Pensamiento Filosófico y Humanidades I: El ejercicio de filosofar y la perspectiva humanista
Unidad Cinco: Unidad Cinco: La discusión filosófica y la perspectiva del diálogo en libertad de conciencia. Proceso de discusión científica a de las ideas.
5.0 Diálogo
El diálogo académico requiere libertad y compasión para ponerse en los términos del interlocutor y así prosperar. Se ha convertido en sabiduría convencional pensar que estas dos prioridades están en tensión, especialmente en los desacuerdos entre profesores y estudiantes preocupados por preservar la libre investigación de las ideas. En nuestra experiencia, las conversaciones se vuelven más profundas, significativas, rigurosas y productivas cuando las personas comprenden que hablar y escuchar a través de las diferencias es una habilidad central, tan esencial como escribir ideas, investigar teorías o mantener un sólido conjunto de justificaciones. La discusión, entendida como un diálogo, puede enseñarse y practicarse en un entorno donde los participantes disfruten de libertad, asuman la responsabilidad personal y la rendición de cuentas, acepten la posibilidad de estar equivocados y se comprometan a volver a intentarlo al día siguiente, allí donde hoy nos hayamos quedado cortos.
“El antiguo problema de el uno y los muchos, Sospecho que en pocos de ustedes este problema ha ocasionado noches de insomnio… Yo mismo he llegado, meditándolo durante mucho tiempo, a considerar el más central de todos los problemas filosóficos, central porque están preñado”. William James, en Pragmatismo[1].
Un atributo notable de la especie que los biólogos llaman Homo sapiens es que sus miembros se han preguntado muy a menudo por la naturaleza de su propia sapientia: el conocimiento o la sabiduría por la que reciben su nombre. Derivan de FOXP2 y de su dinámica genómica ciertas disposiciones innatas que posibilitan habilidades para conocer matemáticamente lo real. Procesan lo numérico, las propiedades del espacio, categorizan lo que existe, reconocen causa y efecto, y elaboran lo real mediante operadores lógicos[2].
Hoy en día, las formas matemáticas de conocimiento (computación, inteligencia artificial, aprendizaje automático…) tocan muchos más aspectos del mundo que en el siglo XX o, de hecho, en cualquier período anterior de la historia. Las divisiones entre tipos de conocimiento —como las que existen entre las humanidades y las ciencias naturales, las “dos culturas” a las que se refiere C. P. Snow— son más profundas que nunca. Sin embargo, a diferencia de nuestros predecesores, pocas personas hoy en día sienten pánico ante la complejidad de sus explicaciones, predicciones, justificaciones, demostraciones, cálculos y modelos, los cuales estamos llamados a conocer y resultan esenciales para sobrevivir al siglo XXI. No hablamos de un apocalipsis, sino de un nuevo orden filosófico. ¿Por qué las afirmaciones numéricas, algebraicas, geométricas, probabilísticas y lógicas han surgido con tanta fuerza en este conflicto entre diversos tipos de conocimiento? Lo cierto es que una comprensión profunda de ellas nos sitúa con los pies en la física, la economía, la informática, y en los mejores hábitos de pensamiento afinados durante milenios. Todo ello ha convertido nuestra época en la piedra angular de las afirmaciones humanas de conocimiento y certeza.
La filosofía es aprender humanamente estas divisiones y conflictos entre los modos de conocer, los tipos de conocimiento; es unir los fragmentos de nuestra humanidad para responder preguntas en lo más básico de lo que queremos hacer y de los objetos que queremos conocer, siendo lo más fieles posible a nuestro propio ser humano. Estudiar filosofía es exhortarnos a asumir la responsabilidad de nuestra historia, del conocimiento que hemos producido y de los múltiples aspectos del mundo y de la humanidad que ignoramos o ponemos en peligro. Hacer filosofía es intentar convencernos de que la forma en que los humanos pensamos sobre nuestro conocimiento tiene profundas consecuencias para la manera en que vivimos nuestras vidas, y que debemos ser más conscientes de lo primero si deseamos transformar lo segundo.
5.1 Libre albedrío
La cuestión de si los seres humanos tienen libre albedrío ha sido tratada por filósofos y teólogos durante milenios sin ninguna conclusión clara o incluso sin ninguna articulación consensuada de la cuestión. Por lo general los científicos se han relajado de ella para centrarse en problemas más manejables, pero los avances y descubrimientos recientes, en neurociencia en particular, están cambiando eso. Estamos aprendiendo cada vez más detalles de cómo los patrones de actividad cerebral controlan el comportamiento, cómo los animales, incluidos los humanos, toman decisiones y cómo los circuitos neuronales acumulan evidencia, sopesan alternativas, señalan el valor, la prominencia y la confianza, e instigan acciones. Pero a medida que se va revelando esa maquinaria de toma de decisiones, parece cada vez más difícil escapar a la paradójica conclusión de que en realidad no somos más que máquinas complejas. Está claro que se están tomando decisiones, pero ¿dónde encajamos “nosotros” en el paranormal?
