Resolvemos la cuestión de los fundamentos de la verdad moral ayudaría en la toma de decisiones morales? ¿El tipo de respuestas que los filósofos ofrecen a estas preguntas, y sobre las cuales continúan sus debates dada vez más complejos y técnicos, permiten que nuestras prácticas morales progresen? Durante siglos el conocimiento del mundo natural ha crecido de manera impresionante, incluso en ausencia de “claridad filosófica” sobre lo que es el conocimiento. Tal vez con respecto a las deliberaciones morales y éticas, la aclaración filosófica sería bienvenida, pero solo si la compresión del estado de la moralidad condujera a métodos que pudiéramos seguir para lograr el progreso moral. Sugiriendo un lema para una revolución muy necesaria: ¿no hay aclaración filosófica sin edificación metodológica! La revolución es necesaria porque gran parte de la filosofía analítica contemporánea no satisface esa demanda.


Algunas de las preguntas que los filósofos continúan planteando alguna vez fueron importantes. A principios del siglo XVII, cuando el aristotelismo se desmoronó después de dos milenios de dominio, era extremadamente natural preguntar cómo se podía colocar el conocimiento sobre una base inamovible. Para aquellos que veían el pasado como un ejercicio de construcción sobre arena, era importante que esto nunca volviera a suceder. De sus esfuerzos (finalmente infructuosos) para encontrar bases firmes surgieron muchas de las preguntas que dominan los cursos de filosofía hoy en día. Sin embargo, nuestra situación es diferente. Nos hemos acostumbrado a la idea de que casi todo, o para algunos de nosotros, todo, es revisable. ¿Qué problemas deberían surgir en nuestros tiempos?


El eje del conocimiento de la filosofía comenzó buscando identificar la estructura del cosmos. Hoy en día es dudoso que haya alguna gran estructura que se pueda encontrar. Como Nancy Cartwright ha argumentado enérgicamente, vivimos en un mundo moteado de un rompecabezas de conocimientos[3]. La situación de la investigación es seleccionar preguntas que son particularmente sobresaliente para las personas, dadas sus capacidades cognitivas y sus intereses en evolución, y luego trabajar para abordar esas preguntas, no buscar una gran “teoría del todo”. Tal vez algunos filósofos o científicos perspicaces puedan ayudar a través de más partería: ayudando a la neurociencia en sus luchas para abordar problemas difíciles, digamos sobre la conciencia, aunque albergamos dudas sobre si estos temas son manejables en nuestra situación actual. O tal vez los filósofos pueden aportar perspectivas más amplias para influir en áreas de investigación donde hay controversias y dificultades prolongadas: en debates sobre cómo cuadra la mecánica cuántica con la teoría de la relatividad, o en disputas sobre determinantes biológicos del comportamiento. A medida que la división del trabajo entre la filosofía y las ciencias naturales se instituyó más firmemente en los siglos XVIII y XIX, hubo una manera obvia de redirigir la búsqueda de conocimiento de los filósofos. Los científicos naturales investigarían el mundo, mientras los filósofos estudiarían los métodos de investigación. La provisión de cánones de evidencia y la explicación de conceptos metacientíficos, como teoría, ley, causa y explicación, contribuirían a la partería filosófica a demostrar cómo las ciencias nacientes como la nanobiología podrían comenzar a crecer. Desde los esfuerzos de los metodólogos del siglo XIX, Mill y Peirce, hasta los intentos de los positivistas lógicos, empiristas lógicos y bayesianos contemporáneos, se han aprendido algunas cosas valiosas, y hemos adquirido mejores herramientas para la resolución de algunas controversias científicas. Sin embargo, así como no hay una gran teoría de la naturaleza, tampoco existe un método científico general de ninguna sustancia. Existe diversos campos de investigación con su colección de técnicas para evaluar hipótesis, técnicas transmitidas a los aspirantes a profesionales en cursos de “metodología”. Si la filosofía de la ciencia ha de hacer contribuciones a estos campos, debe ser profundizado en los detalles, como, por ejemplo, Clark Glymour y sus colegas hacen con respecto al descubrimiento y evaluación de modelos causales a partir de datos estadísticos[4]. 


Las preguntas epistemológicas generalmente se consideran en el orden de un conocimiento individual. Sin embargo, debería ser evidente que los principales problemas en una época en la que abunda tanta información potencial son sociales. ¿En qué dirección debe ir la investigación, si ha de responder a las necesidades humanas? ¿Cómo se certifica el conocimiento colectivo y se aclara su estatus? ¿Cómo se puede organizar el cuerpo de conocimiento que tenemos para que esté disponible para su distribución a las personas que lo necesitan? ¿Cómo debe equilibrarse las pretensiones de experiencia con las demandas de aprendizaje complejo? ¿Cómo se fortalece la democracia con la justicia epistemológica? Entre otras. Son necesarias atender estas preguntas, son a nuestro juicio fundamentales para una renovación de la filosofía en un momento en que un proyecto significativo a lo largo del eje del conocimiento es, explorar cómo el conocimiento puede adaptarse mejor para el uso humano en una era de complejidad y saturación de información.


Al igual que Dewey, consideramos que la moral y la ética son invenciones humanas, aunque  no arbitrarias. Surgen de nuestras necesidades y nuestra condición social; son, si se quiere, tecnologías sociales que responden a los problemas de esa condición. Hemos estado ocupados en la vida moral durante al menos cincuenta mil años, y durante la mayor parte de ese tiempo nuestra práctica moral se ha elaborado en grupos muy pequeños. 


Nuestros ancestros homínidos, al igual que nuestros primos evolutivos, los chimpancés, vivían en grupos mezclados por edad y sexo. Fueron capaces de alcanzar ese estado social porque habían adquirido disposiciones psicológicas para responder a sus semejantes. Al igual que las sociedades contemporáneas de chimpancés, esos grupos de homínidos estaban constantemente en peligro de disolución social debido a los límites de la capacidad de respuesta: la evolución bajo la selección natural nos ha equipado con disposiciones psicológicas para tener en cuenta las necesidades de los demás, a veces. Desafortunadamente, nuestro equipo de adaptación permite muchas ocasiones en las que ignoramos a los que nos rodean y lo que están tratando de lograr, y nuestra negligencia generalmente provoca problemas sociales. A diferencia de nuestros parientes evolutivos, que continúan resolviendo sus problemas sociales a través de formas de reconciliación que consumen mucho tiempo, los seres humanos adquirimos la capacidad de controlar algunas inclinaciones socialmente disruptivas a través del autocontrol. El proyecto moral comenzó cuando nuestros antepasados deliberaron unos con otros, en términos de igualdad (aproximada) entre los miembros adultos, todo los cuales eran necesarios para la supervivencia de la tribu, y llegaron a un acuerdo sobre las reglas que gobernarían sus vidas juntos. Iniciaron una serie de experimentos de vida (para usar la frase de Mill), y nosotros, que llegamos tarde en esa serie, hemos heredado las ideas experimentales que fueron más exitosas.


No podemos decir si la selección natural o cultural tiene alguna tendencia a generar elementos de práctica ética que puedan merecer el título de “verdad” o “rectitud”.  Sin embargo, todavía es posible encontrar una especie de objetividad en nuestros códigos morales. Los patrones de conducta que elogiamos y las reglas que respaldamos son objetivos en la medida que ayudan a superar no solo los síntomas superficiales sino la causa profunda de nuestro progreso: el carácter restringido de nuestra respuesta evolucionada a los demás. La objetividad en ese sentido nos permite hablar del progreso moral, no como una creciente proximidad a verdades morales fijas independientemente, sino en términos de resolución de problemas. Las llaves que a veces diseñamos se ajustan a algunas de las cerraduras que necesitamos abrir. Al igual que con otras formas de tecnologías, podemos entender el progreso en la moralidad como la acumulación de soluciones a problemas. El progreso moral ha sido parcial y vulnerable a la reversión, y ocurre con mucha menos frecuencia de lo que sería deseable, pero existe. La esperanza de Dewey, que compartimos, es que una compresión del carácter del proyecto moral (y su descendencia del proyecto ético) puede ayudarnos a hacer transiciones progresivas con mayor frecuencia, más compleméntente, más confiablemente y con resultados más duraderos. 


Si algo como esta imagen es correcto, entonces tiene que ver con la forma en que la filosofía debe proceder a lo largo del eje de lo axiológico. La metaética contemporánea, tal como se practica en el mundo occidental, está llena de preguntas sobre “razones” y “conocimiento” que una explicación de ética como tecnología social pasa por alto. Aquellos que usan estos modismos rara vez los despliegan para ofrecer consejos metodológicos para la investigación ética. Sus discusiones sobre las razones admiten con franqueza que poco se puede decir sobre cuáles son las razones últimas. De hecho, podríamos preguntarnos si existen entidades apropiadamente denominadas “razones”. Sin duda, las personas toman una decisión pensando las cosas, participando en formas de razonamiento bueno y malo. ¿Implica eso la existencia de razones? Aunque los deliberantes a menudo se describen a sí mismos como haciendo cosas por razones, eso difícilmente resuelve el asunto. Después de todo, las personas hacen cosas por el bien de aquellos que les importa. Sospechamos que muy pocos de ellos creen en la existencia del beneficio. Seguramente vale la pena preguntarse si la metaética contemporánea es una empresa Ptolemaica, agregando resueltamente epiciclos que tienden a ofuscar en lugar de aclarar.


Hoy en día, la participación causal con otros miembros de nuestra especie tiene lugar en una escala mucho más amplia y las discusiones éticas que tenemos no se llevan a cabo en términos de igualdad o con ninguna conexión cercana con muchas personas que podrían verse afectadas por lo que decidamos. Lo más importante es que todo nuestro pensamiento está dominado por el mito de que hay expertos con autoridad final para responder preguntas éticas. Por lo general, estos son identificados como “maestros religiosos” que tiene acceso a la voluntad de un ser que establece las reglas en el cosmos. 


Una versión alternativa y mucho menos influyente del mito, nos lleva a científicos y filósofos inteligentes que han descubierto los principios fundamentales sobre los que se debe descansar el gobierno de la conducta. Ambas versiones del mito a veces se fijan en elementos estables de tradiciones, principios o ideales éticos que se introdujeron en un cambio progresivo y permanecerían en su lugar bajo modificaciones progresivas adicionales; podríamos introducir una noción de verdad ética para marcar esta característica de ellos, pero en lugar de presentar esto ideales y principios en las formas  vagas que subyace a su estabilidad. Las enseñanzas religiosas y los pronunciamientos, impulsados por el deseo de una sistematización completa, los transforman en afirmaciones universales que no admiten excepción. Es mejor pensar de métodos para promover la moralidad basados en la idea de relacionarse con los demás, y de las contribuciones de sabios, santos y políticos como de herramientas para facilitar ese compromiso. 


Una tarea para la práctica moral es prestar atención a los lugares en los que las vagas generalidades morales, las herramientas que extraemos de la caja de herramientas, no nos sirven bien, ya sea porque son inaplicables a los problemas en cuestión, o porque diferentes herramientas generarían reformas alternativas entre las cuales no podemos decidir. Cuando esto ocurre, nuestra mejor respuesta, afirmo, es facilitar algún análogo de conversación inclusiva y comprometida en un mundo en el que miles de millones de voces se pierden típicamente. Una vez abandonado el mito de la pericia final, los filósofos solo pueden proponer. Podríamos tratar de emular las características del proyecto ético que dominaron sus primeras etapas, requiriendo conversaciones para comprometerse con las aspiraciones y necesidades de los demás,  todo los demás, en igualdad de condiciones y esa discusión debe estar de acuerdo con el mejor conocimiento integrado que tenemos (de acuerdo con la imagen filosófica sintética generada a lo largo de eje del conocimiento).  


Una tarea particular para la investigación es atender el funcionamiento de aquellos papeles e instituciones que la evolución del proyecto ético ha generado. Muchas de las preguntas que las personas plantean sobre lo que deben hacer o sobre lo que deben aspirar a ser ya están enmarcadas en términos de papeles e instituciones existentes: padre y trabajador; propiedad y matrimonio… Dada la imagen que hemos esbozado, debemos anticipar que los papeles (roles) y las instituciones se introdujeron en respuesta a problemas que fueron sobresalientes para nuestros antepasados. La investigación genealógica, eso fue lo que intento Michel Foucault.


Otra tarea es bordar las oportunidades para que las personas, individual y colectivamente, participen en la reflexión y la conversación sobre el sentido de sus vidas. La brillante anatomía de Aristóteles de la buena vida procede de las circunstancias en las que se encontraban los miembros de élite de las polis. Necesitamos no solo una anatomía que responda a toda la gama de seres humanos modernos, sino también una fisiología que dé, más allá de la simple lista de posibilidades, una idea de cómo se podría experimentar un tipo particular de vida. Dewey reconoció la necesidad de una fisiología de este tipo, y la vio como un proceder a través de la interacción entre ciencia, arte y filosofía: como hecho empírico, sin embargo, las artes, las de converse y las artes literarias que son las continuaciones mejoradas de la conversación social, han sido de los medios por los cuales los bienes se llevan a casa a la percepción humana. Los escritos de los moralistas han sido eficaces en esta dirección en su conjunto, no en su intención declarada como doctrina teórica, sino en la medida en que han participado genuinamente en las artes de la poesía, la ficción, la parábola y el drama[5].


El trabajo apunta al significado filosófico de la literatura no es periférico, sino central para una cuestión filosófica que surge en diferentes formas específicas en diferentes épocas. Mucho de lo que hemos dicho  hasta ahora necesitara ser refinado. Si tenemos los detalles correctos, parece muy claro que hay preguntas importantes a lo largo de ambos ejes que la filosofía debería abordar, y que en gran parte de lo que se toma como el centro del tema no tiene una relación obvia con tal pregunta. Las apariencias pueden ser engañosas. Sin embargo, corresponde a los filósofos considerar qué es lo que, en todo caso, hace que valga la pena tener sus contribuciones previstas. 


El trabajo que realmente hace una diferencia se está haciendo en muchos lugares de la filosofía contemporánea. Los filósofos de las ciencias especiales, no solo en la física, la biología, la inteligencia artificial…, están atendiendo a controversias que tiene que ver con la evolución futura del campo focal, y a veces sobre asuntos que afectan al público en general como la posverdad. Las empresas en ética normativa a veces toman los desafíos particulares planteados por las nuevas tecnologías o los problemas de la pobreza global. La epistemología social ha dado algunos primeros pasos alternativos. Un número creciente de pensadores se están involucrando con cuestiones de raza, género y clase. Dentro de la estética, se ha prestado atención a las conexiones entre arte y la política, y algunos filósofos ha seguido el trabajo pionero de Stanley Cavell  en la exploración del significado filosófico de las principales obras de música, drama y literatura[6]. En muchos de estos desarrollos, hay un acercamiento bienvenido entre las formas de pensar que con demasiada frecuencia estaban bloqueadas entre sí por prominentes señales de “alto”, marcadas con una de las dos etiquetas inútiles “analítico” y “continental”, como si viajar a través del canal de la mancha fuera romper una barrera filosófica significativa.


Las muchas empresas loables a las que acabamos de aludir rara vez se ven a sí mismas como parte de un enfoque filosófico común: ¿qué, después de todo tiene que ver una crítica de los modelos de elección racional en economía con una excavación de la perspectiva moral en las novelas de Henry James? Cualquiera que sea el grado de conciencia compartida, estas partes de la filosofía contemporánea realizan la visión de Dewey, en sus intentos de renovar la filosofía en relación con la vida y la cultura contemporánea. 


Lo que unen a los esfuerzos de los pensadores es una preocupación por las cuestiones filosóficas que importan, en lugar de un método compartido. Al establecer altos estándares de precisión y claridad, la filosofía del último siglo puede ser valiosa para adentrarse. Sin embargo, a menos que uno pueda demostrar que las preguntas más abstractas contribuyen a la solución de problemas de interés más general, que son simplemente ejercicios de virtuosismo, deber ser vistas como preludios de la filosofía más que como la sustancia de la misma. Como hemos dicho, dejo a aquellos para quienes la metafísica y la epistemología, la filosofía del lenguaje y la mente, tal como se practican actualmente, cuenta como el centro de la filosofía para responder al desafío. Si ese desafío no se puede cumplir, entonces neutra imagen actual de la filosofía debe volver a ser volteada al revés.


¿Por qué importa esta imagen? ¿Cuál es el punto de la pregunta metafilosófica? La concepción común de la filosofía da forma a las formas en que los practicantes se relacionaron con otras áreas de investigación y con los problemas de la vida humana cotidiana. Una imagen defectuosa confundirá al profesional de la filosofía y la constancia será un fracaso en el cumplimiento de las funciones que los filósofos estamos debidamente cargados. Los posgrados actualmente capacitan a jóvenes altamente capacitados en formas de inteligencia e imaginativos, cuyas vidas estarán dominadas durante décadas por los problemas que sus mentores y colegas consideran centrales en el compa. Los entrenamos bien dándoles estudios que mejoren su facilidad para pensar con precisión y rigor. Sin embargo, si la imagen predominante de la filosofía no distingue los estudios preliminares de la obra genuina, si trata lo que es más importante que lo mero periférico, como un lugar en el que los segundos clasificados la habitan, entonces su educación les habrá fallado. Ya sea que finalmente lo reconozcan o no, pueden pasar toda la vida reduciendo un segundo el rendimiento de agregar una conexión o invertir en un callejón sin salida. 


Entonces profesor de filosofía… ¿Quién es tu audiencia? 


Hay tres respuestas obvias a la pregunta “¿quién es la audiencia para trabajar en la filosofía de la ciencia? La primera propone que los filósofos de la ciencia pueden aportar algo de valor a la filosofía; la segunda sugiere que las prácticas de las ciencias pueden beneficiarse de la reflexión filosófica sobre ellas; la tercera considera que la filosofía de la ciencia va más allá de la academia y ayuda al público en general a pensar en temas que son importantes para la vida individual y para la salud de las sociedades humanas. Querrá considerar estas tres posibilidades, pero, antes, vale pena reflexionar sobre la historia del tema y considerar cómo se habría respondido la pregunta en varias etapas.


La prehistoria de la filosofía contemporánea de la ciencia comienza con los primeros intentos registrados de reflexión sobre la búsqueda del conocimiento del mundo natural. Los pensadores antiguos, en muchas civilizaciones diferentes, ofrecieron sus puntos de vista sobre las características fundamentales del cosmos. A medida que sus diferentes propuestas chocaron, comenzaron a hacer explícitas las ideas sobre cómo deberían llevarse a cabo las investigaciones que habían presupuestos tácitamente. En consecuencia, gran parte de la exploración temprana de la naturaleza mezcla hipótesis sustantivas con afirmaciones sobre cómo se puede obtener el conocimiento de los tipos pertinentes. Un aspecto del período en que nació la ciencia moderna, a menudo caracterizada como “la revolución científica”, fue la creciente separación de la sustancia del método. A medida que se desarrollaron prácticas experimentales, y como se consideraron esenciales para la investigación disciplinada, se instituyó una división del trabajo. A menos que los filósofos estuvieran preparados para ir al laboratorio (o, para algunas ciencias, a la naturaleza salvaje) para hacer observaciones rigurosas, ya no se esperaba que se pronunciaran sobre asuntos sustantivos. Su licencia estaba restringida a articular cánones de investigación adecuada. Trabajos de ese tipo florecieron en los escritos de aquellos que aclaramos como filósofos, así como algunos científicos naturales “filosóficos”, desde el siglo XVII hasta el siglo XIX. Se centró a principios del siglo XX en los escritos de un grupo de pensadores que han dejado una huella perdurable en la forma en que se hace la filosofía de la ciencia.


Muchas de las preguntas de la ciencia que los filósofos continúan discutiendo fueron planteadas por filósofos desplazados en las décadas de 1920 y 1930 de Viena y Berlín: Rudolf Carnap, Hans Reichenbach, Otto Neurath, Herbert Feigl, Carl Gustav Hempel, y otros. Los círculos de Viena y Berlín, influenciados por pasajes de los escritos de David Hume y Ernst Mach, miraron la historia de la filosofía con un ojo sospechoso y se comprometieron a hacerlo mejor. El problema con la filosofía con un ojo sospechoso y se comprometieron a hacerlo mejor. El problema con la filosofía pensaban, no era tanto que sus afirmaciones fueran en gran medida falsas, sino que no poseían significados claro, o “significado que iniciaron, buscaba un criterio de significación cognitiva, aplicable a todas las discusiones filosóficas. Pensaron, cortaría la grasa inútil, dejando solo la sustancia saludable detrás. Curioso, aunque  los juicios sobre el valor fueron oficialmente tallados, depositados entre los pesados, los positivistas no eran reacios a adoptar una postura moral; eran apasionados defensores de las causas políticas, haciendo todo lo posible para sacar a las personas vulnerables de las garras del nazismo. El cuerpo que quedó intacto después de su cirugía, afirmaron, consistía en la lógica (ahora formalizada por Frege, Russell, Hilbert, Wittgenstein y otros a quienes admiraban y la regimentación de las ciencias naturales por la lógica formal. El alcance de la filosofía se redujo radicalmente. Iba a ser “la lógica de las ciencias”. El objetivo era aclarar conceptos y exponer estructuras de justificación en una amplia gama de campos de investigación. 


El gran proyecto presuponía un principio, el criterio de significación cognitiva. Supuestamente hay dos tipos de afirmaciones genuinamente significativas: algunas (por ejemplo la verdad matemática) son verdaderas o falsas en virtud de las relaciones semánticas entre sus términos constituyentes; otras van más allá de los asuntos de mero significado para hacer afirmaciones sobre el mundo, y estas debe ser verificables, almenos en principio. Los positivistas exigieron que el criterio se formulara en forma lógica aprobada, para que pudieran aplicarse para decidir casos difíciles. Desafortunadamente, las versiones excluían partes importantes de las ciencias naturales o permitían las turbias frases contra los positivistas criticaban, y que descartaban como “metafísica” cognitivamente insignificante. Como quedó claro que las que las dificultades eran sistemáticas, la búsqueda fue abandonada. El positivismo lógico se metamorfoseó en empirismo lógico. El empirismo lógico, nacido alrededor de 1950, estableció entonces la agenda para la filosofía posterior de la ciencia.


Antes de considerar esa transición, preguntémonos cómo los positivistas habrían identificado a su audiencia. Habrían enfatizado dos de las tres posibilidades que mencionamos.  No es la primera porsupuesto. La filosofía tradicional no tiene contenido, la búsqueda de pseudo-preguntas (Carnap). Eso no deja ninguna disciplina independiente para ser iluminada por la filosofía de la ciencia. La segunda posibilidad, sin embargo, dirigirse a los científicos, se consideró especialmente importante. Las reconstrucciones lógicas de partes de la ciencia se ofrecieron en una etapa histórica cuando los principales focos de reconstrucción filosófica eran relativamente nuevos. Porque los positivistas lógicos estaban entusiasmados con la física e inspirado por sus desarrollos de principios del siglo XX. La teoría de la relatividad y la mecánica cuántica fueron desarrollos recientes, cada uno de ellos planteando preguntas científicas difíciles. Las reconstrucciones filosóficas tenían la intención de ayudar a aclarar algunos de los enigmas científicos. Y lo hicieron. La axiomatización permitió a los profesionales ver la convencionalidad de la unidireccional de la velocidad de la luz y reconoce la equivalencia de diferentes formulaciones de la teoría cuántica. 


La divulgación científica es una forma pobre ante la apropiación del conocimiento científico. Pero esta no era de ninguna manera la única forma en que la filosofía de la ciencia ayudaba a las ciencias. Una imagen general de cómo funciona la ciencia exitosa ayudaría a todos los interesados. Además, más allá de alcance de la comunidad científica, habría que iluminar para un público más amplio. Los no científicos entenderían las credenciales especiales del rigor del pensamiento en las ciencias. Su admiración podría traducirse en esfuerzos de emulación en la vida cotidiana. Y, tal vez, la reconstrucciones lógicas resultarían útiles para mostrar la mejor manera de educar a los más jóvenes. Se superarían los obstáculos involucrados en hacer comprensible algunas partes de la ciencia. 


La transición del positivismo lógico al empirismo lógico material preservó muchos de los objetivos anteriores, pero modificó las prioridades. Las obras clásicas de Hempel sobre los problemas encontrados al tratar de formular un criterio preciso de significación cognitiva concluyente, estableciendo una nueva agenda para la filosofía de la ciencia. La vieja concepción de una clara distinción entre lo cognitivo significativo y sin sentido da paso a una explicación gradual de las diferencias entre varias empresas supuestamente cognitivas sin respaldo en evidencia. La empresa es encontrar explicaciones generales de: teoría, explicación y afirmación. Desde 1950 hasta el presente, la filosofía empirista lógica de la ciencia,  ha perseguido estas tareas, y otras que se han derivado de ellas como el diseño de experimentos en las ciencias naturales, en la búsqueda de las leyes de la naturaleza y, más recientemente, una explicación de los modelos y sus funciones. Al hacerlo, la filosofía exigió llegar a la apropiación del modo de conocer científico, que fuera influyente en la educación, en la democracia en debates y discusiones. 


¿Por qué la justicia epistémica es ahora tan importante? Porque, a pesar de todo, la lógica empirista de las teorías axiológicas, atada a afirmaciones observacionales a través de reglas de correspondencia causal, ofreciendo explicaciones a través de la subsunción  bajo leyes generales, y confirmada de maneras que se articularían en alguna lógica inductiva o teorías de confirmación de predicciones, nunca el modelado fue el discurso más popular entre el público en general, periodistas o científicos. Ese honor recayó en el enfoque rival propuesto por Karl Popper. Popper afirmó que la verificación no era la clave de la importancia cognitiva. Lo que era crucial para el significado era la susceptibilidad a ser mostrado falso. Su concepto de falsabilidad capturó la imaginación de amplia audiencia, como lo atestigua la frecuencia con la que se ha presentado como el sello distintivo de la ciencia genuina, incluso en decisiones judiciales famosas.


Además la influencia potencial de la imagen empirista lógica, y también de su rival popperiano, se vio disminuida por los desarrollos de los años 1960 y 1970. Los intentos  por responder a las preguntas generales sobre las ciencias planteadas por los empiristas, remplazaron las reconfortantes leyendas de las presentaciones estándar con narrativas que eran mucho más informadas y matizadas. La monografía de Kuhn fue el último paso, vieron en el concepto de ciencia normal (en la que los investigadores intentan resolver acertijos supuestamente bien diseñados, y en el que el mundo los prueba, no en el marco bajo el cual operan) una presentación mucho más precisa de sus actividades que cualquier cosa que las ortodoxias anteriores hubieran podido ofrecer. Para gran pesar de Kuhn, el “paradigma” se deslizó suavemente en las discusiones públicas. Hasta el día de hoy, la imagen general más prominente de la ciencia, entre comentaristas externos e investigadores científicos, combina piezas de Popper con trozos de Kuhn.