De hecho está de moda entre los neurocientíficos declarar: “el libre albedrío es una ilusión”. No solo no lo tenemos, sino que tampoco hay forma de que podríamos. Podemos ver la máquina en marcha; podemos entrar allí y modificar en animales para impulsar decisiones y acciones. ¿Qué espacio deja esto para la idea de mente? Parece que no hay necesidad ni espacio para la causalidad mental de ningún tipo. ¿A quién le importa lo que significan los patrones neuronales cuando los iones van a fluir donde van a fluir?
Filósofo como Daniel Dennett defienden la opinión contraria de que los organismos, de hecho, hacen cosas por razones, que se instancian en las configuraciones de sus circuitos neuronales o bioquímicos. Sin embargo, Dennettt sostiene que el determinismo sigue siendo válido, que no existe una elección real, que no podría, en un momento dado, “haber hecho de otra manera”. Esta visión compatibilista del libre albedrío está muy extendida entre filósofos y científicos, pero no puede explicar cómo el libre albedrío o, de hecho, cualquier forma de agencia real puede existir en un universo determinista. En cambio, los compatibilistas argumentan que, incluso aunque los humanos en realidad no tienen otra opción, podemos tratar a las personas como si lo hicieran porque lo que sucede en sus cerebros es tan complicado que es complentamente impredecible en la práctica. Podemos montar una simulación suficientemente buena del libre albedrío para formar la base de nuestro sistema de responsabilidad moral, incluso si es fundamentalmente ilusorio.
No creemos que ni la posición estrictamente determinista ni la compatibilidad sean satisfactorias. Ambas dicen que el libre albedrío es una ilusión hasta cierto punto. A nivel aún más profundo, físicos como Brian Green y Stephen Hawking afirman que el funcionamiento de nuestros cerebros está tan determinado como las órbitas de los planetas. Las leyes físicas dictan las interacciones de todas las partículas en nuestro cerebro, como en cualquier otra pieza de materia. Incluso si existe una aleatoriedad real, es simplemente una causa física más (aunque sin causa) que se desarrolla en el sistema. Tal punto de vista es la máxima expresión del reduccionismo, la filosofía que ha dominado tácitamente la biología durante siglos.
La implicación del reduccionismo es que la biología no es realmente una ciencia en sí misma, sino que es solo química compleja, y la química es solo física compleja y la psicología es solo neurociencia compleja. La causalidad solo fluye hacia arriba, a partir de las interacciones en los niveles más bajos del sistema. Si seguimos cavando más y más profundo, revelaremos el verdadero funcionamiento de la vida, de hecho, no solo explicaremos la vida, sino que la sintetizaremos. Mostrando que los seres vivos difieren de los no vivos solo en que son más complejos.
Para nosotros esta idea no es errónea, sino que está equivocada. Un enfoque puramente reduccionista y mecanicista de la vida pierde completamente el punto. Al contrario, las leyes básicas de la física que se ocupan solo de la energía, la mataría y las fuerzas fundamentales no pueden explicar qué es la vida o su propiedad definitoria; los organismos vivos hacen cosas, por razones, como agentes casuales por derecho propio. No están impulsados por la energía, sino por la información. Y el significado de esta información está “causando” en la estructura del propio sistema, a partir de su historia. En resumen, hay tipos fundamentalmente distintos de casualidad en juego en los organismo vivos en virtud de su organización.
¿Por qué un ser vivo llega a tener esta capacidad de elegir, de controlar autónomamente su propio comportamiento, de actuar como causas en el mundo?. La clave de este esfuerzo, en nuestra opinión, es tomar una perspectiva evolutiva de las formas de agencia de conocimiento. Si queremos comprender cómo la elección y el libre albedrío existe en un universo físico, veamos los detalles de cómo llegaron a existir realmente. Nos exige rastrear cómo la agencia, desde el origen de la vida misma, pasando por la invención de los sistemas nerviosos, la posterior elaboración de sistemas de toma de decisiones y selección de acciones, y la eventual aparición del tipo de control cognitivo consciente en los humanos al que nos referimos como “libre albedrío”. Sería un objetivo mostrar que, al pensar en estas cuestiones, no estamos limitados ni a un determinismo físico simplista, en el que todas las cosas se sitúan a nivel de átomos, moléculas o campos cuánticos, ni a una especie de dualismo mágico, en el que tenemos que invocar fuerzas inmateriales para rescatar nuestra propia agencia.
Nosotros en un marco conceptual, consideramos que tiene como objetivo hacer de la agencia el fundamento de los conceptos de propósito, significado y valor, que de otro modo serían vagos o incluso místicos. La verdad es que, lejos de ser poco científicos, esto conceptos son cruciales para entender qué es la vida, cómo puede existir una verdadera agencia y qué tipo de libertades o limitaciones tenemos realmente como seres humanos.
El encuadre de este manuscrito tiene implicaciones importantes para formar en que prensamos sobre quiénes somos como seres humanos, cómo entendemos nuestros propios procesos de toma de decisiones y cómo reconocemos las muchas formas en que nuestra agencia individual puede ser mejorada o infringida. También es relevante para cuestiones más fundamentales de la biología: lo que significa ser un organismo vivo, esforzarse por persistir en un universo hostil; cómo se estructura la cognición para apoyar el comportamiento adaptativo; y cómo el conocimiento causal otorga poder causal para actuar en el mundo. En resumen, lo que es albedrío es la historia de la vida misma.
¿Somos los autores de nuestra propia historia? ¿O es nuestra aparente libertad de elección realmente una ilusión? Estas preguntas nos llevan a mirar con otros ojos el comportamiento humano. Tenemos albedrío: tomamos nuestras propias decisiones y estamos a cargo de nuestras propias acciones.
Al menos eso parece. Ciertamente se siente como si tuviéramos “libre albedrío”, como si tomáramos decisiones, como si tuviéramos el control de nuestras acciones. Eso es más o menos lo que hacemos todo el día: ir por ahí tomando decisiones sobre qué hacer. Algunos son triviales, como qué desayunar; algunos son más significativos, como qué decir o hacer en situaciones sociales o profesionales, y algunos son trascendentales, como aceptar una oferta de trabajo o una propuesta de matrimonio. Algunos los deliberamos conscientemente y otros los realizamos en piloto automático, pero aún así los realizamos. Por supuesto, nuestras opciones puede estar más o menos limitadas (o informadas) por todo tipo de factores en un momento dado, pero generalmente nos sentimos autores de nuestras propias acciones.
Solemos interpretar el comportamiento de otras personas en términos de sus razones para seleccionar diferentes acciones: sus intenciones, creencias y deseos que conforman el contenido de sus estados mentales. Analizamos constantemente los motivos, los hábitos y el carácter de los demás, buscando explicaciones y predictores de su comportamiento y de las decisiones que toman. Por qué la gente actúa de la manera en que lo hace, en última instancia, el tema de la mayoría de los pensadores, desde Dostoievski hasta George Orwell. Todo esto se basa en la visión que somos actores. Las cosas no solo nos suceden a nosotros, de la misma manera que les suceden a las rocas o los electrones: hacemos cosas.
El problema es que, si piensas en este punto de vista demasiado tiempo, suele ser difícil escapar de un pensamiento desconcertante. Después de todo, nuestras decisiones, por complejas que sean, están mediadas por el flujo de iones eléctricos a través de los circuitos de nuestros cerebros y, por lo tanto, están limitadas por nuestra propia “programación”, por cómo están configurados nuestros circuitos. A menos que invoques un alma inmaterial o alguna otra sustancia o fuerza etérea que esté realmente en el mundo —llámese espíritu o simplemente mente, si lo prefiere— no puede escapar al hecho de que nuestra conciencia y nuestro comportamiento emerge del funcionamiento puramente físico del cerebro.
No hay escasez de evidencia de esto por nuestra propia experiencia. Si alguna vez has estado borracho, por ejemplo, o incluso un poco, has experimentado cómo altera el funcionamiento físico de tu cerebro, altera tus elecciones y la forma en que te comportas. Hay toda una industria de drogas recreativas, desde la cafeína hasta la cannabis, que la gente toma debido a la forma en que la modificación física de la maquinaria del cerebro de varias maneras los hace sentir y actuar. La consecuencia final en algunos caso es la adicción, quizás el ejemplo más claro de cómo nuestras acciones a veces pueden estar fuera de nuestro control.
Y, por su puesto, si la maquinaria de su cerebro se daña físicamente, como ocurre con las lesiones en la cabeza, los accidentes cerebrovasculares, los tumores, trastornos neurodegenerativos, depresión…, entonces su capacidad para elegir sus acciones también pueden verse afectada. En algunas situaciones, la integridad de su propio ser puede verse comprometida.
Nuestra programación puede ser lo suficientemente compleja y sutil como para que parezca que realmente estamos tomando decisiones y eligiendo nuestras propias acciones, pero tal vez solo nos estamos engañando a nosotros mismos. Tal vez nosotros no somos más que la manifestación del código genético y neuronas, implementados en hardware biológico y no informático. Tal vez seamos víctimas de una broma cruel.
Todos venimos programados con un conjunto de predisposiciones psicológicas innatas. En el nivel más básico, todos compartimos el perfil de la naturaleza humana. La evolución ha moldeado el comportamiento de nuestra especie tanto como el de cualquiera otra. La naturaleza humana está codificada en nuestro ADN en programa genético que especifica la construcción y el cableado de nuestros cerebros humanos.