Las propuestas de Kuhn sobre las dificultades de las revoluciones científicas, en las que un paradigma da paso a otro, causaron ofensa a los científicos que leyeron su monografía. Las únicas personas molestas por sus referencias a la “fe” y las “experiencias de conversión” eran, aparentemente, filósofos. Desde finales de la década de 1960 en adelante, una tarea principal de la filosofía fue mostrar cómo se podía acomodar los detalles históricos de la ciencia sin abandonar la concepción de las ciencias naturales como especiales, como “racionales” y como “progresistas: Scheffer, Lakatos, Laudan y otros. La tarea parecía urgente. Todas las figuras que disfrutaban del carnaval que Kuhn-Feyerabend parecía haber iniciado por ellos, por la mayoría de los filósofos de la ciencia, como socavando la autoridad de la ciencia, anunciando un horrible relativismo que dejaría mundo en general desprovisto de una guía adecuada. Aparentemente, nuestras discusiones públicas necesitaban una imagen de investigación científica que preservara el debido respeto por los logros de las ciencias naturales. Sin embargo, incluso cuando pocos científicos profesionales prestaron atención, cuando Paul Gross, Norman Levitt y Alan Sokal declararon la guerra científica, se cavaron las trincheras y los proyectiles cayeron dentro de los muros de la academia. Una pizca de Popper y una sopa de Kuhn satisficieron a los periodistas que escriben sobre ciencia, así como a sus lectores. 


Por supuesto, hubo rumores sobre las credenciales de ciencias particulares de estos guerreros. Pero aquellos que debatieron en gran medida una imagen de la ciencia como una empresa especial. Los científicos sacaron a relucir a Popper-Kuhn, los filósofos probaron sus enmiendas favoritas: más complejas, definitivamente arcanas, pero más probablemente consistentes. La duda más general sobre la ciencia (es decir, sobre tener demasiados expertos) son un fenómeno posterior, ya que los supuestos herejes, Feyerabend o Bruno Latour, no deberían ser considerados los principales responsables. 


Sin embargo, desde la década de 1960 en adelante, ha habido otros desarrollos importantes en el campo. Primero un retorno al estudio de las ciencias especiales, ahora en una escala mucho más amplia. David Full y Michael Ruse fundaron una nueva filosofía de la biología; Merrilee Salmon y Alison Wylie se aventuraron en la arqueología; Dan Hausman, Alex Rosenberg, Mary Morgan y Nancy Cartwright centraron su atención en la filosofía en la economía; una gran cantidad de académicos revitalizaron los intentos anteriores de estudiar psicología; Patricia Churchland hizo campaña por la neurofilosofía; e, incluso dentro de la física, la ciencia desde la perspectiva empirista lógica clásica, la atención se dirigió a una gama de mucho más amplia de aéreas de la física que habían sido descuidadas como la termodinámica y la física de estado sólido en la naciente mecánica cuántica. Hace treinta años, en un importante discurso presidencial a a Asociación de Filosofía de la Ciencia, Arthur Fine sugirió que la filosofía general de la ciencia estaba muerta. Había dado lugar a algo más rentable, a saber, el estudio filosófico de las ciencias especiales. 


Fine refino la respuesta empirista lógica a la pregunta de la audiencia. Olvídate de proporcionar una imagen general de la ciencia, esta se gana su sustento fomentando el desarrollo de las ciencias particulares. También puede suceder a través de la elaboración de nuevos métodos para probar o justificar tipos específicos de hipótesis.


El refinamiento absorbe tácitamente otra evolución importante en la filosofía de la ciencia. Un amplio grupo de filósofos, la escuela de Stanford, desacreditó la vieja imagen de una ciencia unificada, en la que las ciencias naturales están dispuestas en forma piramidal, con la más fundamental (la física) como base sólida, y las demás  ciencias ocupando sucesivamente capas superiores (biología, química, neurociencia…) Como dejaron claro la ciencia, son muchas ciencias[7]. Cada una de ellas es una práctica compleja, que comparte características en común con otras prácticas artísticas complejas que comparten típicamente tesis metodológicas más generales (y banales) de manera adecuada a sus preguntas particulares y su tema particular. Los filósofos a veces pueden ayudar a hacer progresos metodológicos dentro de algún dominio científico. Lo hacen no ofreciendo algunos consejos generales sobre métodos, sino atendiendo a los problemas específicos que surgen. 


Hasta este punto, la filosofía de la ciencia podría caracterizarse como epistemología (tal vez con un poco de metafísica) sobre un tipo particular de materia (tal vez el conocimiento en su forma más sorprendente). No hay intersección en su forma con otros campos de la filosofía: ética, filosofía política, estética y similares. ¿Por qué no? Como Elliott Sobre nos recuerda una vez, la ausencia de valores no debería causar sorpresa. Porque los padres fundadores, antes de ser empiristas lógicos, eran positivistas lógicos, y los positivistas negaban que los juicios de valor tuvieran contenido cognitivo. Sin embargo, como hemos señalado, eso no inhibió su pasión moral frente a la tiranía y la opresión. 


¿Es posible tratar una crisis criminal (patología social) como una crisis de educación racional de las personas? Esta pregunta nos invita no solo a cambiar, sino también a reconocer que hemos dejado de interceptar las alertas de la ciencia sobre los acontecimientos que nos rodean. Esto es especialmente evidente en el caso de la violencia criminal: no se escucha a la ciencia. ¿Por qué no podemos escuchar a la ciencia cuando nos advierte sobre el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, pandemias, injusticia epistemológica? Esta incapacidad está ligada a nuestra indiferencia hacia las advertencias científicas, esas señales del futuro que hemos dejado de considerar. Las crisis nos exigen una posición comprometida, una implicación existencial con nuestro porvenir.


El objetivo de escribir aquí es esbozar una filosofía que salga a las calles a encontrarse con las personas: un retorno a un orden del realismo en la filosofía escrita, para atender también al problema que nos ha impedido tomar en serio las advertencias de la ciencia. Con demasiada frecuencia, estas advertencias son descartadas como inútiles o insignificantes, cuando en realidad son vitales para comprender nuestra situación ética. Aunque los filósofos no pueden resolver las emergencias en curso —la filosofía nunca estuvo destinada a resolver nada—, sí podemos interpretar sus signos. Un signo, como señala Umberto Eco, no es solo algo que representa otra cosa: también es algo que puede y debe interpretarse.


Las advertencias de la ciencia —no deben confundirse con predicciones— no están destinadas a convencer a nadie, sino a invitarnos a replantear nuestras prioridades para el futuro. A diferencia de las filosofías recientes sobre la emergencia ambiental, y de la emergencia ontológica dentro de la cual existen estos problemas, las advertencias nos permiten pensar de forma trascendental sin perder de vista asuntos reales de la política, la sociedad, las tecnologías urgentes y las mentes que podrían hacer la diferencia para resolver los problemas más apremiantes. La ciencia tiene ahora un significado radicalmente distinto: como diría Richard Rorty, una vez tuvimos profetas que nos decían “atentos a las advertencias de los dioses”, pero secularizamos ese oficio en los científicos, poetas, filósofos y economistas que, como iguales entre iguales, nos aconsejan usar la imaginación, interpretar las señales, los datos, la información, porque eso es todo lo que recibimos.


La pandemia nos mostró lo poco preparados que estábamos para responder con una educación en línea ante una emergencia global, incluso una cuya llegada había sido anunciada durante décadas por científicos y teóricos de las mutaciones virales. Pero ¿por qué no hemos podido tomar en serio las advertencias de nuestras más hondas conductas de vida? ¿Cómo podemos empezar a abordarlas adecuadamente en el presente?


La propia filosofía es una advertencia. Aborda problemas desde una perspectiva global y también nos previene contra enfoques que intentan convencernos mediante dogmas o visiones del fin de la historia de las ideas, lo que frena el progreso ético. La palabra ser, como dijo Heidegger, nos sirve como advertencia: nos recuerda que la realidad no está hecha únicamente de seres y que su verdad no es exclusivamente aquello que puede medirse o verificarse. Este es también el significado detrás de las tesis de Michel Foucault (nuestra sociedad no es de espectáculo, sino de vigilancia), Judith Butler (el género es performativo) y Donna Haraway (la tecnología no es neutral). Estos filósofos nos invitan a pensar más allá de los paradigmas tradicionales de política, naturaleza y ciencia, pero también nos advierten de lo que podría ocurrir si no lo hacemos o no podemos hacerlo. No debería sorprender que las advertencias puedan rastrearse hasta la mitología griega, el confucianismo y la Apología de Platón.


1.1 La filosofía en las artes de las letras


La “filosofía como poesía”, argumento de Richard Rorty: la filosofía debería apelar a algo externo a la experiencia humana en su búsqueda de la “verdad”, pero se equivoca al rechazar el pragmatismo liberal que intenta, aunque modestamente, hacer la vida un poco mejor para las personas si puede. Es un error pensar en la filosofía como búsqueda del acceso y el conocimiento objetivo sobre lo trascendente y lo inefable. Y se le advierte que es un error, no en el sentido de que tal acceso y conocimiento no corresponde a la forma en que las cosas en sí mismas son realmente (porque eso sería aún más platonismo, dividiendo las falsas apariencias de la realidad real), sino en el sentido de que la búsqueda de tal acceso y conocimiento solo conduce a molestos dolores de cabeza y a la generación infructuosa de pseudoproblemas filosóficos. Entonces, si se práctica correctamente, es posible aspirar al conocimiento objetivo sobre el terreno de la incertidumbre. Rorty insiste de que todo, el lenguaje y el conocimiento humano, comienzan solo cuando un gruñido de sonido puede asentirse racionalmente o criticarse los sonidos de otros humanos. La razón anclada en la biología y las emociones también ofrece, una lectura retórica sobre el sentido común  del humano ordinario. 


Ya podemos preguntarnos si la mente humana, o el lenguaje humano, es capaz de representar la realidad con precisión. Dejaríamos de pensar que algunas partes de nuestras culturas están más en contacto con la realidad que otras. Expresaríamos nuestro sentido de finitud no comparando nuestra humanidad con algo no humano, sino comparando nuestra forma de ser humano con otras formas mejores que algún día puedan ser adoptadas por nuestros descendientes. Cuando condescendiéramos con nuestros antepasados, no diríamos que estaban menos en contacto con la realidad que nosotros, sino que su imaginación era más limitada que la nuestra. Nos jactábamos de poder hablar de más cosas que ellos.


El progreso intelectual y moral no es una cuestión de acercarse a un objetivo antecedente, sino de superar el pasado. Rorty sugiere que nuestro yo futuro, habiendo arrojado la distinción apariencia-realidad, se jactaría de poder hablar de más cosas que sus antepasados relativamente ciegos, pero esto parece una curiosa promesa para hacer una empresa tan modesta como la de Rorty, una empresa dedicada a ver la filosofía no como el árbitro de las verdades últimas, sino como un conjunto de herramientas con las que trabajar para el mejoramiento humano. Sus analogías para la filosofía tienden a ser humildes, como cuando insiste en que la racionalidad, el pensamiento y la cognición comenzaron cuando el lenguaje lo hizo, y compara el lenguaje humano con las presas de castores: los castores construyen presas como las criaturas sociales que son, los humanos usan el lenguaje como las criaturas sociales que somos. Este aspecto del pensamiento de Rorty, su contribución a la gran presa de occidente, ha hecho que muchas personas se detengan, no por una afirmación sobre los castores, sino por su afirmación sobre el lenguaje. Realmente uno podría preguntarse, ¿nuestros antepasados de la era del Pleistoceno no pensaron hasta que comenzaron a hablar? La ciencia no es solo un conjunto de proposiciones en lenguaje humano, sino un dispositivo para distinguir la fantasía de la imaginación o, como Rorty define estos términos, novedades que son tomadas y puestas en uso por los colegas y aquellos que la hacen. Aquellos cuyas ideas nos parecen útiles los aclamamos como genios. La racionalidad, el pensamiento, cognición y lenguaje son el proceso cuando un gruñido se vuelve intersubjetivo. 


Antes de que hubiera intercambios conversacionales, desde este punto de vista, no había ni conceptos, ni creencias, ni algún conocimiento. Porque decir que un perro conoce a su amo, o un bebé a su madre, es como decir que una cerradura sabe cuando se ha insertado la llave correcta, o que una computadora sabe cuándo se le ha dado la contraseña correcta. Decir que el ojo de la rana le dice algo al cerebro de la rana es como decir que el destornillador le dice algo al tornillo. La línea entre el mecanismo y algo categórico distinto del mecanismo viene cuando el organismo desarrolla prácticas sociales (uso de palabras entre individuos) que permiten a esos organismos considerar las ventajas y desventajas relativas de las descripciones alternativas de las cosas y los hechos. El mecanismo se detiene, y comienza la libertad, en el punto en el que podemos discutir qué palabras describen mejor una situación dada por una realidad compartida. El conocimiento se agencia por justificación y la libertad de conciencia, juntos son coetáneos. 


Para que un lenguaje afirme algo, para ser una afirmación, y por lo tanto un ejemplo de sapiencia, una serie de ruidos deben ser explícitamente criticables por referencia a las normas sociales del lenguaje y su relación con los métodos de observación y experimentación. El lenguaje despega solo cuando los organismos comienzan a decirse uno a otros que han hecho el ruido equivocado, que ese no es el ruido (señal) que se supone que uno debe hacer en estas circunstancias. Se pone en marcha completamente solo cuando los organismos son capaces de decir unos a otros que han dado malas razones para decir o hacer algo. 



1.2 La ciencia 


Si queremos comprender cómo funciona la ciencia, parece que el primer paso es reflexionar lo que estamos orando de explicar. ¿Dónde comienza y termina la ciencia? ¿Qué tipo de actividad cuenta como ciencia?


La historia del término “ciencia” también es relevante aquí. Los usos actuales de las palabras “ciencia” y “científico” se desarrollaron recientemente. La palabra “ciencia” se deriva de la palabra latina “scientia”. En el mundo antiguo, medieval y moderno temprano, “scientia” se refería a los resultados de demostración lógicos que revelan verdades generales y necesarias. “Scientia” se podía obtener en varios campos, pero el tipo de prueba involucrada era lo que ahora asociamos principalmente con la geometría y la demostración matemática. Alrededor del siglo XVII, cuando la ciencia moderna comenzó su ascenso, los campos que ahora llamaríamos ciencia se llamaban más comúnmente “filosofía natural” o “historia natural”. Con el tiempo, el término “ciencia” llegó a ser utilizado para el trabajo con vínculos más estrechos con la observación y el diseño experimental, y la asociación entre la ciencia y un ideal de demostración o prueba concluyente. Los sentidos actuales del término “ciencia” y la palabra asociada con “científico” son productos del siglo XIX. 


Algunos escritores usan el término ciencia o científico para cualquier trabajo que evalúe ideas y resuelva problemas de una manera guiada por evidencia observacional. La ciencia vista como algo que se encuentra en todas las culturas humanas, a pesar de que la palabra es una invención occidental. Pero también hay puntos de vista que interpretan la ciencia de manera más estrecha, viéndola como un fenómeno cultural que se localiza en el espacio y el tiempo. Para puntos de vista de este tipo, fue la revolución científica de los siglos XVI y XVII en Europa la que nos dio la ciencia en el sentido pleno. Antes de eso, encontramos las “raíces” iniciales o precursores de la ciencia en la antigua Grecia, algunas contribuciones del mundo árabe y de la tradición escolástica de finales de la Edad Media, pero no muchas más. Así que es un punto de vista en el que la ciencia es tratada como una institución social especial con una historia definida. La ciencia es algo que desciende de personas y lugares específicos, y especialmente de una colección clave de obras de europeos, incluidos Copérnico, Kepler, Galileo, Descartes, Boyle y Newton entre otros, que vivieron en los siglos XVI y XVII.


La idea de que tenemos que comprender la ciencia como otro modo de investigación del mundo. Surge la necesidad de averiguar cómo un enfoque del conocimiento desarrollado por un pequeño grupo de europeos resultó tener consecuencias tan espectaculares para la humanidad. Independientemente de cómo elijamos usar la palabra “ciencia”, al final deberíamos tratar de desarrollar estas dos posturas:

Filosofía de la ciencia 


Si queremos comprender cómo funciona la ciencia, parece que el primer paso es reflexionar lo que estamos orando de explicar. ¿Dónde comienza y termina la ciencia? ¿Qué tipo de actividad cuenta como ciencia?


La historia del término “ciencia” también es relevante aquí. Los usos actuales de las palabras “ciencia” y “científico” se desarrollaron recientemente. La palabra “ciencia” se deriva de la palabra latina “scientia”. En el mundo antiguo, medieval y moderno temprano, “scientia” se refería a los resultados de demostración lógicos que revelan verdades generales y necesarias. “Scientia” se podía obtener en varios campos, pero el tipo de prueba involucrada era lo que ahora asociamos principalmente con la geometría y la demostración matemática. Alrededor del siglo XVII, cuando la ciencia moderna comenzó su ascenso, los campos que ahora llamaríamos ciencia se llamaban más comúnmente “filosofía natural” o “historia natural”. Con el tiempo, el término “ciencia” llegó a ser utilizado para el trabajo con vínculos más estrechos con la observación y el diseño experimental, y la asociación entre la ciencia y un ideal de demostración o prueba concluyente. Los sentidos actuales del término “ciencia” y la palabra asociada con “científico” son productos del siglo XIX. 


Algunos escritores usan el término ciencia o científico para cualquier trabajo que evalúe ideas y resuelva problemas de una manera guiada por evidencia observacional. La ciencia vista como algo que se encuentra en todas las culturas humanas, a pesar de que la palabra es una invención occidental. Pero también hay puntos de vista que interpretan la ciencia de manera más estrecha, viéndola como un fenómeno cultural que se localiza en el espacio y el tiempo. Para puntos de vista de este tipo, fue la revolución científica de los siglos XVI y XVII en Europa la que nos dio la ciencia en el sentido pleno. Antes de eso, encontramos las “raíces” iniciales o precursores de la ciencia en la antigua Grecia, algunas contribuciones del mundo árabe y de la tradición escolástica de finales de la Edad Media, pero no muchas más. Así que es un punto de vista en el que la ciencia es tratada como una institución social especial con una historia definida. La ciencia es algo que desciende de personas y lugares específicos, y especialmente de una colección clave de obras de europeos, incluidos Copérnico, Kepler, Galileo, Descartes, Boyle y Newton entre otros, que vivieron en los siglos XVI y XVII.


La idea de que tenemos que comprender la ciencia como otro modo de investigación del mundo. Surge la necesidad de averiguar cómo un enfoque del conocimiento desarrollado por un pequeño grupo de europeos resultó tener consecuencias tan espectaculares para la humanidad. Independientemente de cómo elijamos usar la palabra “ciencia”, al final deberíamos tratar de desarrollar estas dos posturas:


1. Una compresión general de cómo los humanos agencian (obtiene) y validan (justifican) el conocimiento del mundo que los rodea.

2. Una compresión de lo que hace que el trabajo descendiente de la revolución científica sea diferente de otros tipos de investigaciones presentes en el mundo.


El modo de pensar, es el requisito esencial para formar al científico 


Dentro de la filosofía de la ciencia podemos distinguir entre cuestiones epistemológicas y cuestiones metafísicas. La epistemología es el lado de la filosofía que se ocupa de las preguntas sobre el conocimiento, la evidencia, la justificación y la racionalidad. La metafísica, más controvertida, se ocupa de las cuestiones generales de la naturaleza de la realidad (ontología y lógica material). La filosofía de la ciencia se superpone con ambas. ¿Cómo una evidencia en observaciones puede justificar una teoría científica? ¿Cómo la causalidad aporta razones para esperar que la ciencia pueda tener éxito en describir el mundo como “realmente es”? Una posibilidad obvia es que podríamos intentar una comprensión del pensamiento científico. Aunque, en el siglo XX, ese camino más bien fue buscar un a teoría lógica de la ciencia. Es decir, debemos tratar de comprender la estructura abstracta de las teorías científicas y las relaciones entre las teorías y la evidencia. Además, deberíamos tratar de llegar a una metodología, un conjunto de reglas o procedimientos que los científicos hacen o deban seguir. Debemos distinguir entre teorías descriptivas y normativas. Una teoría descriptiva es un intento de escribir lo que realmente sucede, o cómo es algo, sin hacer juicios de valor. Una teoría normativa hace juicios de valor; habla de lo que debería suceder, o cómo debería ser las cosas. Se supone que algunas teorías sobre la ciencia son solo descriptivas. Pero la mayoría de los puntos de vista tiene un elemento normativo, ya sea predictivo o en forma legal (ley). Evaluar las afirmaciones generales sobre la ciencia, es un buen principio para preguntar constantemente cuando hacemos ciencia: ¿se pretende que esta afirmación sea descriptiva o normativa, o ambas?  


Para algunos pensadores agudos, la pregunta crucial que debemos responder sobre la ciencia es: ¿es o no objetiva? Pero este término se ha vuelto tremendamente resbaladizo cuando la probabilidad subjetiva irrumpe con fuerza en el diseño experimental. A veces se comprende objetividad, significa la ausencia de sesgo. O, la objetividad es imparcialidad o equidad. Pero el término “objetivo” también se usa menudo para expresar afirmaciones que sobre la existencia de algo independientemente de si es real o no, también para expresar si hay consenso de la comunidad de pensamiento científico. Esto sugiere que podemos preguntarnos si hay alguna realidad que puede ser independiente del lenguaje que la expresa en este sentido. Preguntas como estas forman el carácter del científico, mucho más allá de cualquier problema que resuelven en sus clases universitarias los estudiantes, por ejemplo en bioestadística, física, química, biología…, sobre la ausencia de escepticismo que nos lleva a creer que la ciencia es un asunto cerrado y que no tiene para cada tema, aguas profundas más allá de los conceptos superficiales que se exponen comúnmente en clases. 


Una frase famosa es el “método científico”. Tal vez esto es lo que la mayoría de la gente tiene en mente cuando se imagina dando una teoría general de la ciencia. La idea de descubrir un método especial que los científicos hacen o deberían seguir es antigua. En el siglo XVII, Francis Bacon y René Descartes, entre otros, trataron de dar detalles cómo deben proceder los científicos. Aunque describir un método científico especial parece algo natural para tratar de hacer, durante el siglo XX muchos filósofos y otros se volvieron escépticos sobre la idea de dar algo parecido a una receta para la ciencia. Se argumento que la ciencia es un proceso demasiado creativo e impredecible para que haya una receta que la describa, esto es especialmente cierto en el caso de grandes científicos como Newton, Darwin y Einstein. Durante mucho tiempo fue común que los libros de texto de ciencias tuvieran una sección temprana que describiera “el método científico”, pero recientemente parece que esta literatura se ha vuelto más cautelosa al respecto, sobre todo ante el fracaso de la repetibilidad y el reciente énfasis en la predicción como fuerza de solidez de la teoría.


Gran parte de la filosofía del siglo XX tenía como objetivo describir la estructura lógica de la ciencia desde la perspectiva de sus proposiciones. ¿Qué significa esto? La idea es que el filósofo debe pensar en una teoría científica como una estructura abstracta, algo así como un conjunto de sentencias, cláusulas e inferencias correlacionadas. El filósofo pretendía dar una descripción de las relaciones lógicas entre diferentes teorías científicas en campos relacionados. Muchos adoptaron este enfoque que nos tiene entusiasmados con las herramientas matemáticas de la lógica matemática. Valoran el rigor de su trabajo a priori (lógica clásica) y posteriori (lógica material). Este tipo de filosofía a menudo ha provocado frustración en las personas que trabajan en la historia real y la estructura social de la ciencia. Los viejos filósofos parecían estar eliminando deliberadamente su trabajo de cualquier contacto con la ciencia tal como se lleva a cabo, tal vez para aferrarse a un conjunto de mitos sobre la racionalidad perfecta de la empresa científica, o para que nada interfiera con los interminables juegos que pueden jugar con teorías imaginarias expresadas en lenguaje artificial (modelado matemático sintético). Este tipo de filosofía de la ciencia basada en la lógica, fue a menudo interesante, pero en última instancia simpatizamos con aquellos que consideran que la filosofía debería tener más contacto con el trabajo científico real. 


Si buscas una receta, es demasiado simplista, y buscar una teoría lógica de la ciencia es demasiado abstracto, ¿qué podríamos buscar en su lugar? Aquí hay una respuesta, podemos tratar de describir su estrategia científica para investigar el mundo. Qué tipo de conexión con el mundo es probable que logremos siguiendo las estrategias de lógica epistemológica y ontológica. 


¿Cómo funciona la ciencia? La primera de las tres ideas, es el empirismo. El empirismo abarca una familia de diversos puntos de vista filosóficos, y los debates dentro del campo empirista pueden ser intensos. Pero el empirismo a menudo se resume usando algo como el siguiente lema: la única fuente de conocimiento real sobre el mundo es la experiencia. En este sentido, el empirismo  es una visión sobre dónde proviene todo el conocimiento, no solo el conocimiento científico. Entonces, ¿cómo nos ayuda esto con la filosofía de la ciencia? En general, la tradición empirista ha tendido a ver las diferencias entre ciencia y pensamiento cotidiano con detalle y grado de agencia, justificación y detalle ontológico. La tradición empirista en general, aunque no siempre, ha tendido a interpretar la ciencia de una manera amplia, y ha tenido a bordar las cuestiones de la filosofía de la ciencia desde el punto de vista de una teoría general del pensamiento y el conocimiento. La ciencia es vista como la mejor manifestación de nuestra capacidad de investigar o conocer el mundo. Así que aquí hay una manera de usar el principio empirista anterior para decir algo sobre la ciencia:


El pensamiento científico y la investigación tienen el mismo patrón básico que el pensamiento y la investigación cotidianos. En cada caso, la única fuente de conocimiento real sobre el mundo es la experiencias. Pero la ciencia es especialmente exitosa porque se organiza, sistematiza y especialmente sensible a la experiencia.


Así que “método científico”, en la medida en que exista tal cosa, también se encontrará rutinariamente en contextos cotidianos. No hubo un enfoque fundamental nuevo para la investigación descubierto durante la Revolución Científica, según este punto de vista. En cambio, Europa fue liberada de la oscuridad y el dogmatismo por unas pocas almas valientes y brillantes que permitieron que la cultura intelectual “entrara en razón”. Algunos lectores probablemente piensen que estos principios empiristas son tópicos vacíos. Por supuesto, la experiencia es la fuente de conocimiento sobre el mundo, ¿qué  otra cosa podría ser? 