Sin embargo, los detalles de ese programa genético varían inevitablemente entre los individuos. Utilizamos la palabra “inevitablemente” porque no hay forma de que esta variación no pueda existir. Cada vez que se copia ADN en una célula, incluso cuando se producen espermatozoides o óvulos, surge un pequeño número de errores de copia o mutaciones. Por lo tanto, nuevas variaciones en la secuencia de ADN entran en el acervo genético en cada generación, y si toleran sus efectos, pueden propagarse a través de la población a lo largo del tiempo, lo que lleva a la acumulación de variación genética que observamos a las diferencias en los rasgos físicos de las personas, como su altura o la forma de sus rostros o diversos aspectos de su fisiología. Esta variación ocurre de la misma manera en la estructura física de sus cerebros y en la forma en que funcionan. El hecho de que todos estos rasgos se vean afectados por la variación genética explica por qué las personas que están relacionadas entre sí se parecen más entre sí que las personas no relacionadas, tanto física con psicológicamente. Por lo tanto, aunque el genoma humano “canónico” (que en realidad no existe en ninguna parte) codifica un programa para construir un cerebro humano canónico, su genoma particular codifica un programa para construir un cerebro como el suyo.
Pero no exactamente como el tuyo.
¿Qué ve un pensador cuando mira la ciencia? Tres imágenes comunes: 1) ciencia = teoría + experimentos; 2) en realidad, todo es física; 3) la ciencia es determinista, es decir, lo que sucede después se sigue inexorablemente de todo lo que sucedió antes.
Se ven indicios de la primera perspectiva en todas partes: desde informes sobre nuevos y emocionantes resultados científicos, hasta los textos académicos y las deliberaciones de los organismos de financiación. La segunda idea es ampliamente aceptada entre los filósofos y por muchos científicos, aunque no parece ser un pilar tan importante de la imagen popular de la ciencia. Creemos que, con la excepción de las preocupaciones sobre cómo encaja la teoría cuántica, la tercera idea es central para la imagen popular: da lugar a enigmas familiares sobre la posibilidad del libre albedrío: ¿son los criminales o incluso los santos realmente responsables de sus acciones? ¿La teoría final del todo nos permitirá predecir el futuro con certeza? Pero, como explicaré, es difícil ver por qué la tercera es mejor que la segunda, que generalmente se toma como fundamento lógico de la tercera.
El martes 27 de abril de 2021, The Guardian publicó un artículo titulado “El universo mecánico”, que trataba sobre la ciencia y el libre albedrío. The Guardian señala que “un creciente coro de científicos y filósofos argumenta que el libre albedrío es una ilusión”. El artículo recurre a uno de los escépticos más fervientes del libre albedrío, el biólogo evolutivo Jerry Coyne, para exponer crudamente la razón de por qué “el libre albedrío está descartado, simple y decisivamente, por las leyes de la física[3]”.
Esta sombría visión de la naturaleza y de nuestro lugar en ella es un paralelo exacto de una imagen de la ciencia que está profundamente incrustada en el pensamiento filosófico y que subyace a la oscura percepción de la naturaleza, donde todas las ciencias usan los mismos ladrillos que la física y cada uno de ellos pertenece a la física. La física es la reina de las ciencias. Si comprendes lo que hace la física y cómo lo hace, entonces no solo entiendes historias tan grandiosas como el movimiento de los planetas y la curvatura del espacio-tiempo, sino que también comprendes la química, la biología, la psicología y la medicina, al menos lo haríamos si fuéramos lo suficientemente inteligentes para resolverlo. Esta es una imagen favorecida tanto en la filosofía como en las ciencias. Por ejemplo, el gran experimentador, a menudo llamado “el padre de la física nuclear”, Ernest Rutherford, tiene la famosa frase: “toda la ciencia es física o colección de sellos”. El historiador y filósofo de la ciencia Hasok Chang, a quien verán desafiando la reducción de la física a la química, también cita a Rutherford, añadiendo: “puede considerarse un castigo apropiado que se le diera el Premio Nobel de Química en 1908”. Chang distingue valores en la ciencia y defiende un pluralismo epistemológico basado en actividades científicas[4].
La idea de que todo se construye a partir de los bloques de construcción de la física a menudo se vende bajo la etiqueta de la unidad de la ciencia: “La noción de unidad de la ciencia está regularmente ligada a la noción de reducción. Según esta línea de pensamiento, la unidad de la ciencia solo significa que la física fundamental es la base de todo lo demás; las otras ciencias son, de alguna manera, derivadas[5]”.
Lo que suceda a continuación se deduce inexorablemente de lo que ha sucedido antes, o al menos eso se supone. La física lo gobierna todo y sus leyes son deterministas: para una entrada dada, se permite una y solo una salida bajo sus leyes. Las entradas describen lo que ha sucedido en el pasado, así que solo un futuro está permitido si en realidad todo es física; esto incluye todo: todos los acontecimientos que ocurren en la naturaleza. Las propiedades químicas, las formas en que las proteínas se pliegan, el aspecto de las cosas, incluso los estados psicológicos: su futuro está fijado, ya que, en última instancia, se rigen por las leyes de la física. Por lo tanto, vivimos en un mundo totalmente gobernado por leyes, donde las cosas suceden mecánicamente e incluso de manera predecible si tan solo llegamos a conocer cuáles son esas leyes. Así es como funciona el mundo. Así es como aquellos filósofos y científicos discutidos en The Guardian llegan a la conclusión de que, aunque podamos sentir fuertemente lo contrario, el libre albedrío es una ilusión.
Probablemente ya conozcas que el determinismo en la física no es del todo correcto. Después de todo, existe la desintegración radiactiva. Si un átomo radiactivo se desintegra o no en la próxima hora es incierto: puede desintegrarse o no. Aunque no está fijado por el pasado, se supone que la probabilidad de que se desintegre está completamente determinada por estados previos. Ni nosotros, ni nada más, podemos influir en lo que hará. Lo que va a pasar, va a pasar, quiérase o no. Eso puede proporcionar el consuelo de la certeza, pero es a costa de la impotencia. Ni hablar del efecto túnel y del entrelazamiento cuántico, que ponen a temblar la idea clásica de causa y efecto.
5.2 Discusión
Sería difícil exagerar la importancia del papel que la racionalidad en los consensos (argumentación) que ha desempeñado en la historia de la humanidad. Los argumentos se utilizan para determinar quién gobernará un país y cómo se gobernará. Se utiliza para decidir sobre la culpabilidad o inocencia de las personas acusadas de conducta delictiva. Los pensadores la utilizan para justificar o desafiar las visiones del mundo. Los académicos la utilizan para entrenar las formas de pensamiento en sus estudiantes.
En el lenguaje cotidiano, la discusión a menudo connota una disputa verbal, y es probable que discutir con éxito se equipare con sacar lo mejor de nosotros en tales interacciones. Las disputas requieren la habilidad en la construcción de casos, lo que a veces significa reunir evidencia que favorece una posición en particular mientras se ignora, descarta o impugna la evidencia que se opone a ella. Una connotación más idealista del término sería un apoyo imparcialmente razonado de una conclusión; desde esta perspectiva, razonar bien argumentativamente significa juzgar la evidencia por sus méritos y llegar a conclusiones que el uso inferencial imparcial de la evidencia respalda. Ambas connotaciones son de interés para el arte de persuadir.
Con el término “argumento” nos referimos a un conjunto de oraciones (sentencias) declarativas en lenguaje natural, una de las cuales es la conclusión, el resto de las cuales son las premisas. Los argumentos, desde este punto de vista, son productos, artefactos, colecciones de texto proposicional. La palabra "conclusión" se puede usar de manera más técnica. El enfoque aquí es considerar un argumento como colecciones de portadores de verdad, algunas de las cuales se ofrecen como razones para uno de ellos, la conclusión.
Discutir describe un proceso; es una transacción continua de presentar afirmaciones y expresar lo que quieren decir con ellas en el avance de afirmaciones que compiten entre sí con el apoyo apropiado, con la crítica mutua de ellas y la concesión de adhesión a una. Cualquier afirmación lo es en la medida en que es capaz de ser respaldada por otras afirmaciones. Cualquier acto de conversación es potencialmente discutible; toda interacción humana puede ser estudiada desde una perspectiva de argumentación como una forma de progreso ético franco.
A veces se da una definición en términos de funciones; los argumentos sirven para encontrar un cumplimiento racional de afirmaciones discutibles de validez y, como tales, sirven para dominar crisis o situaciones en las que los requisitos o condiciones para una posible comprensión sobre algo en el mundo se han vuelto problemáticos. Una conversación ofrece argumentos si encuentra desacuerdos, si tiene alguna razón para esperar un desacuerdo; cuando se ofrecen argumentos, por lo general se limitan a lo que se necesita para satisfacer los desacuerdos expresados o esperados. Conversar tiene como propósito adoptar a las demandas de una función particular: la gestión de consensos en el desacuerdo. Puede haber un argumento donde no hay implicación: puedo argumentar que P o Q cuando P no implica, de hecho, Q. Argumento no es igual a sinónimo de argumento válido.
Podemos distinguir tres significados de la palabra "argumento" tal como se encuentran en la literatura científica: el argumento como una razón, el argumento como una secuencia estructurada de razones y afirmaciones, y el argumento como un intercambio social de ideas. Se distingue un conjunto de razones aducidas para respaldar una reclamación o una disputa. Podemos entablar una discusión con uno mismo sobre las aceptaciones de algún punto de vista (indagaciones), así como las discusiones que implican desacuerdos entre dos o más personas (disputas).
5.2.1 Ignorar las señales de la razón en la discusión pública
¿Es posible tratar una crisis criminal (patología social) como crisis de educación racional de las personas? Esta pregunta nos invita no solo a cambiar, sino también a reconocer que hemos dejado de interceptar las alertas de la ciencia sobre los acontecimientos que nos rodean. Esto es especialmente evidente para el caso de la violencia criminal, no se escucha a la ciencia. ¿Por qué no podemos escuchar a la ciencia cuando nos advierte sobre el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, pandemias, injusticia epistemológica? Esta incapacidad esta ligada a nuestra indiferencia hacia las advertencias de la ciencia, esas señales del futuro que hemos dejado de considerar. Las crisis nos exigen una posición comprometida, una implicación existencial con nuestro futuro.