Para aquellos que sospechan que los principios empiristas son completamente triviales, un lugar interesante para buscar es la historia de la medicina. La historia de la medicina tiene muchos ejemplos de episodios en los que grandes avances fueron hechos por personas dispuestas hacer pruebas empíricas muy básicas, frente a mucho escepticismo, condescendencia y oposición de personas que “sabían mejor”. Los filósofos empiristas han utilizado durante mucho tiempo estas anécdotas para encender a sus lectores. A Carl  Hempel, uno de los filósofos empiristas más importantes del siglo XX, le gustaba utilizar el triste ejemplo de Ignaz Semmelweiss. Pudo demostrar mediante pruebas empíricas simples que si los médicos se levaban sus manos antes de dar a luz a los bebés, el riesgo de infección en las madres se reducía enormemente. Por esta afirmación radical se opuso y finalmente fue expulsado del hospital. Semmelweiss aportó otro ejemplo, el uso de agua potable como vehículo de transmisión del cólera. El cólera es un gran problema en las ciudades de los siglos XVIII y XIX, produciendo la muerte por terribles diarreas. El cólera sigue siendo un problema cuando hay personas pobres hacinadas sin un buen saneamiento, ya que se tramite de la diarrea a través del agua potable. En los siglos XVIII y XIX, hubo varias teorías  sobre cómo se causaba el cólera, esto fue antes del descubrimiento del papel de las bacterias y otros microorganismos en las enfermedades infecciosas. Algunos pensaron que la enfermedad era causada por gases fétidos exudados del suelo y los pantanos. En Londres, John Snow planteó la hipótesis de que el cólera se propagaba por el agua potable. Con gran dificultad persuadir a las autoridades locales para que quitaran la suciedad. El brote desapareció de inmediato. 


Este fue un evento importante en la historia de la medicina. Fue fundamental para el aumento del énfasis moderno en el agua potable limpia y el saneamiento, un movimiento que ha tenido un inmenso efecto en la salud y el bienestar humano. Este es también el tipo de casos que muestra el atractivo de incluso puntos de vista empiristas muy simples. 


El empirismo busca la experiencia como una garantía segura de hacer las cosas bien. Aquellos que se sientan tentados a pensar que no quedan problemas podrían considerar un cuento con moraleja que siga la historia de Snow. Esta es la historia del valiente doctor Pettenkofer. Algunas décadas después de Snow, la teoría de la enfermedad como el cólera son causadas por microorganismos, la historia fue desarrollada por en detalle por Robert Koch y Louis Pasteur. Koch asiló las bacterias responsables del cólera. Pettenkofer, sin embargo, no estaba convencido. Para demostrar que Koch estaba equivocado, bebió un vaso de agua mezclada con supuestos gérmenes del cólera. Pettenkofer no sufrió efectos nocivos, y escribió a Koch diciendo que había refutado la teoría de Koch. 


Se cree que Pettenkofer podría haber tenido ácido estomacal alto, que puede proteger a las personas contra la infección por cólera. O tal vez los gérmenes del cólera habían muerto en esa muestra. Claramente Pettenkofer tuvo suerte; Koch tenía razón sobe las causas del cólera. Pero el caso nos recuerda que la pruebas empíricas directas no son garantía de que no se este enmascarando el efecto.


Algunos lectores, dije, podrían estar pensando que el empirismo es cierto pero demasiado obvio para ser interesante. Otra línea de crítica sostiene que el emprimo es falso, porque está comprometido con una imagen absurdamente simple del pensamiento, la creencia y la justificación. El eslogan empirista que dimos antes, sugiere que las experiencias se vierten en la mente y de alguna manera se convierten en conocimiento. Resulta muy difícil refinar las ideas eméritas básicas de una manera que las haga más realistas psicológicamente. Los empiristas no niegan que el razonamiento complejo, es necesario para dar sentido a lo que observamos. Aún así, insisten en que el papel de la experiencia es de alguna manera fundamental para comprender cómo aprendemos sobre el mundo. Muchos críticos del empirismo sostienen que esto es un error; lo ven como una resaca de una imagen simplista y anticuada de cómo la creencia y el razonamiento funcionan. 


La segunda de las ideas de cómo funciona la ciencia. Este punto de vista se puede introducir con una cita de Galileo, uno de los héroes del pensamiento científico[8]: la filosofía está escrita en este gran libro del universo, que permanece continuamente abierto a nuestra mirada. Pero el libro no puede comprenderse a menos que uno aprenda primero a reconocer su lenguaje y a leer el alfabeto en el que está compuesto. Está descrito en el lenguaje de las matemáticas, y sus características son triángulos, círculos y otras figuras geométricas sin las cuales es humanamente imposible comprender una sola palabra de ella; sin estos, uno deambula por un laberinto oscuro. 


Poniendo el punto en leguaje más claro, aquí está la segunda de las tres ideas de como funciona la ciencia. Matemáticas y ciencia: lo que hace que la ciencia sea diferente de otros tipos de investigación, y especialmente exitosa, es su intento de comprender del mundo natural utilizando herramientas matemáticas. ¿Es esta idea una alternativa al enfoque empirista, o algo que se puede combinar con él? Quizás sorprende, un énfasis en los métodos matemáticos para argumentar en contra del empirismo. A veces esto ha sido porque la gente ha pensado que las matemáticas nos muestran que debe haber otra ruta hacia el conocimiento además de la experiencia; la experiencia es una fuente de conocimiento, pero no la única fuente importante. Alternativamente, podríamos afirmar que el empirismo es trivial, por supuesto, el conocimiento se basa en la experiencia, pero eso no dice nada sobe lo que diferencia a la ciencia de otros modos de conocer. Lo que hace especial a la ciencia es su intento de cuantificar y detectar patrones matemáticos en el flujo de eventos causales.


Sin embargo, es ciertamente sensato ver un énfasis en las matemáticas como algo que se puede combinar con ideas empiristas. Podría parecer que Galileo no estaría de acuerdo; Galileo no solo exaltó las matemáticas, sino que elogió así predecesor Copérnico por hacer que la razón conquiste el sentido (la experiencia) en su creencia de que la tierra gira alrededor del sol. Pero esta es una falsa oposición. Al sugerir que la tierra gira alrededor del sol, Copérnico no estaba ignorando la experiencia, sino lidiando con aparentes conflictos entre diferentes aspectos de la experiencia, a la luz de sus creencias de fondo. Y no hay duda de que Galileo era una persona muy empírica; el énfasis en las observaciones realizadas con el telescopio fue fundamental para su trabajo. Así que evitando las falsas oposiciones, podríamos argumentar que las matemáticas utilizadas como una herramienta de modelado dentro de una perspectiva empirista es lo que hace que la ciencia sea especial. 


Aquí consideramos el papel de las matemáticas como significativo pero no central. Esto se debe en parte a la historia de los debates filosóficos y en parte a que las herramientas matemáticas no son tan esenciales para la ciencia como sugirió Galileo. Aunque las matemáticas son claramente de gran importancia en el desarrollo de la física, uno de los mayores logros en toda la ciencia, es el logro de Darwin en el origen de las especies (1859), no hace un solo uso real de las matemáticas. Darwin no se limitó al laberinto oscuro que Galileo predijo como el destino de los investigadores no matemáticos. De hecho, la mayoría (aunque no todos) de los grandes saltos en biología que ocurrieron en el siglo XIX ocurrieron sin mucho papel para las matemáticas. La biología ahora contiene muchas partes matemáticas, incluyendo formulaciones modernas de la teoría de la evolución de Darwin, pero este es un desarrollo del siglo XXI. 


Así que no toda la ciencia hace mucho uso de las matemáticas para comprender el mundo. La tercera de las tres ideas de cómo funciona la ciencia, tal vez las características únicas de la ciencia solo son vivibles cuando observamos a las comunidades científicas. Estructura social y su literatura. Lo que hace que la ciencia sea diferente de otros tipos de investigación, y especialmente exitosa, es su estructura social única. 


En manos de historiadores y sociólogos, un énfasis en la estructura social a menudo se ha desarrollado de una manera que es fuertemente crítica de la tradición empirista. Steven Shapin argumenta que el empirismo dominante a menudo opera dentro de la fantasía de que cada individuo puede probar observaciones de hipótesis por sí mismo[9]. Se supone que el empirismo insta a que las personas desconfíen de la autoridad y salgan a mirar directamente al mundo. Pero, por su puesto, esto es una fantasía. Es una fantasía en el sentido del conocimiento cotidiano, y es una fantasía aún mayor en el caso de la ciencia. Casi todos los movimientos que hace un científico dependen de elaboradas  redes de cooperación y confianza. Si cada individuo insistiera en probar todo por sí mismo, la ciencia nunca avanzaría más allá de las ideas más rudimentarias. La cooperación y las tradiciones intelectuales de resultados transmitidos son esenciales para la ciencia. El caso de John Snow y el cólera, es muy inusual. Snow parece un “llanero solitario” caminando hacia el arco del triunfo con una multitud de empiristas victoriosos en el fondo. E incluso Snow debe haber dependido del testimonio de otros en su evaluación del estado de la epidemia de cólera antes y después de su intervención en el arco del triunfo. Así que la confianza y la cooperación son esenciales para la ciencia. Pero, ¿en quién se puede confiar? ¿Quién es una fuente confiable de datos? Shapin argumenta que cuando miramos de cerca, gran parte de lo que sucedió en la Revolución Científica tuvo que ver con la elaboración de nuevas formas de vigilar, controlar y coordinar las acciones de grupos de personas en la actividad de investigación. La experiencia está en todas partes. Lo difícil es determinar qué tipo de experiencia son relevantes para la prueba de hipótesis, y averiguar en quién se puede confiar como fuente de informes (literatura) y relevancia. 


Así que Shapin argumenta que una buena teoría de la organización social de la ciencia será una mejor teoría de la ciencia que las fantasías empiristas. Pero los filósofos han comenzado a desarrollar teorías de cómo funciona la ciencia que enfatiza la organización social, pero que también pretenden encajar con una forma de empirismo. Estas narrativas de la ciencia subrayan el equilibrio especial de cooperación y competencia que se encuentra en las comunidades científicas. La gente a veces imagina que la búsqueda de crédito individual y la competencia por el estatus y el reconocimiento son desarrollados recientemente en la ciencia. Pero estos temas han sido importantes desde la época de la revolución científica. Las grandes sociedades científicas, como la Royal Society de Londres, surgieron bastante temprano: 1660 en el caso de la Royal Society. Una parte de su papel era manejar la asignación de crédito de una manera eficiente, asegurándose de que las personas adecuadas fueran recompensadas, sin obstaculizar la libre difusión de ideas. Estas sociedades también funcionaron para crear una comunidad de personas que podían confiar entre sí como compañeros de trabajo y fuentes de datos confiables.


El empirista puede argumentar que esta organización social hizo que las comunidades científicas respondieran de manera única a la experiencia. Cada idea ha sido vista a veces como el punto de partida para una compresión de ciencia, exclusiva de las otras dos. Pero es más probable que deban ser vistas como piezas de una respuesta más completa. La primera y tercera idea de cómo funciona la ciencia, empirismo y la estructura social, son especialmente importantes. Parte del desafío para la filosofía de la ciencia en los próximos años radica en integrar las ideas de la tradición empirista con el papel de la organización social en la comprensión de la ciencia. Eso requiere cambios significativos en las ideas empiristas  tradicionales.


1.3 La revolución científica 


En el periodo histórico de la revolución científica, las personas, los eventos y las teorías de este período tienen un peso especial en la discusión sobre la naturaleza de la ciencia.  Así que debemos dar cuenta de los hitos de este periodo. Antes de partir, debemos señalar que algunos historiadores piensan que la idea del bautizar este periodo como “la revolución científica” es un error, ya que esta frase hace que suene como si hubiera límites nítidos entre un período totalmente único del resto de la historia. Pero la usaremos de manera tradicional porque mucha literatura se agrupa en su contorno semántico.


1.4 La predisposición Darwiniana a la curiosidad 


Darwin comenzó con ejemplos que muestra la heredabilidad de los instintos, particularmente en la forma en que se exhiben incluso en los más jóvenes antes de cualquier experiencia[10]. Nadie que haya interactuado con animales jóvenes, piense en sus mascotas o sus hijos, duda de la evidencia de su interés innato en explorar las novedades en su entorno. La curiosidad se extiende a estímulos novedosos a través de modos sensoriales: un sonido, o sentimiento inusual pueden estimular su interés, así como una nueva visión u olor, y también es variable. Algunas personas están ansiosas por buscar cualquier novedad, mientras otras se adhieren a lo familiar si pueden, con varios grados intermedios. También está, por supuesto, sujeto a la selección natural: si la curiosidad siempre o incluso generalmente mataba al gato, la evolución habría puesto fin rápidamente a esa disposición. Pero eso no es lo que observamos, y no es difícil ver cómo la curiosidad proporcionaría una ventaja selectiva en muchos entornos.  


En particular, la curiosidad es un rasgo epistémicamente ventajoso para un organismo: es útil para adquirir conocimiento: un efecto de agencia. La curiosidad y otros rasgos que encontramos son valiosa disposición general de un sujeto para descubrir nuestro mundo parcialmente predecible e inundado de apariencias que enmascaran el fondo de la realidad. Si el mundo fuera completamente regular en todas las formas que importan a los organismos, no tendría que ser curiosos en sus capas subyacentes. 