El objetivo de escribir aquí, es esbozar una filosofía que salga las calles a encontrarse con las personas, un retorno al orden del realismo en la filosofía escrita, para también atener el problema que ha impedido tomar en serio las advertencias de la ciencia. Con demasiada frecuencia las advertencias de la ciencia son descartadas como inútiles o insignificantes, cuando en realidad son vitales para comprender nuestra situación ética. Aunque los filósofos no pueden resolver las emergencias en curso —la filosofía nunca estuvo destinada a resolver nada—, sí podemos interpretar sus signos. Un signo, como señala Umberto Eco, nos solo algo que representa otra casa, también es algo que puede y debe interpretarse.
Las advertencias de la ciencia —no deben confundirse con predicciones— no están destinadas a convencer a nadie, sino a invitados a replantearnos nuestras prioridades para el futuro. A diferencia de las filosofías recientes sobre emergencia ambiental, la emergencia ontológica dentro de la cual existen estos problemas, las advertencias nos permiten pensar de forma trascendental sin perder de vista asuntos reales de la política, la sociedad, las tecnologías urgentes y las mentes que podrían hacer la diferencia para resolver los problemas más apremiantes. Las advertencias científicas, la diferencia radical en el significado que han adquirido ahora, como diría Richard Rorty, una vez tuvimos profetas que nos decían asesta atentos a las advertencias de los dioses, pero secularizamos ese oficio en los científicos, poetas, filósofos, economistas, que, como uno entre iguales, nos aconsejan usar la imaginación, interpretar las señales, datos, informaciones, porque eso es todo lo que recibimos. La pandemia de mostró lo poco que estábamos preparados para responder una educación en línea para la emergencia global, incluso una cuya llegada había sido anunciada durante décadas por científicos y teóricos de las mutaciones virales. Pero, ¿por qué no lo hemos podido tomar en serio las advertencias de nuestras más conductas de vida, como podemos empezar a abordarlas adecuadamente en el presente?
La propia filosofía es una advertencia. Aborda problemas desde una perspectiva global y también nos advierte de enfoques que intentar convencer sobre dogmas, el fin de la historia de las ideas, lo que frena el progreso ético. La palabra ser, como dijo Heidegger, nos sirve como advertencia, una advertencia de que la realidad non está hecha únicamente de seres y que su verdad no es exclusivamente lo que puede medirse o verificarse. Este es también el significado detrás de la tesis de Michel Foucault (nuestra sociedad no es de espectáculo, sino de vigilancia), Judith Butler (el género es performativo), y Donna Haraway (la tecnología no es neutral). Estos filósofos nos invitan a pensar más allá de los paradigmas tradicionales de política, naturaleza y ciencia, pero también nos advierten de lo que podría ocurrir si no lo hacemos o no podemos. No debería sorprender que las advertencias puedan rastrearse hasta la mitología griega, el confucianismo y la Apología de Platón.
La advertencia moderna de la filosofía….
Hace más de un siglo, Nietzsche nos advirtió que “el alcance y la construcción de torres de las ciencias ha crecido hasta ser enormes, y con ello también la probabilidad de que el filósofo se canse mientras aún aprende, o se deje atrapar en algún punto para convertirse en un ‘especialista’; de modo que nunca alcanza su nivel adecuado, la altura para una mirada exhaustiva, para mirar alrededor, para mirar hacia abajo[6]”. Frente a Gaston Bachelard, quien acuñó el término “complejo de Casandra” para referirse a la idea de que los acontecimientos podían conocerse de antemano[7]; Theodor Adorno advirtió que cualquier afirmación de saber el futuro debía evitarse[8], como Hegel ya había previsto. Ante los peligros de reificar y objetivar los modelos matemáticos que operan en el corazón de nuestras teorías físicas, Edmund Husserl señaló que deberíamos frenar la “tormenta del progreso[9]”, y Herbert Marcuse subrayó los efectos deshumanizadores de la sociedad de masas, el consumismo y la tecnología, mientras se acumulaban desastre tras desastre[10]. Las advertencias que, a pesar de provenir de épocas distintas, convergen en una misma preocupación: el riesgo de que el pensamiento humano se quede atrapado en sus propios artificios. Desde la especialización excesiva hasta la ilusión de prever el futuro, desde la matematización del mundo hasta la tecnificación de la vida, todos los autores mencionados parecen señalar un punto ciego del progreso: la tentación de confundir nuestros modelos con la realidad, nuestra seguridad con conocimiento, nuestro avance técnico con madurez espiritual.
Después de que Frantz Fanon advirtiera que el colonialismo infecta la historia, hiriendo tanto a los colonizados como a los colonizadores[11], y después de que Edward Said nos dijera que desconfiáramos de los “falsos universales[12]”, Zygmunt Bauman recordó que cada vez que el sueño modernista abraza el poder, “sigue el genocidio[13]”. Probablemente por eso Alain Badiou advirtió sobre el peligro totalitario de imponer una verdad en una situación que ignora lo sin nombre, aquello que resiste ser absorbido por un procedimiento de verdad[14]. Este es el espíritu que llevó a Manfred Stanley, en los años setenta, a advertir contra el auge del “tecnicismo” en la interpretación de las acciones y motivaciones humanas[15] y, en 1974, a Françoise d’Eaubonne a acuñar el término “ecofeminismo” para alertarnos de que la humanidad no sobrevivirá a las consecuencias ecológicas del patriarcado, ya que la sobrepoblación y la destrucción de recursos inevitablemente crearán una condición insostenible[16]. Esta condición —como explicó el filósofo Kyle Whyte— pesa especialmente sobre las comunidades indígenas, que son más vulnerables al cambio climático debido al colonialismo. “Puede que sea demasiado tarde —advirtió— para abogar por justicia medioambiental para algunos pueblos indígenas y otros grupos, en términos de evitar un cambio climático peligroso[17]”. Cuando le preguntaron a Michel Foucault si “el papel de la filosofía es advertir sobre los peligros del poder”, su respuesta fue directa: “Esta siempre ha sido una función importante de la filosofía. En su aspecto crítico —y digo crítico en un sentido amplio— la filosofía es aquella que pone en duda la dominación en todos los niveles y en todas las formas en que existe, ya sea política, económica, sexual, institucional o lo que sea[18]”.
Este llamado es evidente en John Dewey, quien advirtió de las consecuencias políticas de financiar una educación vocacional limitada “para los pocos económicamente capaces de disfrutarla, y que ofrecería a las masas una formación técnica restringida, destinada a vocaciones especializadas y llevada a cabo bajo el control de otros[19]”. También aparece en el trabajo de sociólogos y economistas como Max Weber y Thomas Piketty. Weber advirtió que los logros sobresalientes de la libertad contractual crean oportunidades para explotar la propiedad como medio para “alcanzar el poder sobre los demás[20]”; y Piketty sostiene que “la economía de mercado…, si se le deja a su aire…, contiene poderosas fuerzas de divergencia, que pueden amenazar a las sociedades democráticas y a los valores de justicia social en los que se basan[21]”. Más recientemente, el filósofo Justin E. H[22]. advirtió que demasiada gente ignora el hecho de que Internet “es esencialmente un videojuego privado de puntuación de influencía”, aunque lo traten como si fuera un espacio público. Esto ha llevado a una situación absurda para los actores de buena fe y a una oportunidad deliciosa para los de mala fe. Por ejemplo, la bioseguridad puede servir al poder abrumador de los gobiernos mediante una nueva forma de tiranía, llamada despotismo tecnológico: ante la amenaza para la salud, las personas aceptan limitar su libertad de maneras que nunca habrían considerado soportar.
Estos ejemplos de obras filosóficas —Nietzsche, Heidegger, Simone de Beauvoir y Arendt— no solo revelan que la filosofía puede ser una advertencia, sino también una ilustración de la diferencia entre advertencia y predicción. Las predicciones anuncian lo que ocurrirá independientemente de nuestras acciones: un futuro como única continuación posible del presente. Las advertencias, en cambio, apuntan a lo que está por venir y están destinadas a involucrarnos en la posibilidad de una ruptura radical, una discontinuidad con el presente señalada por signos alarmantes que se nos pide afrontar.
Mientras las predicciones pertenecen al ámbito de la futurología, las advertencias son hermenéuticas; es decir, se esfuerzan por cambiar el futuro reinterpretando el pasado. Las advertencias se sostienen en señales que piden nuestra participación en un futuro diferente. Una advertencia, como Jane Anna Gordon señala, sugiere “que hay algo que se podría hacer”, es decir, que siempre hay una alternativa al presente.
El problema no es solo si aceptamos la implicación que nos exigen las advertencias, sino también si estamos dispuestos a enfrentarlas en absoluto. Nuestra incapacidad para aceptar esta implicación fue especialmente evidente con la pandemia de COVID-19. Si las emergencias surgen cuando se ignoran las advertencias, entonces es necesario dar un paso atrás y cuestionar la jerarquía de la emergencia en un momento en que crisis tras crisis desestabilizan el control del poder para hacer cambios en el mundo.
Nuestra mayor emergencia se ha convertido en la ausencia de emergencia. Simplemente sugiere que las peores emergencias son aquellas que no afrontamos: las crisis reprimidas que llevaron a la pandemia, pero también las respuestas de los gobiernos y las empresas dominantes a nivel global, y el volumen de advertencias vitales que seguimos ignorando en términos de cambio climático, justicia epistemológica y guerras que se avecinan. ¿Pero por qué no escuchamos? ¿Cómo podemos evitar que las advertencias que ignoramos se conviertan en emergencias que debemos afrontar de forma abrupta?
La respuesta a esta pregunta no reside solo en la incapacidad de los gobiernos para hacer frente a esas emergencias, sino sobre todo en nuestra incapacidad para atender a estas ausencias de emergencia. En este punto queda claro que otro término para “emergencia ausente” es “advertencia”.