Considere un entorno idealizado con recursos ilimitados; un organismo que se alimenta en tal paraíso podría necesitar solo sentarse en un lugar y abrir y cerrar la boca. Podría moverse continuamente en línea recta o moverse a cualquier lugar al azar. Sin embargo, en un mundo donde los recursos son limitados y se ubican irregularmente en el espacio o el tiempo, sus posibilidades de sobrevivir y reproducirse aumentarían enormemente al atender las diferencias en su entorno, desviase del camino trillado o intentar algo nuevo.


En tales mundos, una predisposición a investigar novedades y salir del camino estándar para verificar algo que es diferente puede tener una utilidad real, dando a los organismos una ventaja competitiva. Sin ese instinto, el descubrimiento de nuevos recursos sería menos probable. Incluso para los mecanismos elementales de investigación podría proporcionar una ventaja. Por ejemplo, todos los organismos podrían necesitar al principio un sistema simple de respuesta conductual diferencial a las diferentes ambientales percibidas: si la entrada es la misma (constante), hacer A; si la entrada es diferente (mayor o menor), haga otra cosa. Esta es una forma muy básica de neofilia. A medida que la evolución perfecciona esta disposición, sus formas de comportamiento pueden volverse cada vez más sofisticadas. Las abejas, por ejemplo, harán una pausa para investigar nuevos elementos en su entorno. Cuando encuentren una nueva fuente  de alimento valiosa, realizarán vuelos de aprendizaje (haciendo un vuelo de “vuelta atrás y mira”) para familiarizarse con los nuevos puntos de referencia. Detiene estos vuelos de aprendizaje después de estar familiarizados con el área, pero rehacen los vuelos de aprendizaje si cambian un punto de referencia.


Estos ejemplos de neofilia se relacionan con el descubrimiento y mantenimiento del acceso a nuevos recursos, pero la curiosidad es más beneficiosa que eso. Por ejemplo, Freud ciertamente tenía razón en que también es útil para el sexo. Incluso a los organismos bien alimentados no les irá bien en la competencia evolutiva si no pueden encontrar una pareja o cualquier otra cosa que se necesite para reproducirse. 


Además, al considerar el valor de la búsqueda de novedades, es importante considerar que, si bien lo nuevo puede ser útil, también puede ser peligroso. Ese crujido en la hierba podría ser una nueva presa, pero también podría ser un depredador. La capacidad de identificar nuevos peligros y aprender a evitarlos también es adaptativamente valiosa. Tenemos que admitir que la curiosidad a veces mata al gato. Los organismos que siempre se apresuraron rápidamente donde otros temían pisar a veces entrarán directamente en peligro. Un poco de precaución está en orden, lo que tal vez explique por qué curiosidad se experimenta inicialmente como una especie de inquietud (una mezcla de emoción y aprensión)… Una sensación de que algo no está del todo bien o como debería ser.   


Hay dos respuestas posibles a las anomalías percibidas. La respuesta conservadora e incuriosa es ignorar las diferencias y apagarse a las generalizaciones establecidas. La respuesta progresiva y curiosa es investigar las diferencia más amplia o mejor. Este último enfoque tiene la ventaja adaptativa de la autocorrección y el descubrimiento de patrones nuevos o más amplios. Cuando uno está confundido, una respuesta no curiosa podría ser inicialmente más segura, pero una respuesta curiosa proporciona una oportunidad para aprender. El primer trabajo de un organismo es descubrir las regularidad e irregularidades de su mundo causal, y esto es ciertamente cierto para los humanos. Freud pensaba que la curiosidad humana siempre era en última instancia sexual, pero mientras que, por supuesto, reconocemos la importancia de la reproducción en una cuenta evolutiva, hay una ventaja más general que es un requisito previo incluso para esto. Los bebés deben ser capaces de descubrir la estructura causal del mundo, las propiedades del espacio, organizar la realidad en categorías, hacer contable lo real, estimar lo probable y hacer juicios de si o no. Y esto requiere prestar atención a los patrones y notar las violaciones de ellos. En partícular, los bebés necesitan ser capaces de hacer cognición inductiva, que es la capacidad de aprender y generalizar a partir de nuevas experiencias (datos, ajuste bayeciano[11]). Los  artículos científicos interrumpen las regularidades de dar sentido a lo real, a veces mostrando que eran incorrectas los paradigmas anteriores, basados en intentar explicar las regularidades más generales que no eran compatibles en modelo de explicación anteriores. Una vez que algo ha sido revisado y es familiar, entonces las cosas se vuelven predecibles nuevamente. La previsibilidad es útil, y generalmente se necesita curiosidad para descubrirla.


En resumen, la curiosidad es una disposición biológica beneficiosa dentro de la vida, que lleva a los organismo de lo esperado con la esperanza de descubrir alguna generalización nueva o mejorada. Una vez más, esto no será cierto en todas partes para todos los tipos de organismos, pero es crítico para los organismos en entornos que cambian (incertidumbre) inflexibles e interconectados no permitirán que un organismo se adapte a las condiciones cambiantes. 


Incluso si seguir desviaciones curiosas de la norma no conduce a nuevos recursos, el seguimiento de las diferencias puede ser útil para mantener los recursos actuales; las desviaciones de las expectativas pueden ser una señal de que el entorno ha cambiado, o que las señales en las que uno ha confiado previamente han cambiado, o incluso que los sensores están funcionando mal. Lo que nos lleva de vuelta a la confusión.


Cuando un organismo se aparta de un camino regular, ¿cómo podemos saber si está impulsado por la curiosidad en lugar de la confusión? A primera vista, uno parece positivo, activo (uno persigue la curiosidad) y adaptativo, mientras que el otro parece negativo, pasivo (uno se confunde) y desadaptado. Sin embargo, en otro sentido, los dos están estrechamente relacionados, en el sentido de que ambos implican una desviación de un patrón esperado. Ambas son reacciones a algo en el entorno que difiere del mapa conceptual de uno (o algún conflicto interno dentro del mapa conceptual de uno) e indican un desajuste con las expectativas. Ambos implican una sensación de perplejidad. Nos quedamos perplejos cuando descubrimos una anomalía en lo que previamente habíamos visto como una regularidad. Es como si la corriente de percepción de uno fuera "mismo-mismo-mismo-diferente-espera…” ¿Qué? ¿Por qué?


La desviación de las expectativas puede generar confusión. Las anomalías de cualquier tipo se perciben como desconcertantes y también como potencialmente interesantes. Prestamos atención a los patrones de similitudes y diferencias en nuestro entorno. La aleatoriedad pura (ruido blanco) no es interesante; si escuchamos ruido blanco, después de unos minutos, ya ni siquiera lo percibimos. La simple repetición también puede resultar aburrida. Estamos programados por la evolución para notar las regularidades y las irregularidades, y tratar de descubrir cómo resolver cualquier anomalía. Este interés se mezcla con la emoción, tal vez relacionada con la sensación producida cuando el cuerpo se prepara para un posible peligro o, de otra manera, anticipar la acción.


Además, la curiosidad, al igual que todos los demás rasgos, es variable entre los individuos. Algunos solo responden a la novedad extrema, mientras que otros sienten una picazón de curiosidad más aguda. Al final, el sentimiento emocional que proviene de la resolución de la tensión inquisitiva es un tipo especial de placer, y para las personas que son profundamente curiosas, este sentimiento puede ser muy intenso. Como cualquier gato que haya muerto de curiosidad atestiguará, la resolución de algún rompecabezas es una sensación de máxima satisfacción.


La curiosidad como virtud implica el sentido moral de Darwin, quien sugirió que tenemos un instinto para la verdad, el conocimiento o el descubrimiento. Hemos argumentado que es razonable pensar en la curiosidad como un instinto evolucionado. Pero ahora, consideremos la sugerencia aún más asombrosa que hizo Darwin: que la curiosidad es de la misma naturaleza que el instinto de virtud[12]. ¿Qué podría significar decir que la curiosidad es similar a la virtud? ¿Y por qué hablar de la virtud misma como un instinto? 


Para ayudar a contar la historia, veamos primero los propios puntos de vista de Darwin sobre la evolución de lo que él llamó el sentido moral. La moralidad, planteó, se hizo posible cuando los animales que habían desarrollado instintos sociales alcanzaron un grado suficiente de poder intelectual. Por instintos sociales, Darwin tenía en mente aquellos sentimientos que llevan a los animales a disfrutar de la compañía del otro o sentir algún vínculo de simpatía, como los afectos paternos o filiales. Explicó cómo tales comportamientos instintivos de ayuda podrían proporcionar a los animales una ventaja en diversas circunstancias, mejorar las condiciones de supervivencia en un grupo de individuos emparentados. Tales comportamientos podrían ser el cuidado parental esencial de los jóvenes o incluso el aseo mutuo que elimina parásitos de manera útil. A corto plazo, tales instintos pueden no ser particularmente poderosos, pero en combinación con una mejor memoria e imaginación, pueden convertirse en sentimientos más fuertes de insatisfacción asociados con instintos insatisfechos. Estos sentimientos, sugirió, son la voz incipiente de la conciencia.


Ser capaz, con mayor inteligencia, de recordar tales sentimientos de ayuda proporciona una indicación de lo que se debe hacer, lo que es el sentimiento moral. Darwin no pensó que pudiéramos atribuir adecuadamente la moralidad a los animales inferiores de la misma manera que lo hacemos con los seres humanos, pero planteó que cualquier animal, junto con un grado suficiente de empatía, junto con un grado suficiente de inteligencia, llegaría a sentir un imperativo moral de comportamiento en consecuencia a favor de los más jóvenes. 


El hecho de que requerimos ciencia evolutiva para ayudar a explicar nuestras capacidades morales no implica que podamos leer las reglas éticas directamente de la biología. La supervivencia del más apto es un poderoso principio explicativo para comprender el mundo biológico, pero constituye una pésima teoría ética. Considere este experimento mental que Darwin propuso en El origen del hombre: si los humanos fueran criados exactamente en las mismas condiciones que en su deber sagrado matar a sus hermanos, y las madres se esforzarán por matar a sus hijas fértiles; y nadie pensaría en interferir. Si un sentido moral evolucionado trabajando de esta manera, el problema sería obvio: sería cometer una variación de la falacia que el filósofo escocés del siglo XVIII David Hume identificó de tratar de derivar un “deber” moral de un mero “es”. La falacia es obvia una vez que uno la señala: que algo se así no implica por sí mismo que debe ser así. Se necesitará un poco más de razonamiento filosófico para encontrar alguna premisa moral que vincule las afirmaciones fácticas con las conclusiones morales. El propio Darwin dio algunos pasos tentativos en este sentido al establecer conexiones con la teoría ética kantiana y utilitaria.


Algunos especialistas en ética no piensan que la falacia naturalista sea una falacia en absoluto; se piensa que las declaraciones sobre lo que es bueno son solo una especie de declaración fáctica. Dejando de lado este tema, uno no debe esperar derivar una noción ética sólida de normatividad solo de consideraciones biológicas. Sin embargo, una explicación evolutiva del origen de la curiosidad como instinto puede tener importancia normativa cuando se pone en un contexto filosófico más amplio. Los rasgos de carácter como la curiosidad que conducen a una ciencia ejemplar son explicables, al menos en su fuente, como disposiciones evolucionadas y adaptativas, pero también encajan bien dentro de un marco de virtud que conecta tales disposiciones mentales con el reino de las normas y valores. Para ver esto, primero necesitamos tener una idea de la naturaleza de la virtud. 


Como punto de partida, no hace falta decir que la virtud no se limita a la moral sexual, que es quizás lo primero que viene a la mente para aquellos que piensan en la mojigata noción victoriana de proteger la propia virtud. Tampoco debemos pensar en la virtud como pasiva, que es una connotación que el término a veces lleva hoy. La virtud no es un estado de reposo del ser. Queremos recordar un elemento más tradicional del concepto de virtud, a saber, la virtud como poder. Retenemos un remanente de este significado en una frase como “en virtud de lo cual” que, como “en la fuerza de”, transmite la idea de una propiedad, poder o habilidad disposicional que hace que algo sea posible o hace que así sea. Se puede decir que el razonamiento, por ejemplo, que un material o molécula es fuerte o frágil por o en virtud de su estructura física o química. 


Debemos pensar en las virtudes de carácter que son nuestro tema d una manera similar: son rasgos mentales que nos disponen a comportarnos de manera confiable y apropiada.  Están orientados a la acción, dándonos el poder y la motivación para actuar según lo justifique la situación. En el ámbito mental, la virtud tiene la connotación de referirse no a ningún poder o disposición, sino principalmente a cualidades buenas o útiles. De hecho, el término aristotélico clásico “arete” que se traduce como “virtud” también se traduce a menudo como “excelencia”, y en consecuencia se puede hablar equivalentemente de cultivar una vida de excelencia o una vida de virtud. 


Como lo definió Aristoteles, la excelencia o virtud, es “una disposición establecida de la mente que determina nuestra elección de acciones y emociones”. Continuó diciendo que “consiste esencialmente en observar la media relativa a nosotros… una media entre dos vicios, el que depende del exceso y el que depende del defecto. Encontrar un equilibrio adecuado rara vez es una cuestión sencilla de seguir una regla; por lo general, debe determinarse por un principio racional y el ejercicio del juicio, por lo que hablamos de la idea de preguntar cómo una persona con “sabiduría práctica” juzgaría dónde cae el equilibrio en situaciones dadas. Una explicación de la virtud en la ciencia, o cualquier vocación para el caso, en consecuencia necesita un concepto más estrecho y más especializado Para estos contextos, queremos introducir la idea de la virtud vocacional como una disposición practicada.