La indiferencia contemporánea hacia las advertencias tiene su raíz en el continuo retorno global al orden a través del realismo en el siglo XXI. Este progreso no es solo político —como demuestran las diversas fuerzas populistas, de derecha o de izquierda, que han tomado el poder en todo el mundo—, sino también cultural, como evidencia el retorno de algunos intelectuales al realismo cartesiano eurocéntrico. La idea de que aún podemos reclamar acceso a la verdad sin depender de la interpretación presupone que el conocimiento de hechos objetivos es suficiente para guiar nuestras vidas.
Dentro de este realismo transparente, las advertencias se descartan como infundadas, contingentes y subjetivas, aunque filósofos e historiadores de la ciencia como Bruno Latour y Naomi Oreskes siguen recordándonos que ningún conocimiento atestiguado puede sostenerse por sí solo, porque solo el carácter social del conocimiento científico lo hace fiable[23]. Lo que el realismo ofrece como modalidad, como señala Amanda Boetzkes, es una esfera de experiencia sin autoridad[24], es decir, el realismo transmite una sensación de algo que no puede ser absorbido por el pensamiento disciplinado, ni siquiera en la filosofía. Es una mediación de lo que no está mediado en la realidad. El realismo sin autoridad sugiere la posibilidad de que exista un juego alternativo de los sentidos con la realidad, distinto del que ponen en práctica tanto el método científico como el político. Recupera una versión quizá utópica del sensus communis de Kant, en la medida en que busca recurrir a la deliberación colectiva sobre la interpretación del sentido de la realidad. También presupone que ese sentido puede recuperarse libremente. Un desafío así revela qué es lo irrealista del realismo.
Internet y, en particular, las redes sociales, como señala Stanley Fish, han intensificado este realismo sin autoridad, desacreditando aún más los vectores tradicionales de legitimación (agencias internacionales, grandes editoriales, revistas especializadas, periódicos reconocidos, intelectuales con credenciales académicas) y haciendo creíble cualquier plataforma de redes sociales o tuit de un bloguero anónimo solo porque se presenta como transparente, honesto, de gran visibilidad, directo y genuino[25]. Este rechazo a la interpretación como proceso de revisión por pares es utilizado como arma por las fuerzas del capital y del poder en la creciente demanda de “referéndum” o “democracia directa” en Occidente. Los movimientos antivacunas, el Brexit y las mentiras sobre los resultados de las elecciones presidenciales —que llevaron a la toma del Capitolio y del Congreso de Brasil— surgen de una manipulación del realismo para rechazar hechos colaborativos y comunitarios alcanzados mediante la interpretación y validación de evidencias.
Judith Butler tiene razón cuando afirma que vivimos en tiempos antiintelectuales, y esto se evidencia en todos los ámbitos sociales[26]. La rapidez de las redes sociales permite formas de vitriolo que no fomentan precisamente un debate reflexivo. El realismo transparente, desvinculado de la autoridad de las sociedades de conocimiento, no solo promueve noticias falsas mediante posturas anti-establishment y antiintelectuales, sino que también desacredita la implicación existencial que las advertencias nos exigen. El argumento central a favor de una filosofía de las advertencias no es que aquello que se advierte deba necesariamente cumplirse, sino la intensidad y la presión que ejerce sobre aquellas emergencias ocultas y absorbidas bajo la llamada global al orden impuesta por el realismo. Esa presión exige reconsiderar nuestras prioridades medioambientales, el desbordamiento de la violencia criminal y la injusticia epistémica, revelando las alarmantes señales de crisis que emergen en nuestras vidas dentro del capitalismo de vigilancia.
Estas advertencias también son la razón por la que deberíamos oponernos a cualquier demanda de restaurar la “normalidad” tras una emergencia, pues dicho reclamo señala, principalmente, un deseo de ignorar aquello que causó la emergencia en primer lugar. Una filosofía de las advertencias busca alterar e interrumpir la realidad decadente a la que nos hemos acostumbrado, proponiendo un horizonte alternativo de comprensión donde la escucha y la interpretación juegan un papel crucial en la respuesta que damos a tales advertencias. Esta respuesta no está condicionada por la mera evidencia de la verdad, sino por la intensidad y la presión que ejercen —es decir, por los efectos que producen en nuestra experiencia y en nuestra forma de habitar el mundo.
Referencias
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[2] Torppa, Minna & Psyridou, Maria & Khanolainen, Daria & Koponen, Tuire & Salminen, Jenni. (2025). Role of home math environment in the intergenerational transmission of math skills. Learning and Instruction. 97. 102080. 10.1016/j.learninstruc.2025.102080.
[3] https://www.theguardian.com/news/2021/apr/27/the-clockwork-universe-is-free-will-an-illusion
[4] Pinheiro, Félix. (2021). Metodologias virtuosas e plausíveis: situando Hasok Chang no debate sobre os valores na ciência.. Em Construção. 10.12957/emconstrucao.2021.58812.
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[25] Fish, S. (2019). The first: How to think about hate speech, campus speech, religious speech, fake news, post-truth, and Donald Trump. New York: Atria Books.
[26] Butler, J. (2022). What world is this? A pandemic phenomenology. New Haven, CT: Yale University Press.