Aunque Darwin destacó la base evolutiva de la curiosidad y otras virtudes científicas, uno no las logra solo por naturaleza, sino que debe cultivar y entrenar los rasgos instintivos con los que comienza[13]. Aristóteles tenia razón en que esto se hace por habituación, y tendremos que decir más sobre los hábitos de la vida racional. La idea moderna de habito, es la palabra “disciplina” de una práctica intelectual. 


Que la curiosidad tenga una base en el instinto no significa que no requiera ningún esfuerzo para dominarla. Somos bípedos, pero todavía tenemos que practicar antes de aprender a caminar, y practicar mucho más para correr, saltar o bailar. Ni se diga escribir, leer y hacer matemáticas.


La curiosidad científica es más exigente que el tipo ordinario de curiosidad instintiva en la que se basa la biología innata. Implicará métodos distintivos y habilidades especializadas, así como un conjunto de rasgos de carácter que se han desarrollado durante años de revolución científica. Se necesita mucha práctica para depender del sentido de la razón, y los estudiantes de ciencias a menudo necesitan sentir que una pregunta ha sido respondida satisfactoriamente para estar realmente satisfechos.


Debido a que tiene aspectos causales y evaluativos, la virtud puede considerarse como un concepto puente entre los descriptivo y lo normativo. Tal vez por eso Hume pensó que podría servir bien como el concepto central de su teoría ética[14]. Según Hume, la característica fundamental de la virtud implica "la posesión de cualidades mentales útiles o agradables para la persona misma o para los demás". Una vez más, nuestro interés no es la virtud en general, sino más bien las virtudes vocacionales del científico. Se requiere un pensamiento filosófico para revelar los contornos de esos valores para la ciencia, pero sus raíces se remontan a lo biológico.


Hume escribió que es probable que el hecho de que los rasgos de carácter y las acciones que fluyen de ellos se consideren "amables y odiosos, dignos de alabanza o blandos..." depende de algún sentido o sentimiento interno que la naturaleza ha hecho universal en toda la especie, como axiomas. Hume no tenía una explicación de tales sentimientos internos, pero la explicación de Darwin de cómo evolucionan los instintos muestra cómo los rasgos de carácter, como la curiosidad instintiva, pueden ser universales, o al menos lo suficiente para nuestros propósitos.


Una vez más, para evitar la falacia naturalista, debemos reconocer que las virtudes no se derivan solo de la biología, sino que son normativas e intencionales, con lo que queremos decir que involucran valores y elecciones. La curiosidad científica está arraigada en nuestra curiosidad instintiva evolucionada en nuestra dinámica genómica, pero, como en la explicación de Darwin del sentido moral, requiere procesamiento intelectual para crecer en el espacio de las razones y la justificación, y para adquirir un contenido moral robusto. Intentar hacer esto es discutir valores en términos de ontología y métodos de la ciencia.


Para comprender el elemento normativo en la práctica científica, necesitamos ver a qué apunta la ciencia: lo que Aristóteles llamó “telos” o fin de una cosa. La idea general es que la naturaleza y el propósito esencial de una cosa dan un punto de referencia contra el cual uno puede juzgar el valor de las posibles formas de ser y comportarse. Aristóteles estaba interesado en comprender la naturaleza esencial y el propósito apropiado para los seres humanos, y en dilucidar lo que eso implicaba sobre cómo fomentar el florecimiento humano. Nuestro interés por el momento está en jóvenes de ciencias y fortalecer sus modos de conocer (currículo); podemos rastrear la estructura moral del diseño experimental en su vertiente epistemológica. Con el telos de la ciencia.


Hay, por supuesto, muchas cosas particulares que la comunidad científica pretende lograr. Uno quiere descubrir las causas bioquímicas del sesgo cognitivo, otros explorar el universo de estrellas y agujeros negros. Otros más con unificar en una teoría final la física. Pero todos estos son solo ejemplos específicos de un propósito común y central: diferentes formas de llegar al mismo tipo de cosas. La cita de Darwin ya articulaba el objetivo más general. Diferentes científicos pueden expresar la idea de manera diferente, pero uno encuentra un acuerdo casi universal. ¿Cuál es el propósito central y rector de la ciencia? Al final, es muy simple: la ciencia tiene como objetivo descubrir verdades sobre el mundo natural y liberar al hombre de su estupidez arrogante.


En la base, los científicos con la racionalidad son buscadores de la verdad, sea cual sea esta. No la verdad con V mayúscula, por supuesto, sino la verdad bayesiana de la variedad ordinaria y mundana. Buscan verdades empíricas lidiando con planteamientos de hipótesis subjetivas dentro de un espacio infinito de posibilidades hipotéticas. En medio de no responder el origen de fondo de lo aleatorio en nuestro cosmos, buscan no verdades absolutas, sino en algún sentido metafísico aireado, verdades justificadas y cotidianas que pueden ser graduadas en su solidez por su predictibilidad. Los científicos quieren medir una constante con un nuevo grado de presión, saber cómo en la biología la información es factor causalidad, aislar un tubo compuesto, descubrir mecanismos de la nanobiología, nuevos elementos químicos sintéticos estables o una nueva ley física justo entre la cuántica y la relatividad general.


Esto no es un tipo superficial de alegría, sino un tipo que está arraigado en la curiosidad instintiva y el sentido de sí mismo de un estudiante de ciencias. Aquí, Aristóteles conecta la virtud con una noción profunda y robusta de felicidad, lo que él llamó eudaimonia. Así como podemos acercarnos mejor a esta forma esencial de florecimiento humano a medida que cultivamos las virtudes humanas, también podemos acercarnos mejor a los fines de la ciencia a medida que desarrollamos la excelencia en las virtudes científicas. Para decirlo sucintamente, el florecimiento humano científico implica la excelencia en la práctica de la razón, el diseño experimental, el pensamiento matemático, la disertación... En resumen, podemos llamarlo la satisfacción de la curiosidad de la mente científica. Esta virtud requiere una educación que esté sustancialmente apoyada en los valores de la justicia epistémica.


1.5 Otro camino es posible


Al apropiarnos de este modo de conocer científico, podemos mejorar nuestra capacidad para entender el mundo y tomar decisiones éticas informadas. Uno podría señalar que preocuparse por la verdad no es exclusivo de la ciencia. Seguramente, uno no tendrá éxito en otros esfuerzos si no se preocupa por la realidad. ¿No están todas las profesiones interesadas en la verdad? Sí y no. De hecho, aunque la verdad puede ser ampliamente importante, resulta que la búsqueda de la verdad no es tan básica para la mayoría de las vocaciones como uno podría pensar. Por lo general, desempeñan un papel de apoyo, no central.


¿Qué tal una vocación como la ingeniería? Aunque está estrechamente relacionada con la ciencia, el propósito central y guía del ingeniero no es descubrir nuevas verdades, sino construir cosas nuevas con modelos predictivos ya determinados. Un equipo de ingeniería puede descubrir algún material nuevo, pero no les importará tanto de dónde viene o por qué tiene las propiedades que tiene, como lo que pueden hacer con él. La ciencia es una herramienta indispensable en la ingeniería moderna, pero los ingenieros no son científicos. Pueden aplicar la ciencia y, a veces, incluso hacer descubrimientos científicos reales, pero sus objetivos y métodos esenciales son bastante distintos de los de los científicos.


Hay superposición, por supuesto; así como algunos ingenieros tienen una vena científica y esperan hacer un descubrimiento que mejore su capacidad de construcción, muchos científicos también están interesados en la investigación aplicada y, en tales actividades, se acercan más a la ingeniería. Muchos ven su trabajo como mejorar la sociedad o mejorar la condición humana. En su forma más pura, sin embargo, los científicos están siguiendo su curiosidad simplemente para satisfacerla, independientemente de la posible utilidad de sus descubrimientos. Es decir, como dijo Darwin, sin que se haya obtenido ningún resultado práctico de ellos. No necesitamos multiplicar ejemplos. En pocas palabras, mientras que otras vocaciones pueden usar la ciencia para avanzar en sus propios propósitos, el objetivo central de la ciencia es descubrir las verdades de la naturaleza.


Las virtudes de la ciencia son, en consecuencia, aquellos rasgos de carácter que predisponen al científico a actuar habitualmente de tal manera que conduzca a los fines de la investigación científica. En cierto sentido, podemos pensar en el investigador como un instrumento en un estudio, de la misma manera que lo es un microscopio o una balanza. Como cualquier otro instrumento, los investigadores pueden ser mejores o peores en su tarea, más o menos confiables, más o menos sensibles. Podemos pensar en las virtudes científicas como la sintonización o calibración de las prácticas de los investigadores y, por lo tanto, aumentar su sensibilidad, confiabilidad, humildad y excelencia en general. Cuanto más virtuoso sea el científico, en el sentido del que hemos estado hablando, más probable es que la ciencia florezca.


Este valor instrumental es una noción normativa derivada, pero es suficiente para proporcionar una base para la prescripción y la proscripción. Es decir, proporciona una base para juicios de mejor o peor, y deberes o no deberes. Si aceptamos que descubrir verdades empíricas es un fin digno (lo cual es razonable de asumir, no solo para los científicos profesionales sino también para otras vocaciones que utilizan sus descubrimientos), entonces convertirse en un mejor científico, cultivado en tales rasgos de los valores epistémicos, es algo moralmente bueno. También es posible una noción normativa más fuerte: satisfacer nuestra curiosidad instintiva es necesario no solo para el florecimiento científico, sino también para el florecimiento humano en general. Entonces, las virtudes científicas son más que parte de una ética profesional estrecha en los contenidos de divulgación. Cultivar la curiosidad científica es parte de la ética de una manera pura, como cualquier deber moral o cualquier parte de un cálculo moral.


Esto no quiere decir que todo el mundo deba convertirse en un científico profesional, porque hay otros aspectos y, por lo tanto, otros caminos hacia el florecimiento humano. La buena vida implica salud, refugio, belleza, racionalidad, libertad creativa, justicia epistemológica… El sanador, el constructor, el artista y otros profesionales son roles alternativos que uno puede desempeñar para promover el progreso ético. Además, si se requiere descubrir verdades empíricas para la acción moral, lo cual también parece incontrovertible, entonces la ciencia es necesaria para la ética. Tendrá que ser capaz de trabajar junto con estas otras vocaciones de la vida moral. Es cierto que esto no es fácil. Sin embargo, superar la divulgación por una forma de apropiación del modo de conocer científico es un verdadero significado de integridad, y ese es un objetivo digno realmente para nuestros tiempos.


En 1959, C.P. Snow identificó y denunció una peligrosa brecha en la comunicación entre científicos e intelectuales literarios[15].  Como alguien que comenzó su carrera como científico y luego se convirtió en novelista, Snow estaba inusualmente bien situado para observar esta brecha. Tan grande es la mutua ininteligibilidad entre estas comunidades de eruditos, pensó, que podrían ser vistos como nativos de dos culturas distintas, cada una con un idioma y costumbres que son esencialmente extrañas a la otra. El mundo moderno tiene pocas esperanzas de resolver los difíciles problemas sociales que enfrenta si las ciencias y las humanidades no encuentran una manera de cerrar esa brecha y formar una cultura que fortalezca las críticas de cada una, que se traduzcan en justicia epistémica para niños y jóvenes en cada escuela, universidad o instituto de investigación. A más de medio siglo desde el llamado de Snow, lamentablemente se ha avanzado poco hacia ese objetivo. 


No es que haya menos poder intelectual de un lado o del otro. Más bien, los dos grupos parecen, al menos en cierto nivel, no solo hablar de uno del otro, sino involucrar al mundo en términos de conceptos muy diferentes. La ciencia está más interesada en mostrar que en contar cuando habla en el lenguaje de los hechos. Pídales a los científicos que describan su investigación y, por lo general, escuchará sobre su objeto de estudio, una propiedad de la materia, una clase de reactivos químicos, una especie de ave, y las preguntas objetivas al respecto que esperan responder. Las presentaciones en conferencias científicas suelen ser cortas y directas: un poco de antecedentes, una recitación de la pregunta de investigación de uno, cómo las observaciones o experimentos de uno dan mayor o menor credibilidad a una u otra de las hipótesis en juego, y la consideración de posibles factores de confusión u otros problemas que apuntan a una investigación adicional. Para muchas presentaciones, todo se reduce a una sola diapositiva con datos resumidos en una tabla o gráficos. En la ciencia, nuestro interés está en lo que es el caso sobre el mundo y lo que sabemos o aún no sabemos sobre él.


Las humanidades, por otro lado, hablan más en términos de valor. Además de las preguntas sobre cuál es (o no) el caso, el enfoque está en lo que debería (o no) ser nuestra respuesta, actitud o acción. Esto es cierto incluso para campos de las humanidades como la historia que tiene un fuerte componente empírico. Los historiadores Jo Guldi y David Armitage escriben que la misión de las humanidades es transmitir preguntas sobre el valor, y cuestionar valores, poniendo a prueba las tradiciones que se acumulan a lo largo de siglos y milenios[16], y argumentan que el papel de la historia es ayudar a guiar nuestra acción futura mediante las lecciones aprendidas del pasado, proporcionando así un antídoto para el pensamiento a corto plazo. La noción de “prueba” aquí, que implica evaluación con su énfasis en los valores, es bastante diferente de la noción científica de prueba empírica. En contraste con las presentaciones científicas, las charlas académicas en humanidades rara vez duran menos de treinta y, en algunos casos, son mucho más largas para permitir la articulación detallada de un argumento. Las charlas de filosofía suelen durar una hora, seguida de otra hora durante la cual el orador responde a las preguntas críticas de la sala. La estructura general de una charla puede ser similar a una presentación científica: algunos antecedentes para situar el problema, la declaración de tesis de uno, la presentación de las razones de la conclusión y las respuestas a posibles contraargumentos, pero el enfoque está en las razones, los valores y las recomendaciones, en lugar de solo la determinación de los hechos. Para las humanidades, nuestro interés es por qué debemos preocuparnos y qué debemos hacer. 


El punto de Hume sobre las diferencias entre es y debe parece aplicarse de nuevo aquí. Si los científicos son ajenos a los valores y los de las humanidades devalúan los hechos empíricos, entonces no es sorprendente que no logren conectarse. Esta parece ser una diferencia fundamental. Los métodos de la ciencia se limitan de hecho a la prueba de cuestiones fácticas. Uno no puede realizar un experimento científico para probar una ley moral. Tampoco la moralidad tiene autoridad alguna para determinar hechos empíricos; que el mundo estaría mejor si algún hecho no fuera el caso no lo hace así. Sin embargo, ese no es el final de la historia si podemos encontrar otras formas para que las dos culturas entiendan los conceptos básicos de la otra. 


No discutiremos por qué los eruditos buscan respuestas a problemas éticos y no pueden ignorar hechos empíricos si sus juicios van a hacer una conexión con, y ser relevantes para, agentes reales en el mundo real, pero seguramente eso puede darse por sentado. Nosotros nos ocupa el sentido de la otra dirección, a saber, que la ciencia también está y debe estar preocupada por los valores no solo epistémicos, ecológicos, biológicos…, la ciencia tiene una estructura moral profunda, y lo que los amantes de la literatura llamamos “virtudes científicas”, son una forma útil de conectar sus valores epistémicos y éticos. 


Dado que el objetivo de la ciencia es describir verdades sobre el mundo empírico, las virtudes científicas claves son necesariamente la curiosidad y la veracidad (honestidad). Muchas otras virtudes científicas, como la objetividad, fluirán de este centro. Ver la ciencia y el carácter científico de manera ética no es el modo en que muchos están acostumbrados a pensar en la ciencia, como amoral y la objetividad científica como un significado libre de valores. Esta visión común malinterpretada seriamente en su práctica, produce sesgo y nos aleja de los valores. La objetividad es en sí misma un tipo especial de virtud ontológica, epistemológica, una que acentúa un conjunto de valores. Implica imparcialidad que tiene como requisitos demostraciones, evidencias, justificaciones, pero también funciona de una manera estrechamente relacionada con lo que Kurt Beier llamó el punto de vista moral de la humildad científica.


1.6 El científico humanista de excelencia


Una de las características más significativas de los métodos científicos es que sus conclusiones deben entenderse de manera no dogmática, ya que siempre están abiertas a revisión sobre la base de nuevas pruebas. Las conclusiones científicas bien fundamentadas de una época pueden tener que sufrir cambios si posteriormente se encuentran pruebas compensatorias. Uno debe estar preparado para abandonar valientemente incluso sus preciadas creencias si la evidencia va en contra de ellas. Esta característica epistemológica del método científico es una de las razones por las que la humanidad valiente es particularmente importante para los científicos. Mucho habrá que decir sobre las sutilezas de tales virtudes a medida que las examinamos. Recomendamos la humildad intelectual, por ejemplo, no quiere decir que uno deba renunciar a todas las afirmaciones de conocimiento. Esta virtud requiere una mente abierta y un escepticismo cauteloso, pero debido a que surge de una comprensión de la naturaleza de la evidencia científica (es decir, no es una humildad general lo que es importante en la ciencia, sino específicamente la humildad hacia la evidencia, el conocimiento, la justificación) es de un tipo que mira los datos sin forzarlos a ser lo que uno quiere que sean, no debe dar paso al relativismo epistémico o al nihilismo.


Algunas de las virtudes, no solo la curiosidad sino también la atención (ser observador) y el escepticismo, pueden ser idiosincrásicas, o al menos enfatizadas distintivamente, en la ciencia. Otras como la perseverancia, la paciencia o la meticulosidad, que se requieren debido a la naturaleza lenta y deliberada de la investigación científica, no son algo exclusivo de la ciencia, sino que simplemente adquieren un carácter especial en el contexto científico.


En primer lugar, esta no es una lista exhaustiva. ¿Por qué no incluir también el coraje, por ejemplo, como virtud independiente? Más históricamente, cuando es peligroso promover una verdad científica que es contraria a la autoridad religiosa, militar o política, un científico necesita un tipo de coraje, es poco probable como el de Galileo que desafió amenazas de tortura de la inquisición. Para decirlo de otra manera, estos valores científicos no son exhaustivos o exclusivos de la ciencia, sino que tienen una centralidad y un peso especial en la ciencia que es diferente de otras vocaciones culturales sistemáticas. La curiosidad puede ser un rasgo darwiniano útil para un ingeniero o médico, pero es de importancia central y definitoria en la ciencia. Del mismo modo, la creatividad puede ser importante para ciertas tareas científicas, pero no en la forma en que es central en las artes y la literatura. 


Finalmente, estas virtudes no se ofrecen como condiciones necesarias para la ciencia en un sentido deductivo. Sería fácil encontrar científicos que carecieron de estas virtudes y lograron hacer algunos descubrimientos. Si bien hablamos de estos valores en la ciencia como virtudes esenciales, esto no debe tomarse en un sentido aristotélico clásico en el que se considera que las entidades tienen una esencia fija por necesidad. Nuestra visión recupera el concepto de evolución de Darwin, una perspectiva que reconoce la utilidad de los rasgos en su variación en el entorno social. Las virtudes científicas son esenciales para la ciencia en el sentido de una práctica de excelencia, lo que hace más probable que los científicos logren su objetivo de descubrir verdades sobre el mundo natural.


El tiempo es la característica más personal de nuestro yo. Es el hilo conductor de la historia de nuestra vida y las posibilidades de mundos posibles. El tiempo es el corazón de la literatura y el impulso para vivir. Sin embargo, sigue siendo tan misterioso que algunos cuestionan seriamente si realmente existe. Einstein consideró que la percepción del paso del tiempo depende de nuestro estado mental, ya sea que estemos aburridos o emocionados, lo percibimos de manera diferente. Se ha derramado mucha tinta de héroes del pensamiento sobre la cuestión de si la física implica que el tiempo mismo es fundamentalmente una ilusión. El hecho de que el tiempo sugiere que gobierna todos los aspectos de nuestra vida cotidiana es innegable. La sugerencia de que el tiempo puede ser una ilusión es apresurada. Por casualidad, tuve una cita en un café para conversar sobre ciencia, y el esfuerzo de sincronizar eventos en el espacio requiere una determinación precisa mientras viajamos a lo largo de este océano de posibilidades para conocernos, uno en el cosmos y el cosmos en uno. Además, el hecho de que la ciencia tenga una estructura de valores que sienta las bases en un lado de la brecha de Snow para un posible puente. Podemos esperar que se pueda construir un espacio de educación filosófica de la ciencia que evalúe adecuadamente y contribuya a la formación de jóvenes universitarios involucrados en una narrativa que involucre virtudes científicas para el progreso social basado en hechos en lugar de fantasías que los políticos expresan comúnmente.


Resolver los problemas perversos que enfrentamos en el mundo requerirá lo que Snow llamó "tercera cultura". En la medida en que este enfoque basado en la virtud pueda ayudar a los científicos y académicos a comunicarse con la mejor literatura y moverse más fácilmente entre dos culturas, entonces una tercera cultura se convierte en una posibilidad para la excelencia universitaria. Con el reconocimiento explícito de tales valores compartidos, se pueden abrir nuevos caminos no solo para un diálogo respetuoso y fructífero entre las humanidades y la ciencia, sino también para la acción común en nuestra sociedad.


En lugar de crear una literatura curricular llena de santos, podría estar rodeada de las virtudes heredadas de pioneros como Hipócrates, Aristóteles, Kepler, Galileo, Newton, Darwin, Maxwell, Einstein, Penrose... En los centros de excelencia científica se adopta un enfoque algo diferente, evitando las "colecciones polvorientas" en favor de exhibiciones interactivas que buscan ir más allá de las exhibiciones estáticas de los descubrimientos científicos y tratar de modelar sus procesos de descubrimiento. Al cuestionar cuál es el enfoque más efectivo, ambos enfoques tienen un objetivo similar de inspirar a los jóvenes a hacer sus propias preguntas y tal vez comenzar sus propias investigaciones, liberándolos del autoritarismo de los profesores investigadores clásicos que restringen la curiosidad.


La mayoría de los académicos de nueva generación, basados en la justicia epistémica, la literatura y la libertad académica, ven la lectura y la escritura como el vehículo esencial para la curiosidad y la alegría de explorar. Pero algunos críticos podrían decir que aunque la ciencia comienza en la capacidad de asombro, su verdadero objetivo y efecto final es destruir la maravilla del todo. Algunos incluso dicen que la ciencia aplasta el asombro, eliminando brutalmente todo el encanto del mundo que la poesía revela. Diríamos que estos están interpretando erróneamente la mentalidad científica y la virtud de la curiosidad que apasionaba a Darwin. Para aquellos que entienden sus objetivos y métodos, la ciencia no se cierra, sino que proporciona un espacio cada vez mayor para el asombro en conversaciones mediadas por la literatura. La ciencia es la "frontera" sin fin para la curiosidad. Perseguir nuestra curiosidad científica es vivir en la literatura libremente y llevar una vida de exploración, donde cada giro revela nuevas maravillas, donde la investigación puede llevarse a cabo en una oficina de patentes o en casa. Puede conducir desde el brillo en un grano de arena hasta los cielos estrellados mismos. Esto no es una maravilla superficial de la ignorancia, sino una profunda apreciación de la alegría que proviene de ser exploradores: conocer la razón. Es vivir con una conciencia sostenida que nos atrae hacia adelante, más allá de la mera búsqueda de un empleo, estar vivos y listos para seguir con la siguiente pregunta. Una especie de honestidad absoluta con la humildad intelectual.


¿Qué se necesita para que la ciencia descubra las estructuras ocultas del mundo natural? ¿Por qué medios podemos tener esperanza de descubrir verdades empíricas? El conocimiento científico requiere que las preguntas se hagan y respondan de una manera particular. Los métodos técnicos especializados de la ciencia (observación, experimentación, recopilación de datos, descripción, explicación, demostración, fundamentación, cálculo, modelado, entre otros métodos), son la parte más visible del estudio de la práctica científica. No todos los componentes son tan fáciles de ver. Algunos aspectos críticos del proceso de la ciencia están ocultos en lo profundo de su cultura. La ciencia es más que métodos, es un uso correcto de racionalidad. Los métodos son entrenados en las mentes de los científicos, pero, ¿qué reúne todo esto en la cultura d ella ciencia y hace que funcione? Lo mismo que hace que funcione, define y une la cultura: los valores. Los valores son los tendones que mantiene unidos a la carne y los huesos de una cultura y le confieren integridad. Las normas culturales implican prácticas intelectuales abiertas, formas simbólicas en sus literaturas, pero están unidas por los valores subyacentes. De hecho, esta unificación del ser y la práctica a través de una estructura de valores, nosotros la expresamos, el significado mismo de la integridad. 


Para dar un ejemplo de cómo funciona esto, considere lo que es ser culturalmente universitario. Hay muchas características diversas y distintas de la cultura universitaria. Pero tres valores sobresalen en la literatura de los filósofos que la estudian: universitas (la conversación crítica de las ideas y su efecto literario); la investigación en libertad de conciencia y la igualdad dada por la libertad académica. La mayoría define sustantivamente esto como su propósito educativo; la generación del conocimiento y una comunidad con una tradición ilustrada en su libertad intelectual. Los valores de libertad de conciencia, académica (justicia epistemológica) y de exploración científica-artística; se entretejen con el de una comunidad libre para disertar las ideas entre profesores-estudiantes-literatura. Con los ojos vendados podemos ver que son estos valores lo garantizan la integridad de una universidad. 


Esto es diferente de la forma habitual de pensar sobre las normas que se toman solo como un instrumento de lógica rectora, en un sentido descriptivo operativo. Nos interesa la estructura normativa, es decir, los valores e identidades éticos que los miembros de una comunidad cultural o vocacional consideran que vale la pena esforzarse por lograr. Los ideales, son las formas en que nos interesa ser conscientes del orden ético de sus valores aspiracionales. El idealista es un líder, que tiene la juventud optimista y se niega a desanimarse por la brecha entre lo real y lo ético ideal. Tal vez el realista se encuentra en el medio, reconociendo que los ideales nunca son alcanzables en forma perfecta, pero son importantes como principios de identidad y progreso ético que regulan nuestras acciones y direcciones de decisión, llevándonos a una vida floreciente en la excelencia en lugar de alejarnos hacia la mediocridad.


En nuestro caso, debemos descubrir cuáles son los valores fundamentales de la ciencia y evaluar qué tan bien encajan entre sí y con los métodos que están destinados a ayudar a alcanzarlos. 



Referencias



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